Una erección que dura más de 400 años pero que nunca existió

31 de octubre de 2013
31 de octubre de 2013
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Sexo, poder, religión, nepotismo… La idea de erigir la estatua de Neptuno que preside la plaza del mismo nombre en Bolonia surgió de una mezcla de todos esos ingredientes. Pero en su creación también hubo ciertas dosis de expiación y sobre todo de ingenio, ambas por parte de Jean de Boulogne da Douai. El escultor, conocido también en su tiempo como Juan de Bolonia o Giambologna, jugó con la perspectiva para dotar a la obra de un efecto erótico con el que burló la censura impuesta por la iglesia.

Todo comienza con un sobrino agradecido, Carlos Borromeo. Desde que su tío se convirtiera en el papa Pío IV, allá por 1559, su número de títulos y honores no había dejado de crecer. Durante el replanteamiento de la Plaza Mayor de Bolonia, ciudad en la que ejercía de cardenal legado por la gracia de su tío, Borromeo vislumbró la ocasión de rendirle el homenaje que , en su opinión, el hermano de su madre merecía. El centro de la explanada, pensó, sería un buen lugar para levantar la estatua de Neptuno, el dios romano que gobernó los mares con la misma determinación que Pío IV dominaba por aquel entonces el mundo.

Es en ese momento cuando entra en escena la figura del escultor Juan de Bolonia, al que se le iba a encargar el proyecto. El artista acababa de vivir una frustrante experiencia tras perder el concurso frente a Bartolomeo Ammannati para la realización de, precisamente, la estatua de Neptuno en la Piazza de la Signoria de Florencia. Giambologna se tomó el encargo boloñés como una manera de desquitarse de su reciente fracaso.

Incluso se tomó la libertad de tomar importantes decisiones como dotar a la figura de un tamaño descomunal. Tanto es así que la estatua pasó pronto a ser conocida por los vecinos de Bolonia como Il Gigante. Aunque cuando el escultor sugirió que tanto o más descomunales debían ser los atributos masculinos del dios, Borromeo le dejó bien claro quién era el que llevaba el mando del proyecto.

Pero la negativa del religioso no frenó al de Flandes, quien tenía muy claro que la virilidad de Neptuno tenía que quedar patente en la obra de una forma más o menos evidente. Giambologna iba a tirar de astucia y de perspectiva. Así, si visto de frente o de lado, el aparato reproductor resulta proporcional al resto de la escultura y en aparente estado de reposo, la cosa cambia cuando uno la mira desde atrás y un poco escorado hacia la derecha. Desde ahí, el dedo pulgar de la mano izquierda se convierte, por obra y gracia de la ilusión óptica, en el miembro viril del dios en todo su esplendor. El escultor había metido un gol por toda la escuadra al sobrino del Sumo Pontífice y posterior santo. Bolonia 1-Borromeo 0.

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