Dios, exhausto tras los seis días de intenso trabajo creando el universo, decidió que la séptima jornada bien merecía un descanso. Como tantos otros después, escogió España como destino de vacaciones. Extasiado por la belleza gallega, apoyó sin querer una de sus manos en lo que hoy son las Rías Baixas. Su huella configuró la especial orografía del terreno, un juego de tierra y agua, lenguas de terreno que se adentran en el mar y viceversa.
No sabía el Creador que, con su despiste, iba a convertir la costa oeste de la nación de Breogán en paraíso para o choio do fume, nombre coloquial para el contrabando de tabaco. Esta actividad ilícita, socialmente aceptada en Galicia, contaba con el beneplácito tanto de la clase política gallega vinculada a la derecha como de las fuerzas del orden. Poco a poco, fardo a fardo, se transformó en una red por donde entraba la inmensa mayoría de la cocaína en Europa.
El contrabando en Galicia viene de antiguo. Ya durante los primeros años de la dictadura franquista era común el estraperlo o comercio ilegal de artículos intervenidos por el Estado o sujetos a tasa; pero es en los años 60 cuando la cosa comienza a profesionalizarse. Bienes escasos en la nación de Breogán, como las cajetillas de tabaco, venían cada vez en mayor cantidad a las Rías Baixas desde el vecino Portugal en conveniencia con los hosteleros, las empresas de transporte y los pescadores.
El padrino era Vicente Otero, apodado Terito o don Vicente, un hombre de impecable vestir y amigo personal de Manuel Fraga que poseía una empresa de transportes. Su mano derecha era José Manuel ‘Nené’ Barra, alcalde por los populares en Ribadumia desde 1983 hasta 2001, cuando fue detenido en relación a un alijo de medio millón de cajetillas de tabaco rubio.
Junto con Terito y Nené se foguearon en el negocio contrabandistas más jóvenes, como Luis Falcón Falconetti; José Ramón Prado Bugallo, ‘Sito Miñanco’; Laureano Oubiña; Manuel Charlín Gama, El Viejo; o el famoso amigo del presidente de la Xunta Nuñez Feijoo, Marcial Dorado, cuya madre era sirvienta en la casa de don Vicente.
El propio Oubiña declaró a Vanity Fair que «primero 50 cajas, luego 500 cajetillas y fuerte, fuerte, en 1970», cuando compra su primer barco. Su empresa llegó a emplear entonces a un centenar de personas. El Winston de batea, como se llamaba al tabaco de contrabando que salía principalmente desde el puerto belga de Amberes, inundó durante esta década bares, ultramarinos y calles de Galicia. Con la democracia llegó un cambio de leyes. Lo que antes era un multa se convierte con Suárez en cárcel y el ministro socialista de Justicia, Barrionuevo, equipara, con la reforma del Ley de Contrabando, la pena por contrabando con la de tráfico de hachís en 1983. Justo el 3 de diciembre de ese año es la primera gran redada contra los contrabandistas de tabaco.
Muchos de ellos huyen a Portugal y unos pocos acabarían pasando una pequeña temporada en prisión. Algunos, como Sito Miñanco, debido a esta redada. Otros, como Charlín el Viejo, por casi matar a un empresario que le debía dinero al encerrarlo en un camión frigorífico. Se cree que es allí donde traban contacto con cárteles colombianos como el de Medellín o Bogotá. El hasta entonces relativamente unido grupo de los contrabandistas gallegos se divide cuando los más jóvenes dan el salto a la droga. Se dice que Terito encañonó a Oubiña en una reunión para decidir el futuro del negocio. Primero hachís de Marruecos, luego cocaína colombiana.
Según sube la apuesta, comienzan las venganzas. Siete años después, un procesado en el sumario del 1983 fue asesinado en un bar de Vilanova de Arousa por un vecino debido a desavenencias tras el robo de una lancha. En abril de 1991, dos grupos se citaron en un monte de Caldas de Reis para discutir sobre un alijo incautado y acabaron a tiros, muriendo uno de los jefes. Para cuando en enero de 1993, Antonio Chantada, Tucho Ferreiro, de 28 años y ya de la nueva generación de narcotraficantes gallegos cogió su escopeta, el recuento oficial de víctimas era de 18. Tucho sumó tres más al irrumpir en dos locales de Vilagarcía y disparar contra tres personas y posteriormente suicidarse en su coche.
Sus muertos fueron el exlugarteniente de Sito Miñanco Daniel Carballo Conde, Danielito, y José Juan Agra Carro. Se le escapó Rafael Bugallo Piñeiro, El Mulo, al que hacía unos meses había intentado enterrar vivo. Este fue detenido de nuevo en 2008 tras montar su propio clan. La última muerte sonada fue la del arrepentido Manuel Baúlo, del clan de Os Caneos, al que un 12 de septiembre de 1994 tres sicarios colombianos acribillaron a tiros por orden de sus antiguos socios, el clan de los Charlines.
‘Sito Miñanco’ era el ejemplo perfecto de ese bandido generoso, en palabras de Hobsbawm, que llevó al contrabandista a ser aceptado en Galicia. Siempre rodeado de mucha gente, nunca dejaba tirada a la familia de un colaborador detenido y llegó a pagar el tratamiento médico de amigos enfermos. Compró el equipo de fútbol de su pueblo, el Juventud de Cambados, y a golpe de talonario lo llevó desde la preferente gallega hasta las puertas de la segunda división. Antonio Pillado, entonces alcalde popular de Cambados, publicó en la prensa un bando laudatorio.
Cuando las grandes cantidades de mano de obra que requería el transporte del tabaco y su poco impacto social se cambiaron por más beneficio, pero menos beneficiarios y los problemas sociales que trae la droga dura para la salud pública, los vecinos que antes los admiraban comienzan a señalarles por la calle y se organizarse en asociaciones contra la drogadicción. La prensa empieza a emplear la palabra ‘narcotraficantes’.
Sus amigos en la política y las fuerzas de seguridad tardarían un poco más en hacerlo.