A David Sánchez le basta una portada para explicar a Dios. En poco más de un palmo de largo y poco menos de un palmo de ancho, el dibujante muestra la vida: el corazón que siente, el cerebro que trajina, y las matrices, las estrellas, lo infinito.
El resto de páginas de En otro lugar, un poco más tarde (Astiberri, 2019) introducen al lector en un viaje propio. Puede ocurrir que no entienda nada; lo que no ocurrirá jamás es que lo deje igual. Este cómic es una sacudida; una agitación para esa percepción que la razón no alcanza. Y David Sánchez le ha puesto música: el tecno que oía mientras aparecían estas páginas está en la playlist de Spotify que lleva el mismo título que el tebeo.
En tu último libro hablas de orígenes. ¿Cuál es el origen de este cómic?
No trabajo con guion. Parto de pequeñas ideas en las que me inspiro y voy improvisando la historia. Hay cosas de las que quiero hablar: cosas muy abstractas. La manera en la que quiero hablar de ellas también es muy abstracta. Y por fin en este tebeo he aprendido a hablar de cosas abstractas de una manera abstracta.
No hay una intención de «cuento esto, para que el lector piense esto». Me voy dejando llevar. Lo único que sé es de qué quiero hablar. Es siempre lo mismo: de Dios… En este caso quería hablar también del principio de las cosas, de estas cosas para las que yo no tengo palabras. Y cuando no tienes palabras, para eso está el arte. Y como yo lo que hago son cómics, ahí que me tiro. Mi manera de trabajar es muy parecida a la de un pintor abstracto, pero lo que hago son cómics.
¿Buscas que cada lector se pegue su propio viaje o eso surge sin que sea tu propósito?
Yo sé que lo que hago es así. No te estoy contando una cosa concreta. Sí hay una narración lineal y sencilla, pero deja por debajo mucho lugar a que tú interpretes y saques tu movida de ahí. Los maestros espirituales hacen eso: tienen una experiencia, ponen palabras a esa experiencia y la transmiten de una manera didáctica. Pero yo no soy un maestro espiritual; soy un dibujante. Si intento poner palabras a estas cosas, al final eres una especie de Gandalf, ¿no?
El título del cómic es impresionante: En otro lugar, un poco más tarde.
Pues mira, te lo voy a contar. A mí, no hay cosa que más me guste que un título superbien puesto. Me encanta. Pero soy malísimo para eso. Yo nunca sé cómo va a acabar una historia. Voy tirando para adelante y cuando ya la tengo terminada, todavía no tengo título. Se lo enseñé a unas personas de confianza: Paco Alcázar, Manuel Bartual y Santiago García (son mis amigos desde hace tiempo y siempre compartimos lo que hacemos) y les encantó.
Yo tenía un título provisional; era el título de la carpeta donde estaba guardando todo: New Age. Pero no quería ponerle ese título y no tenía ninguna idea. Y cuando se lo enseñé a esta gente, Santiago García me propuso ese título. Me dijo: «¿Por qué no le pones En otro lugar, un poco más tarde? Es una de las pocas frases que aparecen dentro del libro». Y dije: «Claro, ya está. Adjudicado. Hay cuatro frases en el cómic y una de ellas le queda perfecta, pero yo no me había dado cuenta». Es un título que remite un poco a mi cómic anterior, Un millón de años, una movida que habla del tiempo.
El cómic es pura psicodelia y un viajazo por distintos planos.
Claro. No me gusta hablar de esto, pero con este tebeo ya es inevitable. Es abiertamente psicodélico. Es mi fuente de inspiración; son mis experiencias psicodélicas. Todo me viene de ahí: de las cosas que recibo, las cosas de las que quiero hablar y la manera en la que quiero hablar, con toda esa pirotecnia que ves en estos viajes.
¿Te gusta Philip K. Dick?
Sí, claro. En el libro quería hablar de esa idea irrefutable de Philip K. Dick de que no sabemos qué es la realidad y podríamos estar insertados aquí, ahora mismo, con unos recuerdos implantados, y no habría manera de averiguar que eso no es así. Con que salgas una vez de Matrix, ya no puedes volver. Es lo que le pasa a uno de los personajes. Es el que menos interactúa en la historia porque lo que le pasa es que la salida de Matrix es tan bestia que ya se queda pillado.
¿Es una reflexión sobre la vida y la especie humana? ¿Es uno de los temas que te interesaba abordar?
Sí, pero es un mensaje muy abstracto. ¿Cómo hablas de la vida? No tengo un discurso muy intelectualizado o muy racionalizado de lo que quiero decir. Son estas cosas que te vienen cuando te metes ciertas sustancias. Estas ideas sobre Dios, el universo, que ya se te quedan. No es como cuando te lo dice un cura: «Te tienes que creer esto». No, has visto el diseño de todo. Lo has visto tú. Lo has entendido. Entonces ya te quedas como el personaje ese… ja, ja, ja… No hay vuelta atrás. No puedes hablar de otra cosa artísticamente. A mí me obsesiona. Es un todo muy grande: es Dios, es la vida, es todo a la vez. Y, para mí, la mejor manera de hablar de eso es hacer un cómic psicodélico. Igual que las plantas te hablan sin palabras, y lo recibes y lo entiendes. Yo quiero transmitirlo igual: de una manera abstracta para no parecer un Gandalf.
Es un cómic que provoca más sensaciones que reflexiones. Después de leerlo, te quedas medio loco, medio revuelto. Necesitas un tiempo para que esas emociones vayan bajando y, en su poso, empieces a entender algo.
Lo que menos me interesa del cómic son las historias convencionales. Yo no soy escritor. Estoy aprendiendo a hacer cómics. El cómic es un medio en el que tú tienes que manejarlo todo: la composición, el diseño, el dibujo, la narrativa… Hay que ser bueno en muchas cosas. A mí no me interesan las historias con una trama. No sé hacer eso. Para mí, las historias son un pretexto para hacer otra cosa. Lo que me interesa está más allá de la trama. Me interesa transmitir las sensaciones que tengo en mis viajes o la especie de poesía que se crea entre la imagen y el texto. Yo qué sé. Por eso hago historias que no tienen trama. Son un avanzar de cosas que te llevan a un sitio. Me interesa mucho más la abstracción, las sensaciones, el viaje.
Lo más habitual es que nos den las historias cerradas, pero en tus cómics el lector tiene que poner su parte. Todo está abierto. Obligas a la interpretación personal (o el desconcierto).
Claro. Esa es tu misión cuando cuentas una historia: contarla al lector, y contársela bien, y contárselo todo, y no dejar mucho trabajo para él. Pero a mí, cuando hago un cómic, lo que menos me interesa es contar una historia. Lo que tú has disfrutado de este tebeo es todo lo que hay por debajo, el lugar a donde te lleva.
En este cómic vuelven a aparecer calaveras. Dibujas muchas calaveras.
Sí, es algo que me obsesiona. Siempre asociamos los esqueletos a la muerte, pero también son la vida. Es nuestra estructura; somos así por dentro. A mí, como dibujante, me obsesiona la anatomía. La calavera, para mí, no es solo el símbolo de la muerte. Es mucho más. No sé por qué. Tampoco me he parado a pensarlo.
No hace falta racionalizar las obsesiones. Solo hay que dejarlas salir.
Claro. Pero siempre que saco un tebeo me veo obligado a racionalizar un poco todo lo que he hecho de una manera contraria a lo racional.
No hace falta buscarle un sentido si no lo tenía cuando surgió. Si aparece a menudo, es porque, para ti, tiene un significado potente.
Para cada persona tiene un significado. Una calavera es un símbolo poderosísimo; es un arquetipo. A mí me interesa hablar de esa manera porque los símbolos te dejan a ti la interpretación y porque es como me hablan a mí las movidas que me meto: con arquetipos, con imágenes, con símbolos.
¿Qué otras obsesiones dirías de ti? Y no hablo de obsesiones en el sentido de rayaduras. Para mí, son el motor de la genialidad.
Yo tengo carácter obsesivo. Mi obsesión principal es el dibujo. Es algo que no me ha abandonado nunca. No puedo parar de aprender, de interesarme, de avanzar. Y luego me obsesiona la idea de Dios, de la realidad, de qué cojones hacemos aquí, qué es esto. Para ti es normal estar viva, tener dos piernas, una mente… La mente nos capta y hace que las cosas sean lógicas. No te paras a pensar sobre ellas. Pero… es como si ciertas sustancias desactivaran esa parte del cerebro y ya nada es normal. Lo normal deja de ser normal y pasa a ser todo un milagro. Yo qué sé… Es que no me mola hablar de esto porque me veo como un Gandalf o un personaje de Dragon Ball.
Ja, ja, ja…
Por eso hago cómics abstractos. Lo que pasa es que luego me preguntáis…
Y te jodemos la vida. Pero está claro: no todo tiene que decirse en palabras. Ciertas vivencias no tienen que expresarse mediante el lenguaje.
Es que yo soy dibujante. Las palabras son el mejor método para comunicarnos y describir las cosas. Pero a mí me interesa más el arte y expresarme de una manera artística a través del dibujo. Quizá lo que choca un poco es que estamos acostumbrados a ver cosas abstractas en otros medios artísticos. En el cómic, no estamos muy acostumbrados a ver idas de olla. Lo normal es una historia con trama; o la novela gráfica, que ha estado muy de moda; la autobiografía y las historias muy personales…
Eso es lo que hace que tus cómics sean tan «tus cómics», «los cómics de David Sánchez». La primera reacción es que te quedas flipado: ¿qué es esto? Luego empiezas a asimilar.
Y este es el más psicodélico. Es abiertamente psicodélico. Siempre hay ese punto en mis cómics, pero, claro, en este es ya… Pufff… Ya ha reventado la cosa. Y estoy viendo en las redes que algunos están flipando. Estoy supercontento.
En los (4?) años que llevo leyendo yorokobu no había leído una caca de esta entidad. Sacrilegio cerebral; reciclar