El tecnopunk cumbianchero es dios y Los Ganglios son sus profetas

Lo de estar en constante movimiento, creando situaciones inusuales y música de la que te hace sentir inquieto (en el buen sentido, si lo hubiere, de la palabra) tiene que ser muy cansado. Sin embargo, también es muy divertido. A Los Ganglios les parece, además, una receta contra la autocensura y la autocomplacencia. «No queremos acabar siendo tres mamones cansinos apretando botones», dicen. Con esa actitud hacen su tecnopunk cumbianchero (sí, eso), con la de pasárselo bien haciendo lo que les da la gana.

Si son aficionados a la cultura de masas, a aquello que te apacigua el alma y te hace entrar en comunión espiritual con otros muchos miles de personas, lárguense de aquí sin apelotonarse. La comunión humana que provocan Los Ganglios existe, pero no es para todos los públicos. Por suerte. Xoxé Tetano, Rafael Filete y Leli Loro venían de bandas multitudinarias, en las que ponerse de acuerdo era complicado. Así que, ahora, «entre los tres intentamos hacer algo más posmoderno-electrónico, porque teníamos ganas de usar máquinas, siempre fieles al punk y a la premisa de no poperizarnos», explican.

«Nos va bastante bien con el reclutamiento de fans, pero de dominar la Tierra estamos todavía un poco lejos. Todo llegará. No nos mola nada ese rol de sometedores, pero quién sabe si tal vez le cogemos el gusto al estallido del látigo cuando sea nuestro brazo el que lo sacuda».

El grupo tienen una misión en teoría sencilla. «Queremos hacer lo que queremos, sin autocensurarnos. La autocensura es un monstruo que está a la orden del día. Los creadores de hoy se cortan a sí mismos las alas por la creencia de que así entrarán mejor en ciertos circuitos comerciales».

Los Ganglios piensan que todo lo que son viene dado por el hecho de ser fieles y coherentes con lo que piensan. «Creamos para divertirnos, no esperamos satisfacer el gusto de nadie. No tenemos miedo al disparate, creemos que preocuparse por congraciar con cierto público es un error porque, en realidad, nadie tiene ni idea de qué es lo que los demás desean escuchar», cuentan.

Por las mañanas, desayunan «copla, rap, punk, hardtechno, folk, cantautores coñazo o balada romántica. Suponemos que es lo que hace hoy todo el mundo con las ventajas del internet, puedes ver y escuchar lo que te apetece en cada momento, y eso inspira mucho. Antes fumábamos para inspirarnos, pero ya no».

El resultado es un cóctel de difícil definición pero que consigue mover el cuerpo sin aparente esfuerzo. Hacen música y hacen humor en un escenario digital que ayuda a que sus creaciones corran por la red como Díaz-Ferrán delante de la vergüenza, a toda leche. «Amamos el humor, nos parece que es una cosa muy seria. Por eso precisamente aborrecemos el chiste fácil, para hacer humor hay que afilar un poquito el lápiz».

La vena surrealista les sale sola. «No nos gustan los textos muy directos que se ciñen a explicar algo con todas sus letras, de pe a pa. Preferimos abordar los temas con rodeos, a través de la anécdota o el detalle aparentemente superfluo. También nos inspiramos en nuestros propios sueños, que son una fuente cristalina de surrealismo», señalan.

La esencia de Los Ganglios es eminentemente punk. Lo de eitquetar su música como tecnopunk cumbianchero es una llamada más de atención. «No queremos acabar amamonados dando un recital autocomplaciente. Además, «lo pop» no es de bailar mucho, es un rollo un poquito zombi burgués. Lo bakala, lo punki y lo cumbiero tiene más energía y más rabia. También tenemos canciones pop, porque el pop es un género bonito del que no renegamos, pero para los directos siempre hemos pensado que el contenido de tecno y punk debe superar en porcentaje al de pop, por cuestiones de subiduki».

Si alguien quiere experimentar el subiduki, tiene la oportunidad de hacerlo en Sevilla, el 28 de diciembre, en la sala Fun Club. El bolo lo organiza la entidad de divulgación de los 8bits Familiar y sí, efectivamente, las entradas anticipadas se venden en una panadería llamada El Rincón Orgánico. Mola todo, ¿eh?

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Patrick Thomas

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