El coaching del mal: consejeros históricos de ética cuestionable

14 de marzo de 2016
14 de marzo de 2016
7 mins de lectura

«El primer método para estimar la inteligencia de un gobernante
es fijarse en quienes lo rodean».
Nicolás Maquiavelo

El canciller florentino Maquiavelo escribió El Príncipe. El general chino Sun Tzu escribió El arte de la guerra. Hoy sus libros son considerados biblias por políticos y hombres de negocios. Podrían llamarse perfectamente ‘guías’, ‘gurús’ o incluso coaches, pues a través de sus obras ayudan al no iniciado a comprender lo que –estando a la vista— resulta invisible.

Carola Herrscher, coach empresarial, lo explica así: «La palabra viene del deporte. El coach es el que está fuera de la cancha, observa al que juega y después le dice lo que ve. Y de esa manera ayuda al jugador a ver aún más. Lo ayuda a ser lo que siempre ha querido ser y todavía no ha podido».

A lo largo de la historia siempre ha habido personajes que han ayudado a otros ver lo invisible, a pensar de manera diferente. Pero ‘diferente’ no siempre significa ‘constructivo’. «Nosotros ayudamos a que el otro se abra a pensar. Utilizamos la lente con la que nosotros vemos el mundo para ayudar a que el otro abra la suya», indica Herrscher. «Pero el coach depende de la persona que recibe su ayuda. El conocimiento nunca llega solo, siempre está unido al individuo, a sus valores éticos o a su falta».

He aquí una serie de personajes cuyos valores éticos son seguramente distintos a los de ustedes. O quizá no.

Durante los Estados Generales de 1614, María de Médicis, regente del trono de Francia, había reparado en el obispo Armand Jean du Plessis. El joven obispo era hábil e implacable. Nosotros lo conocemos como el cardenal Richelieu. En esos años, el poder de la regente pendía de un hilo y para sobrevivir a las intrigas del poder, necesitaba alguien con la sagacidad de Richelieu. Lo reclutó y dos años más tarde lo nombró Ministro de Interior y de Guerra.

Louis_XIII y Richelieu

Luis XIII y Richelieu

Pero el joven rey Luis XIII decidió tomar el trono que legítimamente le pertenecía y envió al exilio a su madre y a Richelieu, a quien detestaba. Sin embargo, las habilidades de maniobra del cardenal eran tales que fue él mismo quien finalmente actuaría como mediador entre el monarca y su madre.

Pese a su inexperiencia, Luis XIII fue lo bastante inteligente como para comprender el valor de tener de su lado a un consejero así. Dicen que el cardenal solo era fiel al rey y a la patria. El ahora primer ministro Richelieu se dedicaría a sortear adversarios y neutralizar enemigos a diestro y siniestro, complotando incluso contra sus compatriotas protestantes y traicionándolos con la ayuda de los mismos protestantes extranjeros que más tarde combatiría.

Todo fuera por la estabilidad y la grandeza de Francia. Al llegar al final de su carrera debió intrigar contra María de Médicis, quien lo había introducido en las máximas esferas del poder, cuando esta intentó deshacerse de él. Richelieu solía decir: «La lealtad es simplemente una cuestión de fechas». Nadie recuerda a Luis XII, pero todo el mundo sabe quién fue el cardenal Richelieu.

Lavrenti Beria era el consejero de confianza de Stalin. Este lo designó jefe de Cheka, la Comisión Extraordinaria encargada de reprimir a los contrarrevolucionarios. Beria supervisó las ‘depuraciones’ y creó, levantó y organizó campos de trabajo que luego diseminó por toda la URSS. Posteriormente asumió la jefatura del temido NKVD, el Comisariado Soviético de Asuntos Internos, y se ocupó de la administración de los gulags.

Beria y Stalin

Beria y Stalin

La misericordia no era lo suyo: «Traedme al hombre, yo me encargo de su crimen», decía. Para realizar sus purgas, Beria solía pedir permiso por escrito, como si la idea se le hubiese ocurrido a él. Y probablemente así fuera, pues no se parecía en nada a los demás seguidores ciegos y faltos de imaginación.

Oriundo de Georgia como su jefe, Beria tenía el don de predecir los pensamientos de su superior. Era frío, calculador y ejecutivo; lo que hoy se denominaría ‘proactivo’. Pero sobre todo era capaz de penetrar la mente de Stalin, alimentaba sus miedos, su paranoia y su insaciable necesidad de halagos; y entonces proporcionaba al líder sus propias ideas y proyectos.

A la muerte de Stalin, los enemigos de la dupla decidieron librarse de Beria. Unos afirman que murió arrodillado y suplicando. Otros, que fue juzgado por un tribunal especial y ejecutado. Los menos, que fue arrastrado de su casa y liquidado sin mediar palabra. La mayoría de los historiadores sostienen que Beria fue la mano derecha de Stalin. Sin embargo, algunos creen todo lo contrario.

El caso de McNamara es extraño. Robert Strange McNamara no era un político inescrupuloso sino un tecnócrata acérrimo. Su meta, su credo, era optimizar. Trabajó para Price Waterhouse, después en la Oficina de Control estadístico del Ejército analizando la efectividad y eficacia de los bombardeos sobre Japón. Y en la posguerra jugó un papel fundamental en la exitosa expansión de la Ford Motor Company. En 1961 Kennedy le ofreció el puesto de Secretario de Defensa. Allí el tecnócrata desarrollaría todo lo aprendido acerca de la guerra como línea de montaje. McNamara no tomaba las decisiones políticas pero, como jefe del Pentágono, las influenciaba y luego las convertía en devastación.

Empleado ejemplar y analista impecable, McNamara hacía bien su trabajo. Eso no le impidió sufrir la presidencia del sucesor de Kennedy, Lyndon B. Johnson. En las fotografías de la época, McNamara nunca aparece apuntándole con el dedo a su superior, como lo hacen otros consejeros. En cambio, se lo ve alicaído, sosteniendo sobre sus hombros el peso de una máquina bélica capaz de borrar a la humanidad de la faz de la Tierra.

coaches del mal

Lyndon Johnson y Mcnamara. Detrás, un busto de Kennedy

En cualquier caso, el peso de la derrota en Vietnam no le impidió dirigir el Banco Mundial tras la guerra. A su favor hay que decir que McNamara fue uno de los pocos poderosos que habló de sus errores en un documental llamado The Fog of War. El documental donde Kissinger confiesa los suyos todavía lo estamos esperando.

Dos amores tenía el Premio Nobel Milton Friedman: el individualismo y el libre mercado. Campechano y de aspecto sencillo podía aparecer en televisión y decir con una sonrisa: «Si pusiéramos al Gobierno Federal a cargo del desierto del Sahara, en cinco años sufriríamos una escasez de arena». Pero cuando tocaba el tema de la economía pura y dura, esa inteligencia, en apariencia adormilada, despertaba de repente.

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Friedman con Thatcher

En cierta forma, su influencia es similar a la de McNamara: Friedman proveía las herramientas pero el modo de usarlas dependía de los demás. «Hay serias dudas respecto a la honradez intelectual de Friedman cuando este se dirigía a la masa de ciudadanos», afirmó Paul Krugman, profesor de la Universidad Princeton, columnista del New York Times y Premio Nobel de Economía.

Friedman era incansable. Mientras, por un lado, aparecía en debates televisivos, por el otro escribía análisis técnicos más o menos apolíticos. Y al mismo tiempo hacía campaña a favor del monetarismo. Sus opiniones especializadas sobre esta política económica no cayeron en oídos sordos. A fines de la década de los 70, el monetarismo fue aceptado por la Reserva Federal de EEUU y el Banco de Inglaterra, y abandonado años después por inviable.

Pero el monetarismo ya había causado estragos en esas economías debido al apoyo del presidente Reagan y a la primera ministra Thatcher. Fue ella quien elogió póstumamente a su consejero: «Milton Friedman revivió la economía de la libertad cuando esta casi había pasado al olvido. Fue un intelectual y un luchador por la libertad».

Edward Luttwak ha escrito muchos libros, entre ellos Golpe de Estado, un manual sobre cómo planear milimétricamente el derrocamiento de un gobierno, y Estrategia: La lógica de la guerra y la paz, un tratado sobre el pensamiento estratégico aplicado al poder. El diario inglés The Guardian lo bautizó ‘el Maquiavelo de Maryland’.

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Edward Luttwak

Hobsbawm, el reconocido historiador inglés, dice de él lo siguiente: «Como el propio Maquiavello, a Luttwak le divierte decir la verdad. No solo porque es la verdad sino por el impacto que esta tiene sobre las sensibilidades inocentes». Luttwak es simpático, mediático y siempre tiene a mano anécdotas a la vez tremendas y maravillosas. En su biografía alardea de haber ejercido como testigo de comisiones lideradas tanto por el Congreso como por el presidente de EEUU. Luttwak es peligroso.

Pero es un personaje perfecto de estos tiempos. Mientras McNamara, Kissinger y Rumsfeld sirvieron a un único jefe, Luttwak, como toda empresa moderna, ha preferido globalizarse. Por eso trabaja para todas las fuerzas armadas de su país y también para las de otras naciones aliadas, sin olvidar a las corporaciones e instituciones financieras internacionales. Es decir, Luttwak no solo es global sino que además es freelance. Es la encarnación del concepto de coach estratégico: te ayudará a ser lo que siempre has querido ser y no podías. Su hija, decidida a filmar un documental sobre él, preguntó a un conocido común si la idea le sorprendía. El hombre respondió: «En absoluto. A todos los demás nos daría miedo hacerlo».

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Nixon y Kissinger

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Rumsfeld, Bush y Cheny

Ante la pregunta de si un consejero político es un coach, Herrscher aclara: «Una vez que la persona que recibe el coaching –el coachee— ha ampliado la mirada, el siguiente escalón es pasar a la acción. Entonces la persona planifica acciones acordes al futro que vislumbra. A eso se lo llama diseño de acción. Pero es el coachee quien debe actuar en función de su visión de futuro, yo no puedo decirle qué hacer». Lo cierto es que sin el apoyo del coach, el coachee nunca habría llegado a la acción. Comentamos los casos citados y volvemos al concepto del coach como consejero. Herrscher concluye: «El coaching no es un consejo. Un consejo es lo yo haría en tu lugar. El coaching es ayudarte a definir qué harías tú en tu lugar».

El clásico japonés Hagakure advierte que el ‘Camino del samurái’ está por encima de la virtud. Es un conocimiento superior al corriente, y la virtud, observada desde ese punto de vista, resulta superficial. No es sencillo encontrar el Camino, pero hay un manera de hallarlo: consultando la opinión de otros. Pues incluso quien no ha alcanzado la perfección en el Camino es capaz de ver a los demás desde afuera. «Me recuerda a un dicho típico en el juego del go», dice el autor Tsunemoto. «Quien ve desde afuera tiene ocho ojos».

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3 Comments ¿Qué opinas?

  1. Una ejemplar lección de historia y de consejeros históricos. Discrepo completamente del encabezado , ninguna de las figuras históricas aquí contempladas son coaches, sino consejeros o asesores y hay, creanme, una gran diferencia entre ambas disciplinas.
    A pesar del error, el articulo me ha resultado interesante e instructivo. Gracias!

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