El otro final de… Harry el sucio

15 de julio de 2013
15 de julio de 2013
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Con su placa en la mano, el inspector Callahan analizaba la situación mientras Escorpión se hundía en el pantano. Tras la última burbuja de vida antes de que aquel loco desapareciera en el lodo, Harry pensó que lo mejor era mandar todo al carajo, incluido el departamento de policía de San Francisco donde trabajaba desde hacía veinte años. En un ataque de fría cordura lanzó la placa al agua y no se supo más de él en la ciudad.
Con su mujer muerta y sin cargas familiares, creyó encontrar la solución a sus males poniendo distancia de por medio. Con gran abatimiento y desolación empeñó su Magnum 44 y se dirigió el aeropuerto rumbo a Australia.
La sensación de caminar por una ciudad desconocida sin su revólver le resultaba extraña. Sin embargo, Sidney, necesitada de intelectuales, le acogió con los brazos abiertos. Harry Callahan, con su típica chaqueta de tweed con coderas y su aspecto algo desaliñado, colaba perfectamente como sesudo pensador snob y no le costó conseguir el puesto de profesor de teatro en un prestigioso internado de las afueras.
Con tradición puramente británica, el centro era un ejemplo de disciplina, por lo que Harry se sintió rápidamente fuera de lugar, acostumbrado como estaba en San Francisco a que todos se le subieran a las barbas. La educación iba en contra de sus principios.
Pronto notaron sus alumnos que el nuevo profesor de teatro era especial. Incapaz de utilizar más de dos músculos de la cara a la vez, Harry intentaba conectar con ellos tan solo con la mirada. Inexpresivo y sin haber sonreído en los últimos quince años, las clases de teatro pronto derivaron hacia otra cosa.
Un día Harry se presentó con un Magnum 44 comprado en el mercado negro. Pidió confidencialidad a los alumnos que, flipando, se iban pasando el arma de pupitre en pupitre. El revólver era de tal tamaño que el director del colegio creyó que se trataba de atrezo para una obra. Y de hecho así fue.
La obra se llamaba Sé lo que estás pensando, cerdo  y contaba con pelos y señales la detención de Escorpión de hacía unas semanas. Jamás en la historia del colegio, que por cierto era de dos siglos, se había visto una cosa igual. Litros de jugo de tomate corrían por el escenario salpicando a los de las primeras filas y sesos de cordero volaban entre el público como si fueran humanos. La Srta. McKintire, jefa de protocolo, vomitó en la pernera del pantalón del director y varios alumnos, los más enclenques, sufrieron lipotimias.
La clase del profesor Callahan estaba encantada con él, no así  el claustro de profesores, que no vieron en aquella representación un ejemplo del refinamiento propio de la Commonwealth.
Tras una votación unánime, Harry fue ‘invitado a marcharse’. Aceptó el despido sin inmutarse, impertérrito, con los ojos ocultos tras sus gafas de sol. Fue una experiencia corta pero intensa y le sirvió  para dos cosas: se dio cuenta de que lo suyo no era la docencia y además le permitió formar un grupo selecto que acabaría con la carroña de los bajos fondos de la ciudad.
Sí. Un total de siete de sus alumnos dejaron el colegio con el consiguiente disgusto de sus padres y siguieron a su nuevo mesías. Entre ellos está el conocido como Lobezno, que ha creado moda con su peinado igual al de su mentor. Hoy, se les conoce como Los Ocho de Callahan y gracias a ellos Sidney es una de las ciudades más seguras del mundo, por lo que el grupo cuenta con una generosa subvención del Ministerio de Turismo y tienen encargos por medio mundo.
“Anda, alégrame el día”.
Harry Callahan
Ahora dinos a qué libro o película le cambiarías el final y tus deseos serán órdenes.
Rafael Caunedo es escritor, profesor de escritura creativa, redactor y decorador.

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