Disfrutamos más de las molestias sin interrupciones y el placer con interrupciones

14 de mayo de 2015
14 de mayo de 2015
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Si debemos pasar por una experiencia dolorosa o molesta, preferimos interrumpirla y pasarla poco a poco. Por el contrario, si estamos viviendo una experiencia placentera, preferimos no interrumpirla.
Sin embargo, nuestras intuiciones parecen equivocadas. Según los estudios de Leif Nelson y Tom Meyvis, las personas sufren menos cuando no interrumpen las experiencias dolorosas, y disfrutan más de las placenteras cuando las dilatan mediante interrupciones.
Molestias sin interrupciones
Para comprobar cómo asimilamos el placer y el dolor, Nelson y Meyvis llevaron a cabo un experimento en el que un grupo de personas debía ponerse unos auriculares en los que sonaba la grabación de una aspiradora ruidosa. La experiencia duraba cinco segundos. A un segundo grupo lo sometían al mismo estruendo, pero en su caso el ruido duraba cuarenta segundos. Un tercer grupo escuchaba cuarenta segundos de estruendo seguidos de unos pocos segundos de silencio, seguidos a su vez del nuevo estruendo.
El grupo más mimado, el de los cinco segundos, acababa más irritado que el que había tenido que soportar el estruendo durante más tiempo. Al parecer, al oír más tiempo el estruendo se acostumbraron a él. Pero quienes peor lo pasaron son que tuvieron una pausa de cinco segundos. La adaptación al ruido se desvanecía cuando el ruido desaparecía y reaparecía.
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Placer con interrupciones
En otro experimento trataron de evaluar qué ocurría con las experiencias placenteras. Un grupo de personas se sometió a tres minutos de masajes, sin interrupciones. Un segundo grupo tuvo un masaje de ochenta segundos, seguido de una pausa de veinte segundos, tras la cual el masaje proseguía durante ochenta segundos más. Es decir, el segundo grupo tenía un tiempo total de masaje de dos minutos y cuarenta segundos, es decir, veinte segundos menos que el masaje del primer grupo.
Tras pedir una evaluación a todos los participantes acerca de cuanto habían disfrutado, quienes recibieron el tratamiento más corto pero interrumpido disfrutaron más y estaban dispuestos a pagar más dinero por recibirlo de nuevo. Tal y como abunda en ello el psicólogo cognitivo Dan Ariely, de la Universidad de Duke, en su libro Las ventajas del deseo:

El truco es el siguiente: en vez de pensar en hacer un descanso cuando nos ocupamos de una tarea penosa, debemos recordar que retomar una tarea que nos fastidia resulta mucho más penoso. Del mismo modo, aunque nos fastidie tener que salir de la bañera para enfriar nuestra bebida (o la de nuestra pareja), conviene tener en cuenta el placer de volver al agua calentita (con la ventaja añadida de que, como su pareja no sabe que sale de la bañera para conseguir un mayor placer ulterior, apreciará muchísimo su sacrificio).

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Comprando experiencias
Estas pautas pueden aplicarse a muchas experiencias placenteras. Por ejemplo, la satisfacción de comprar cosas. Se disfruta más comprando cosas intermitentemente en diversos días que comprándolas todo el mismo día.
Ante lo cual parece más inteligente gastar el dinero en experiencias antes que en objetos materiales, porque las primeras duran poco y se interrumpen hasta que repetimos la experiencia. Las segundas, por el contrario, permanecen en el tiempo y nos habituamos a ellas, como apunta Ariely:

De acuerdo con esta pauta, es posible instrumentar la adaptación para maximizar nuestra satisfacción vital general renunciando a las grandes inversiones, y pasando de los productos y servicios que nos proporcionan un caudal de experiencia constante por otros que nos brinden experiencias más pasajeras y efímeras. Por ejemplo, los equipos de sonido y muebles generalmente nos proporcionan una experiencia constante, de modo que es muy fácil que acabemos adaptándonos a ella. En cambio, las experiencias pasajeras (las escapadas de cuatro días, la aventura de bucear o un concierto) son fugaces, por lo que nunca nos adaptamos del todo.

Los psicólogos Leaf Van Boven y Thomas Gilovich también quisieron comprobar qué actividad produce más bienestar, si comprar productos o experiencias, obteniendo resultados similares a los anteriormente descritos. El experimento es analizado por el divulgador Richard Wiseman en su libro 59 segundos de este modo:

Los investigadores dividieron a una serie de participantes en dos grupos. A los del primer grupo se les pidió que pensaran en un objeto que hubieran adquirido recientemente. A los del segundo grupo, que describieran una experiencia que hubieran comprado. Después se les solicitó que puntuaran su estado de ánimo actual en dos escalas, una de -4 (malo) a +4 (bueno) y otra de -4 (triste) a +4 (contento). Los resultados de ambos estudios indicaban claramente que, en términos de felicidad a corto y a largo plazo, comprar experiencias hacía a la gente más feliz que comprar productos.

En ese sentido, Don Draper, el protagonista de la serie Mad Men, se equivocaba cuando dijo aquello de que la felicidad es el olor a un coche nuevo. Si lo es, el chute de felicidad se devaluará en poco tiempo.

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