«Quiero entretener, que la gente se ría. No quiero explicar nada». De esta manera explica Pol Rodellar lo que dibuja en su perfil Cuchillo de Jazz. Rodellar es la definición práctica de persona multidisciplinar. Lo mismo publica sus propios fanzines (Chuck Norris), que diseña carteles y portadas de discos y toca en grupos como Mujeres o Reaction-Reaction!, como trabaja en revistas, crea sellos de música o colabora como guionista en series de televisión.
Aunque ha dibujado desde siempre (influenciado, cuenta, por los cómics que leía), afirma que no se le da muy bien eso de trazar líneas. Así que, «a la hora de hacer algún tipo de obra plástica empecé a decantarme por el clásico recorta y pega del collage, todo muy analógico, recortando revistas, pegando las hojas y fotocopiando mil veces el resultado para que tuviera esa estética más punk y hardcore, que es la música en la que empecé a meterme muy a fondo».
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Como mucha gente que anda metida en la industria musical, Rodellar se confiesa influenciado por Raymond Pettibon y su estilo: «una ilustración acompañada de un texto enfermizo que terminara de redondear el significado febril de la imagen. Aparqué la idea de hacer algo así durante décadas hasta que, a finales de 2019, cuando me encontré en el paro, decidí darle un poco de chusta al asunto y empezar a dibujar. Luego vino el covid y tuve mucho tiempo para hacer dibujitos tristes. Más tarde descubrí que lo que hacía se llamaba one-liners. Esto me lo contó el gran Marc Torices».
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Las viñetas de Cuchillo de Jazz siguen esa línea de Pettibon. Un dibujo supersencillo acompañado de una frase, a menudo, demoledora y oscura. «Seguramente es en el sudor, las lágrimas y las manos temblorosas donde encontramos la verdadera humanidad. Esos momentos de sufrimiento que nos revelan al mundo como seres débiles, solitarios y miedosos, gente normal, que duda y que no tiene ni idea de nada, que comete errores y que los volverá a cometer. Y no pasa nada. La vida es todo ese tiempo durante el que intentamos generar una carcasa que nos proyecte como seres seguros, resilientes, profesionales, sobrios y efectivos cuando por dentro somos solo unas criaturillas sin valor».
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Su trabajo empieza por dibujar algo («normalmente un señor calvo») y luego empieza a pensar «la frase que genere el contexto más jodido y triste posible para ese dibujito. Primero hago dibujos sin ningún objetivo, disfrutando del placer del trazo, un disfrute puramente físico, gestual. Normalmente miro a mi alrededor (por eso aparecen tantos objetos cotidianos) o me quedo pensando sentado en mi silla barata con los codos apoyados en mi mesa barata. Entonces me veo a mí mismo sentado con los codos en la mesa y por eso dibujo señores calvos. Me gusta mucho dibujar señores calvos». Encuentra la inspiración, dice, en todo lo que le da rabia: «los emprendedores, los oportunistas y las personas».
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¿Por qué lo de Cuchillo de Jazz? «Siempre he querido que mis amigos me llamasen Jazz, como apodo. «Mira, ahí viene Jazz con las cervezas, hoy será la hostia». Así que estaba claro que tenía que salir la palabra Jazz en alguna parte, y bueno, como las ilustraciones reflejaban ideas jodidas, pues bueno, un cuchillo es algo bastante peligroso. Además, me gustaba la incongruencia semántica entre los dos sustantivos. ¿Qué diablos es un cuchillo de jazz?».
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Rodellar no se considera artista, pero sí cree que son arte ciertas obras que se encuentran fuera del circuito oficial. «Me interesan los márgenes y lo extraño, el arte popular como el cómic o la música pop, incluso las estéticas rotas y caducas que el capitalismo más salvaje e inocente puede generar (como la inexplicable existencia de Los Conguitos, el sudor y la cocaína en los platós de televisión o la OK Soda de Coca-Cola), que también pueden interpretarse como grandes obras de arte. De todas formas, también considero que es arte beberse una cerveza haciendo un remolino en la botella».