Hasta arriba de lodo, semidesnudos y felices. Son los componentes del Bloco da Lama, una agrupación carnavalesca que sale todos los años en la ciudad de Paraty, en el litoral del Estado de Río de Janeiro. Desde 2008, el fotógrafo carioca Ratão Diniz retrata esta fiesta popular, que se celebra un día al año.
«Conocí el Bloco da Lama a través de las imágenes de los fotógrafos de prensa brasileña y resolví verlo con mis propios ojos. Cuando fui por primera vez a este carnaval, me di cuenta de que es algo único», cuenta. Es un bloco relativamente reciente: este año cumple 30 años. Surgió como una broma de algunos habitantes de Paraty, que tras un baño en el barro resolvieron desfilar por la ciudad. Hoy llega a juntar a más de 5.000 personas.
«El origen de esta tradición es bastante curioso. Algunas personas comenzaron a usar el fango para protegerse de los mosquitos», revela Diniz. Hoy los millares de miembros pasan el día entero bañándose en el barro antes de desfilar en plan monstruos. «El baño de lodo tiene un significado simbólico porque conecta al ser humano con la naturaleza», agrega.
Todos los años, Diniz viaja a esta antigua ciudad colonial, que ya fue la capital del oro de Brasil, para proseguir un trabajo fotográfico en el que se deja la piel, y no sólo eso. «En 2014 fui asaltado a mano armada y se llevaron todo mi equipamiento: mi cámara profesional y varios objetivos. Fue un palo tremendo. Por suerte, conseguí comprar otra cámara y al año siguiente estaba de nuevo en Paraty, junto al Bloco da Lama», relata este fotógrafo de 32 años.
Esta celebración carnavalesca recuerda a la fiesta popular de Cascamorras de Baza, cerca de Granada. Sin embargo, en este pueblo andaluz se utiliza la pintura negra en vez del barro. El fotógrafo español Cristóbal Hara dedicó un tiempo considerable a esta fiesta. Algunas imágenes están recogidas en su libro Vanitatis. «Había oído hablar de ella. De hecho, uno de mis sueños es fotografiar otras fiestas con el fango como protagonista que hay en el mundo», reconoce Diniz, que aspira a hacer un libro con las fotos del este bloco.
Ratão Diniz es un fotógrafo camaleónico, capaz de mimetizarse en los grupos sociales que plasma en imágenes. «Sólo hago foto cuando me siento aceptado, es decir, si las personas me invitan a hacer parte de su grupo. Al fin y al cabo, la fotografía es bastante agresiva. Debemos contar con la solidaridad de los retratados y con su entrega para poder hacer nuestro trabajo. Es fundamental que se cree una relación de confianza», afirma.
Todos sus trabajos si extienden a lo largo de varios años, como la serie sobre los bate-bolas. Es otra cara totalmente desconocida del carnaval carioca. «Son grupos de la periferia de la ciudad, la Baixada Fluminense, que salen ataviados en trajes muy coloridos y batiendo una bola en el suelo», aclara.
El bate-bolas era en su origen una figura asustadora, inspirada en los payasos. Nació en Europa y llegó a Brasil de la mano de los portugueses. Según la tradición, los componentes de estos grupos usaban máscaras, sombrillas y pelotas hechas con vejigas de buey o de cerdo, que batían contra el suelo para hacer ruido y espantar a los más distraídos, sobre todo a los niños.
«Es un festejo que muchos cariocas no conocen, aunque está quedando cada vez más popular», explica. Algunos investigadores creen que los bate-bolas surgieron en esta región suburbana de Río de Janeiro porque era la sede de muchos mataderos. Hace unos 30 años, los jóvenes de estos barrios periféricos resolvieron recuperar esta tradición.
En sus desfiles no hay samba ni batucada. Su banda sonora es el funk, la música de los suburbios cariocas. La composición de cada grupo también varía: los hay de siete a 10 personas y otros con hasta 170 miembros.
«En sus inicios, los trajes eran bastante sencillos, solo de dos colores», cuenta el fotógrafo. Con el tiempo, su estilo ha ido perfeccionándose y hoy se destacan por el uso de colores vívidos, de plumas y de muchos complementos. «Nada más acabar el carnaval, los bate-bolas se reúnen para decidir cómo serán los trajes del año siguiente y los encargan a costureras profesionales. Ellos mismos financian sus disfraces. En las semanas anteriores al carnaval, se dedican a hacer el acabamiento en los locales de ensayo», añade. Las pelotas hoy son fabricadas con materiales sintéticos.
Diniz lleva siete años fotografiando grupos como la Turma da Praça de Marechal Hermes, Bolo Doido, Estrelas, Danados, Liga y Bem feito. Reconoce que el acercamiento con una cámara ha sido un reto por causa de los reportajes amarillistas que retratan a estos grupos como bandas marginales y violentas. La leyenda urbana reza que esconden su rostro detrás de las máscaras para llevar a cabo ajustes de cuentas.
«En todo lugar hay gente buena y mala. Reducir un fenómeno cultural como éste a un enfrentamiento entre bandas es terrible. Por muy desconocidos que sean, los bate-bolas son una parte importante del carnaval de Río de Janeiro. Además, desde que han empezado a acudir al centro de la ciudad durante los carnavales, han ganado mucho público», afirma el fotógrafo.
Para conquistar la confianza de estas asociaciones, tuvo que pasar mucho tiempo con sus miembros, muchas veces sin hacer ni una sola foto, hasta que consiguió establecer una relación más personal con ellos. «Lo más chulo de los bate-bolas es que, en sus orígenes, no se podía desvelar quién había detrás de la máscara. Hoy no queda mucho de eso, se ha perdido esta tradición, porque las máscaras están prohibidas por causa de los casos de violencia», agrega.
Con su trabajo, Diniz intenta dignificar una tradición cultural semidesconocida y bastante maltratada en la prensa brasileña. «Ya he visto compañeros fotógrafos tildar a los bate-bolas de miembros de bandas en los pies de fotos para poder vender sus fotos a los grandes periódicos”, destaca.
Diniz vive en el complejo de favelas de la Maré. Se formó en la Escuela de Fotografía Imagens do Povo, un proyecto fundado en 2004 con la intención de crear una generación de fotógrafos documentales con conciencia social y crítica. La escuela, que también funciona como agencia, estimula a sus fotógrafos a que retraten su entorno, lo que muchas veces equivale a contar el día de día de las favelas con voz propia y lejos de los estereotipos que imperan en la prensa nacional e internacional.
Diniz encara sus proyectos fuera de su dimensión cotidiana con el mismo cariño y la misma cercanía. Por eso, le resulta difícil poner punto y final a sus series fotográficas. «Todos los temas que me propongo documentar tienen una relación conmigo muy afectiva. En la Maré, donde yo vivo, también hay bate-bolas, aunque son menos organizados. Yo de pequeño salí con estos grupos. Éste fue el carnaval de mi infancia. La fotografía me permite reencontrarme con estas tradiciones culturales», concluye.
La serie de los bate-bolas nunca ha sido expuesta hasta la fecha. Ratão Diniz dice con humildad: «Todavía no está madura. Es un trabajo que se basa en las relaciones humanas. Cada año me siento más a gusto fotografiándolos».
Fotos: Ratão Diniz
[…] Semidesnudos, felices y envueltos en barro: el carnaval de Paraty […]