“Debemos enfrentarlo en equipo”; “nada mejor que un equipo”; “deberíamos trabajar más en equipo”; “el logro no es de nadie en particular sino del equipo”. La ‘equipitis’ (del francés equipe, ‘grupo de personas organizado para la realización de una tarea’, y el sufijo griego ῖτις, ‘inflamación’) es una inflamación de las relaciones de la membrana mucosa que recubre el interior de las organizaciones de mamíferos humanos y que se extiende a la parte anterior de la inoperancia relacional.
Su riesgo, dependiendo de lo desarrollada que esté, puede llegar a ser muy grave, llegando a inmovilizar completamente la capacidad de realización individual. En algunos casos, se extiende a todas la organizaciones e impide una vida normal; así puede llegar a incapacitar la iniciativa personal. Si la ‘equipitis’ no está muy avanzada, puede tratarse con antibióticos especializados y sesiones de terapia.
Presentan unas manifestaciones comunes en las expresiones: “el capital humano es nuestro principal activo”, en la recurrente apelación al coaching de equipos, machacona insistencia de la necesidad de sinergias que, finalmente, provocan enrojecimiento, fotofobia y lagrimeo. En algunos casos extremos se han llegado a observar legañas matutinas en las ‘equipitis’ infecciosas, ganglios aumentados de tamaño en las víricas, prurito en las alérgicas, etc, con una duración entre uno y tres meses.
La magnificación producida por la inflamación del equipo, no como medio sino como fin, se adueña peligrosamente de algunos proyectos empresariales. “Ayúdenos, señor consultor, a que seamos un buen equipo”. Parece que el resultado es irrelevante y que, “si perdemos siendo un equipo”, tiene sabor de victoria. Penosamente, los aquejados de ‘equipitis’ confunden armonía y bienestar social con equipo. Lo de uno es de todos, lo importante es participar, todos son los mejores, no hay contribución pequeña, todos somos igual de importantes y el valor del consenso en todo momento empalaga el discurso.
La ‘equipitis’ puede llegar a ser grave en los casos en que la armonía grupal se concentran en un número reducido de personas. Expresiones claras caracterizan el comportamiento de sus miembros, que reiteran siempre el mismo mensaje: “qué buenos somos y qué mal nos tratan”.
Afortunadamente, existen inequívocos indicadores para el diagnóstico diferencial con otras patologías. Dos son claros y de fácil uso. El primero: la ausencia de conflictos. Quizá es el indicador más claro de que se está padeciendo una ‘equipitis’. En segundo lugar, la dificultad en incorporar o perder miembros, siendo vivida esta como amputación o atentado a la capacidad del grupo.
Si bien es cierto que la ‘equipitis’ satisface necesidades personales de seguridad y aceptación, su reproducción en las organizaciones es letal. Es necesario señalar que la ‘equipitis’ no sería objeto de trabajo y estudios si no fuera porque conlleva irremisiblemente “pactos de mediocridad”: la aceptación de banales decisiones con el fin de evitar entrar en conflicto con algún miembro del equipo, el uso escaso de la capacidad de sus componentes y la priorización del aparente bienestar sobre el riesgo de disgustar a cualquiera de sus componentes.
En casos extremos los miembros aquejados de ‘equipitis’ llegan a construir madrigueras que a modo de tupidas telarañas inmovilizan casi cualquier conducta que no sea consensuada por el grupo. Es preciso estar alerta con la única vacuna que se ha demostrado totalmente eficaz: “pero ¿para qué queréis ser un equipo?”.
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Francesc Beltri Gebrat es socio de Mediterráneo Consultores