En el partido de La Matanza, en el perímetro del Gran Buenos Aires, se eleva Ciudad Evita, una urbanización que haría las delicias de Nación Rontonda por su loca planificación. Las casas están organizadas para formar el perfil de Eva Perón, Evita. Con rodete y todo.
«Puestos a pedir ¿por qué conformarse sólo con pan? ¿Por qué no pedir pan dulce? Ese detalle es lo que diferencia al peronismo de las demás ideologías». Con estas palabras resume el pintor Daniel Santoro el atractivo del peronismo respecto de las demás posiciones políticas.
A principios de los años 40 y desde su puesto en la secretaría de Trabajo y Previsión, Juan Domingo Perón comenzó a prometer pan dulce a los trabajadores. Estos respondieron eligiéndole presidente con holgada mayoría en las elecciones de 1946. Juan Domingo Perón no les defraudó y, durante su primer mandato, sometió al país a una profunda modernización.
Ayudado por su segunda esposa, Eva Duarte de Perón, Evita, el presidente puso en marcha mejoras sociales. Desde la aprobación del Estatuto de los trabajadores, hasta la equiparación de derechos entre hijos matrimoniales y extramatrimoniales. Bajo su mandato se aprobó también el voto femenino y se crearon programas de salud pública. Los niños y las mujeres fueron un objetivo prioritario para lo cual se erigieron escuelas y hogares de tránsito para madres solteras.
La prosperidad de la Argentina de finales de los años 40 y 50 era tal que incluso se diseñó un reactor fabricado en el país. También se inició un programa de energía atómica. Perón no sólo quería tener la bomba. Su sueño era comercializar energía nuclear en botellas de uno y medio litro para llevar energía las casas. Lamentablemente, un nazi tramposo llamado Ronald Richter engañó al presidente e hizo fracasar el Proyecto Huemul. Pero esa es otra historia.
En su afán por mejorar las condiciones de vida de los trabajadores, el gobierno inició un programa de construcción de viviendas inspiradas en los barrios norteamericanos. Se diseñaron chalés de estilo californiano con inmejorables calidades y se pusieron a disposición de los más humildes. Un hecho que no gustó a los más pudientes.
Que el Estado se hiciera cargo de la construcción de viviendas, ponía en riesgo la viabilidad de los negocios inmobiliarios de la oligarquía. Además, que esas casas se construyeran cerca de zonas residenciales de lujo no era plato de gusto para los argentinos adinerados. ¿Quién querría vivir al lado de esos cabecitas negras? Ellos no.
Si a Evita le gustaban los grasitas, que se los llevase a su casa rosada. De hecho, no tardaron en aparecer bulos que afirmaban que los descamisados utilizaban el parqué de los chalés para hacer fuego para el asado. ¿Qué otra prueba se necesitaba? Eran unos salvajes que no merecían el confort moderno sino las tolderías de los indios.
De todos esos barrios residenciales, destaca por méritos propios Ciudad Evita. Su origen se remonta al decreto presidencial 33221/47. En él se ordenaba la expropiación de unas tierras destinadas a la construcción de 15.000 viviendas inspiradas en el urbanismo de Edward Howard. Para dar servicio a toda esa población, también se incluyó en la planificación la construcción de bibliotecas, escuelas, parques e instalaciones deportivas.
La obra estaba relacionada con la labor que Evita realizaba en la Fundación Eva Perón. Este hecho, sumado al culto a la personalidad intrínseco al peronismo, hizo que alguien pensase que sería buena idea que las viviendas formasen el perfil de Evita.
Aunque con trazos simples –que las fachadas de las casas tampoco son pinceles de pelo de camello–, en el perfil de la abanderada de los humildes se puede diferenciar su característico rodete. La imagen se completaba con un micrófono y un brazo levantado. Un gesto a medio camino de la arenga a las masas y el saludo cariñoso a los aviones que despegan y aterrizan del vecino aeropuerto de Ezeiza.
En 1952, Eva Perón murió a consecuencia de un cáncer. En 1955, la autodenominada Revolución Libertadora derrocó a Juan Domingo Perón. El presidente legítimo, elegido por mayoría en los comicios de 1952, inició un exilio que le llevaría por diversos países, incluido España.
Una de las primeras medidas de los militares golpistas fue borrar todo vestigio del peronismo. Se prohibió mencionar el nombre de Perón y Evita. Para referirse a ellos había que utilizar los términos como El tirano y su esposa. Era cuestión de tiempo que esas medidas también llegasen a Ciudad Evita.
La primera decisión de los militares fue cambiar el nombre. Ya no se llamaría Ciudad Evita sino Ciudad General Belgrano. Posteriormente, se comenzó a construir de forma desordenada con intención de desvirtuar el perfil de Eva Perón.
Estas políticas continuaron durante los siguientes gobiernos militares. Se deformó aún más el plano original y se decretó un nuevo cambio de nombre: Ciudad General Güemes.
La llegada de la democracia devolvió la libertad al país y la memoria a Ciudad Evita. El barrio volvió a denominarse como en sus orígenes. Bustos de Evita y Juan Domingo Perón fueron colocados en una de sus calles. Sus vecinos volvieron a sentirse orgullosos de un proyecto que, a pesar de la crítica que se pueda hacer al régimen que lo puso en marcha, les permitió tener casas dignas. Como las de los ricos.