Agatha Christie surfeaba y Ramón y Cajal estaba ‘mamadísimo’: el deporte también es cosa de ‘nerds’

7 de septiembre de 2022
7 de septiembre de 2022
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portada deportes y nerds

Suele servir de guion habitual en las pelis de la siesta de los sábados: un o una antagonista con sed de venganza a quien el rencor le impide superar su pasado de empollón en el instituto, marcado por el bullying que sufría por parte del chico y/o de la chica más popular. Él, estrella del equipo de baloncesto. Ella, jefa de las animadoras. Deportistas con cuerpos esculturales y escasa competencia intelectual (la mayoría de las veces), que se burlaban del aspecto físico y de las nulas habilidades físicas de su víctima, la que, a la postre, se convertirá en verdugo.

En esa parte del imaginario colectivo que gusta de regodearse de este tipo de lugares comunes, el ser inteligente, culto o tener ciertas inquietudes intelectuales es incompatible con destacar en los deportes.  

Aunque, en realidad, el tópico dejó de tener vigencia hace tiempo, si es que alguna vez fue realmente consistente. Porque ya en tiempos de Platón, y también después en los de Aristóteles, se consideraba que la educación física era vital para la consecución de una sociedad perfecta. Su práctica, aseguraban ambos filósofos, no solo contribuía al cuidado del aspecto físico y de la salud de los ciudadanos, sino también al desarrollo de sus valores morales y de sus capacidades intelectuales.

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Estatua de Aristóteles situada en Stageira de Grecia (Shutterstock)

Los romanos o, mejor dicho, uno en concreto, Décimo Junio Juvenal, dejó para la posteridad la famosa frase mens sana in corpore sano. Siglos después le vendría al pelo al barón de Coubertin, que acabó usándola como lema para el relanzamiento de los Juegos Olímpicos de la era contemporánea. Un evento que suele celebrarse precisamente en verano, momento en el que muchos aprovechan las vacaciones no solo para ver las eliminatorias de tiro con arco (en los veranos que toca olimpiadas) mientras apuran el desayuno, sino también para enfundarse las zapatillas, las gafas de nadar o las mallas de yoga y quemar unas cuantas calorías extra.

Algo que, en su día, también hicieron ilustres científicos, pensadores o escritores que pasaron olímpicamente (nunca mejor dicho) de eso de que el deporte no está hecho para intelectuales. 

Agatha Christie, por ejemplo, era una asidua a los deportes de verano. Al surf, concretamente. A la británica se la considera como una de las mujeres pioneras de este deporte que practicó por primera vez en un viaje a Sudáfrica junto a su primer marido. En algunas de las cartas que Christie envió a su madre puede comprobarse el chute de adrenalina que le inyectaba el cabalgar las olas:

«¡Oh, era como estar en el cielo! Nada como eso. Nada como correr por el agua a lo que parecía una velocidad de unas doscientas millas por hora».   

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Agatha Christie (Wikipedia)

Jack London fue otro enamorado del surf. En su caso, fue durante una accidentada travesía en velero que le llevó  hasta Hawái cuando descubrió un deporte que practicó durante años junto a su esposa y que después importaría a las playas de California.  

Otro escritor que probó a subirse a una tabla de surf fue Mark Twain, aunque, en su caso, con suerte bien distinta a la de los anteriores. Así describió su experiencia en La vida dura:

«Intenté surfear una vez y fallé consecutivamente. Estaba con la tabla situado en el lugar correcto, en el momento apropiado, pero perdí el contacto con ella y me caí. La tabla llegó a la orilla en medio segundo, pero sin su carga, y yo me golpee contra el fondo al mismo tiempo, con un par de olas cayendo sobre mí. Nadie salvo los nativos han conseguido dominar el arte del surfing».

SOY INTELECTUAL, ¿A QUÉ QUIERES QUE TE GANE? 

La deformidad congénita en su pie derecho que le provocaba una evidente cojera no impidió a Lord Byron practicar varios deportes, entre ellos esgrima o hípica. También críquet, aunque por las críticas a su actuación en uno de los partidos en los que participó el escritor romántico por parte del capitán del equipo de la escuela de Harrow, esta disciplina no debía de ser lo suyo. Donde sí parecía encontrarse como pez en el agua, nunca mejor dicho, era practicando la natación, deporte que le permitía que su discapacidad pasase casi inadvertida. 

Kafka también fue un gran aficionado a la natación. Este deporte, además, contribuyó a que el autor de La metamorfosis se deshiciera de muchos de los complejos que tenía sobre su físico. Eso, al menos, confesó en Diarios de esta forma:

«…en las escuelas de natación de Praga, Königsaal y Czernoschitz, he dejado de avergonzarme de mi cuerpo».

Además del crol y la braza, Kafka también fue un habitual del remo, actividad que practicaba en el río Moldava a su paso por la capital checa. 

La natación fue uno de los deportes que solía practicar el psiquiatra y neurólogo Oliver Sacks. Y es el favorito de la escritora española Soledad Puertolas. También nadaba Hemingway. Aunque para el escritor norteamericano, más que un deporte, era «un juego» ya que, en su opinión, solo existían tres disciplinas que podían considerarse deportes: los toros, el automovilismo y el montañismo Desde su punto de vista, el deporte implicaba el enfrentamiento a una fuerza superior: en el caso de los toros, era el propio animal; en el automovilismo, la velocidad y la lucha contrarreloj, y en el montañismo, la naturaleza. 

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Ernest Hemingway (por Hanifa Musayeva – Shutterstock)

Sea como fuere, el autor de El viejo y el mar, quien durante un tiempo se ganó la vida como periodista deportivo, también destacó en otras muchas disciplinas, entre ellas el boxeo. Un deporte que también practicó Joan Miró, que también le daba a la comba y al yoga, entre otros. 

Santiago Ramón y Cajal fue otro de los apasionados del boxeo, pero, sobre todo del culturismo. El premio Nobel empezó a cultivar su físico a los 18 años, dicen, para conquistar a una chica. Se apuntó a un gimnasio en Zaragoza a cuyo propietario pagaba dándole clases de anatomía, ya que, por aquel entonces, ya había iniciado la carrera de Medicina. Aunque de mayor llegó a avergonzarse del excesivo culto al cuerpo que invirtió durante sus años de estudiante, en aquellos momentos debió de llegar a ser lo que los jóvenes de hoy catalogarían como un tipo mamadísimo, a tenor de su propia descripción:  

«Ancho de espaldas, con pectorales monstruosos, mi circunferencia torácica excedía de los 112 centímetros. Al andar mostraba esa inelegancia y contorneo rítmico característico de los forzudos o Hércules de Feria».

Quien también debió de lucir tableta bajo su túnica fue el mismísimo Platón. No en vano, este no era su nombre: en realidad se llamaba Aristocles. El apodo Platón se lo puso su profesor de gimnasia y viene a significar algo así como «aquel que es ancho de espaldas». Además de crear el mito de la caverna, el filósofo desmontó hace más de 2000 años otros como el de que para ser un hombre sabio hay que ser un tirillas. 

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