Si septiembre es un mes ajetreado para los mortales que vuelven de sus vacaciones y se reincorporan a la rutina, para los profesionales de la moda es una auténtica locura.
Es el mes de la Fashion Week, ese evento que se repite en diversas ciudades en distintas fechas, donde los diseñadores presentan sus colecciones, los periodistas y críticos de moda las comentan y los compradores deciden qué piezas adquirir para venderlas en cadenas y tiendas. El engranaje de la moda empieza de nuevo a girar. Sin embargo, los desfiles de moda no siempre fueron los acontecimientos espectaculares y mundanos que conocemos hoy.
Muñecas y mannequin
En el siglo XIX, las últimas tendencias las lucían las poupées de la rue Saint-Honoré, auténticos iconos de la moda cuyo nombre hace referencia a la calle que acogía a los sastres parisinos en el siglo XVIII. Estas muñecas fueron sustituidas poco a poco por figurines franceses, luego por revistas de moda y finalmente por modelos en carne y hueso y desfiles, gracias a Charles Frederick Worth, fundador de la alta costura, y a su revolución del proceso creativo. Su nueva manera de entender la moda llevó a una nueva manera de mostrar las creaciones: los desfiles.
A diferencia de los modistos de la época, que trabajaban a las órdenes de sus clientas en sus propias casas, él imponía sus creaciones, concebidas de antemano. Además, recibía a sus clientas en el salon de lumières de su atelier —una sala con espejos e iluminación de gas que recordaba a un salón de baile—, donde las modelos, entre ellas su esposa Marie Augustine Vernet, desfilaban luciendo sus colecciones para que las clientas pudiesen escoger los modelos que más les gustaban, y que luego les serían confeccionados a medida.
Nacía con Worth la figura de la mannequin, una evolución de las demoiselles de magasin, es decir dependientas que también hacían de modelos cuando era necesario, o essayeuses, de essayer, porque las prendas que mostraban eran prêtes à essayer, listas para probarse, a diferencia de otras prendas de alta costura.
Los desfiles de Worth tuvieron un gran éxito. A las clientas les gustaba ver las creaciones en movimiento, y las modelos empezaron a tener cierta visibilidad pública hacia 1880, cuando empezaron a ser enviadas desde la casa de modas para mostrar las últimas modas en los Campos Elíseos y el Bosque de Boulogne. Los modistos de élite empezaron a invitar a sus clientas y a hacerles pasar tardes enteras viendo desfilar modelo tras modelo.
Luego, a finales de la década de 1890, empezaron a organizar desfiles de moda en salones a horas fijas, montando verdaderos escenarios por los que desfilaban las modelos, con luces en el suelo y potentes focos eléctricos que iluminaban la plataforma desde los lados y desde arriba, con la misma precisión que en un teatro.
Los modistos y las modistas de la época desarrollaron hábilmente esta moderna forma de venta. La aristócrata inglesa lady Duff Gordon, detrás de la firma Lucile, organizaba eventos de inspiración teatral en un espacio de su atelier concebido como una sala de espectáculos. Y Jeanne Paquin presentaba sus desfiles en teatros. De este modo se aseguraron de que sus innovaciones fueran ampliamente publicitadas, demostrando desde el principio una cierta atención escénica.
De París a Nueva York
En 1903, el concepto parisino de mostrar a los clientes colecciones en vivo, pero a mayor escala, fue adoptado por unos grandes almacenes de Manhattan, Ehrich Brothers:
«En el departamento de sastrería de la segunda planta, se instaló una plataforma semicircular en la que, sobre un fondo de cortinas verde apagado, palmeras y estatuas, media docena de chicas extremadamente guapas paseaban de un lado a otro, vestidas con hermosos trajes de noche, vestidos de carruaje y envueltas en magníficas estolas. Las notas del cuarteto de artistas vieneses amenizaron el acto, al que asistió un numeroso público que acompañaba a cada modelo con exclamaciones de asombro», describió The Brooklyn Daily Eagle el que se cree que fue el primer desfile de moda de Estados Unidos.
Fue una especie de trampolín. Los desfiles de moda pasaron a ser un elemento fijo para muchos otros grandes almacenes, y a partir de la década de 1920 se convirtieron en espectáculos de inspiración teatral durante los cuales se presentaban colecciones (normalmente inspiradas en los desfiles bianuales que tenían lugar en Francia) que seguían un mismo tema y se acompañaban de un momento narrativo explicativo.
Pero estalló la guerra en Europa y a los diseñadores, editores y compradores estadounidenses que se inspiraban en sus viajes a Francia les resultó imposible viajar a París. Fue entonces, gracias a la periodista Eleanor Lambert, del New York Dress Institute, cuando nació la primera semana de la moda. La primera Press Week —nombre original de la Fashion Week de Nueva York— se organizó para presentar las creaciones de diseñadores estadounidenses, respondiendo a la imperiosa necesidad de moda de las socialités americanas.
Antes de la guerra, la moda estadounidense se limitaba a imitar y reproponer modelos y estilos europeos, pero con la ocupación nazi y el cierre de tiendas, los diseñadores americanos empezaron a presentar sus propias creaciones.
Quince años más tarde, en 1958, la Fashion Week aterrizó en Milán, seguida de París en 1973 y Londres en 1984. Había nacido lo que aún hoy se conoce como las Big Four, las cuatro citas ineludibles de las cuatro capitales de la moda.
Nuevas formas narrativa: de fashion show a digital show
De ser un evento exclusivo y formal, con modelos que desfilan por la pasarela mientras sujetan un número, los desfiles se convierten en espectáculos deslumbrantes, atractivos y creativos. Y las mannequins, antes anónimas y desconocidas, se convierten en supermodelos, auténticas celebridades adoradas por los estilistas y la prensa internacional.
No obstante, la evolución de los desfiles sigue los acontecimientos históricos, y así ha ocurrido también en los últimos años.
En el año 2020 la pandemia obligó a buscar nuevas formas narrativas. Los desfiles de moda volvieron a cambiar y la industria pasó a presentar sus creaciones a través de desfiles digitales, retransmitidos en directo, o desfiles phygital (una experiencia que combina elementos reales y virtuales).
Por otro lado, la llegada del metaverso, en 2022, perfiló un nuevo sistema para transmitir las colecciones de moda con semanas de la moda digitales enteras, llamadas Metaverse Fashion Weeks, en Decentraland, un mundo virtual creado en línea.
La historia de los desfiles de moda nos muestra esencialmente cómo un acontecimiento exclusivo, y reservado a un público restringido, ha evolucionado y se ha democratizado progresivamente, a menudo en respuesta a acontecimientos históricos.
Hoy en día, hay más de 40 semanas de la moda repartidas por todo el mundo a lo largo de un año natural, y muchas marcas desfilan también fuera del calendario (con colecciones seasonless y genderless que quieren reafirmar el concepto de una moda sin temporada y sin género). Las sinergias entre tecnología y moda están allanando el camino para una nueva era: la de la inteligencia artificial.
Ahora que las puertas de la IA se han abierto de par en par y que el enfoque, el análisis y las aplicaciones más innovadoras de la inteligencia artificial basadas en los datos están revolucionando la forma de concebir, diseñar y comercializar la ropa surge una pregunta: ¿Siguen siendo los desfiles físicos eventos relevantes?
Los desfiles han estado siempre en constante cambio, no siempre fueron los acontecimientos que conocemos hoy y seguramente tampoco lo serán en futuro, así que, para averiguarlo, simplemente tendremos que esperar.