Si se paran a escuchar las batallitas del colegio de sus padres, harán muy bien por dos motivos: el primero es que a unos padres siempre hay que escucharlos, que son ustedes unos descastados; el segundo es que, regímenes y programa aparte, se darán cuenta de que, en esencia, las aulas no han cambiado demasiado en medio siglo. La implantación de la tecnología de manera natural y efectiva es un intento que, en muchos casos, sigue teniendo un carácter fútil y en otros es meramente un gesto de cara a la galería.
El problema va más allá de una mera actualización de los elementos utilizados en las aulas. Sustituir material de toda la vida como libros, pizarras y cuadernos por otros con pantallas de cristal líquido y discos duros en la nube es un parche que no aborda el núcleo del cambio. Se trata de un remedo de lo que, no hace mucho tiempo, imaginamos como los colegios del futuro. El papel saldría de las aulas pero el viejo orden jerárquico permanecería inalterable. Una persona habla desde su altar. Otros escuchan esa única verdad refrendada por los pomposos títulos ostentados por el orador y la experiencia materializada en forma de «esto aquí siempre se ha hecho así».
Los tiempos que vivimos han visto cómo el conocimiento o la educación experimentan la mayor maleabilidad de la historia. La dimensión del saber, su presentación y su magnitud cambian a cada momento. Evidentemente, las hipótesis siempre han sido cuestionables, pero los recursos disponibles para encontrar y exponer argumentos que las rebatan están más al alcance que nunca. Así, esa jerarquía ancestral es también cuestionable y, sobre todo, sometible a un baño de duda y humildad.
Esta idea, la de la desposesión del carácter sacro de lo que dicen los sabios en las aulas, es difícilmente implantable si las herramientas de las que se pueden proveer los alumnos del siglo XXI no se facilitan acompañadas de nuevas metodologías, actualizadas instrucciones de uso y unos procesos de transmisión del conocimiento que empujen al alumno a mantenerse curioso y hambriento.
Las herramientas que se utilizan en cualquier tarea se implantan con el objetivo de hacer las tareas más sencillas. Por eso hay que evitar que los estudiantes opten por entregarse a los milagros de la técnica en lugar de preguntarse cómo funcionan las cosas.
[pullquote align=»right»]»Los chicos utilizan la tecnología de forma natural. El problema viene por la parte docente»[/pullquote]
María Jesús Eresta es exdirectora y ahora gerente del Colegio Lourdes, uno de los centros concertados de FUHEM, entidad que adoptó el uso de las TIC en las aulas de manera temprana. Según su experiencia, «con relación al alumnado no hay mucho problema en la adopción de la tecnología. Los chicos la utilizan de forma natural. El problema viene por la parte docente», explica.
Eresta ha encontrado en los últimos años dos tipos de reacciones mayoritarias. Por un lado, los profesores más veteranos mostraban un rechazo inicial. «Ahora, esa situación ha pasado a ser más de desprecio por lo nuevo». Los docentes más jóvenes están mucho más acostumbrados al uso de estas herramientas. «Sin embargo, a pesar de eso, su uso no es nada eficaz sin una intensa labor de formación previa», dice la pedagoga.
Así lo cree también Carolina Jeux, directora general de Telefónica Learning Services, compañía que acaba de lanzar wePack, un paquete de equipamiento y servicios tecnológicos para alumnos y profesores. «Existe una parte formativa clave. Hay que quitarle el miedo a los profesores. Tenemos claro que hay que estar muy cerca de ellos para facilitar el proceso». wePack ofrece, según contó Jeux en la presentación del producto, el hardware necesario para profesores y alumnos, «pero también contenidos y pedagogos que pueden ayudar a orientarlos con la manera de usar esos contenidos». Jeux asegura también que están viendo en las experiencias piloto cómo, una vez que los profesores pierden el miedo a la tecnología, comienzan a generar sus propios contenidos digitales.
[pullquote]»El uso de juegos o aplicaciones con mucha acción es de mucha ayuda a niños con Síndrome de Asperger o de Falta de Atención»[/pullquote]
Las ventajas son casi innumerables. Más allá de la incorporación de contenido multimedia a las clases, una mayor interactividad y proactividad por parte de los alumnos o la inmediata actualización del material didáctico si es necesario, María Jesús Eresta apunta al comodín que suponen algunas herramientas para hacer esta etapa más sencilla a niños con algún tipo de problema. «El uso de juegos o aplicaciones con mucha acción, que les mantienen alerta, es de mucha ayuda a niños con Síndrome de Asperger, dificultades de interrelación o Síndrome de Falta de Atención», declara.
Adicionalmente, las TIC aumentan el grado social de la educación y un potencial aumento de la motivación de los alumnos para llevar a cabo actividades extracurriculares fuera del horario lectivo. Experimentos como Google Helpouts, una herramienta para dar clases a través de videoconferencias o Sangakoo, una plataforma social de aprendizaje de matemáticas, comienzan a desarrollar esa vía.
Sin embargo, la exdirectora del Colegio Lourdes apunta también a los factores más incómodos. «A día de hoy tenemos muchos problemas de infraestructuras. Las conexiones son, según la experiencia en nuestros colegios, deficientes. Corremos el riesgo de que los profesores se queden tirados cuando fallan y eso, lamentablemente, ocurre más a menudo de lo que nos gustaría».