KIPP: el nuevo tipo de escuela que es capaz de convertir en buenos estudiantes a casos perdidos

KIPP es un modelo de escuela que está proliferando en Estados Unidos. Consigue, con relativa facilidad, que estudiantes procedentes de barrios deprimidos o familias desestructuradas, sin un futuro halagüeño en su horizonte, acaben convertidos en excelentes estudiantes. Muchos de estos estudiantes, de hecho, son capaces de ingresar en universidades de prestigio del país.

El secreto de las KIPP no retoma el concepto casi dickesiano de la letra con sangre entra ni tampoco hace uso de asignaturas revolucionarias. El secreto reside en dos conceptos que, en puridad, son asombrosamente simples: fomentar el autocontrol y desvincular a los estudiantes de sus entornos, como si los mantuvieran en una burbuja en la que no puede penetrar la información externa.

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Excelencia en matemáticas

La Academia KIPP (Knowledge is Power Program, Programa El Conocimiento es Poder) es una escuela pública experimental que abrió sus puertas en el cuarto piso de la escuela universitaria Lou Gehrig de Nueva York a mediados de la década de 1990. Los estudiantes que tienen la fortuna de asistir a KIPP son seleccionados por sorteo. Aproximadamente la mitad de ellos son afroamericanos; el resto, hispanos. Actualmente, el modelo KIPP se ha copiado y ya existen más de cincuenta centros KIPP repartidos por todo el país.

La razón de su proliferación fue, en primer lugar, que la mayoría de sus estudiantes acaban amando las matemáticas. Lo cual ya constituye todo un rara avis, porque ¿quién de nosotros ama las matemáticas después de estudiarlas en el colegio? Tal y como explico en mi libro Cultiva tu memesfera:

KIPP nunca hubiera llamado la atención de las autoridades educativas. Hasta que descubrieron que KIPP presentaba un nivel académico anormalmente elevado en los resultados en Matemáticas, comparable a las escuelas más privilegiadas de Estados Unidos. Hacia el final del octavo grado, el 84% de los estudiantes de KIPP está por encima de la media del país. Por si esto fuera poco, muchos de los estudiantes de KIPP acaban confesando que Matemáticas es su asignatura favorita. (…) El secreto de KIPP no es otro que un control memesférico extremo de sus estudiantes. Gobernando la memesfera de todos ellos, cultivándola apropiadamente, consiguen lo impensable: que la mayoría abandone lo que fue hasta ese momento. KIPP, pues, no solo enseña Matemáticas… evita que te contamines de memes que te hagan creer que las Matemáticas son aburridas.

Controlando el tiempo

Para gestionar adecuadamente la información que reciben estos alumnos, la prioridad es apoderarse de su tiempo libre. A los niños de KIPP no les conviene tener demasiado tiempo libre ni que ese tiempo se vea contaminado de influencias externas a la academia (el ambiente de casa, su barrio marginal y degradado, los niños de la calle). En KIPP, un alumno se pasa de un 50 a un 60 % más de tiempo aprendiendo que en un alumno de una escuela pública tradicional.

Un horario típico en una escuela KIPP puede ser este, tal y como refiero en Cultiva tu memesfera:

Las clases comienzan a las 07:25 horas, y hasta las 07:45 se imparte un curso llamado Aprendiendo a pensar. Luego hay 90 minutos de inglés, 90 minutos de matemáticas, 60 minutos de ciencia, 60 minutos de sociales y 60 minutos de música dos veces por semana. Las clases finalizan a las 17:00 horas, pero después hay grupos de tareas escolares, castigos que cumplir en el aula, equipos deportivos, etc. Finalmente, la jornada puede alargarse hasta las 19:00. Los sábados también hay clases, de 09:00 a 13:00. Y en verano, de 08:00 a 14:00, durante tres semanas suplementarias en julio.

Como explica Malcolm Gladwell en su libro Fueras de serie, la situación de estos alumnos, aunque un tanto esclava, sería mucho peor si llevaran una vida más normal, si tuvieran más vacaciones y más tiempo libre. Porque su comunidad no les daría lo que ellos necesitan. Solo así se consigue que niños sin futuro académico destacable logren hitos casi sobrenaturales. El 84% de estos alumnos adquirirá un nivel de matemáticas exigible para su edad o incluso por encima de él. Y gracias a este rendimiento, el 90% de ellos conseguirá becas para prestigiosos centros privados. El 80% llegará a la universidad (en muchos casos, serán los primeros de sus familias en conseguirlo).

Autocontrol y empatía

Otro de los rasgos de distinguen las academias KIPP, además de su régimen espartano de horarios y trabajo escolar, es que fomentan el autocontrol y abordan a los alumnos con empatía. Ello lo explica ampliamente el psicólogo Walter Mischel en su libro El test de la golosina.

Mischel es célebre por sus experimentos sobre autocontrol con niños: en esencia consisten en encerrar a un niño en una habitación, con una mesa en cuyo tablero descansa una golosina muy seductora. Al niño le dicen que le dejarán solo cinco minutos y que, si no se come la golosina en ese tiempo, más tarde recibirá dos. Los niños que dominan su autocontrol para recibir el doble del premio son, porcentualmente, los que más tarde tendrán más éxito a nivel laboral, social e incluso emocional.

Posponer el placer de comerse la golosina incluso es un indicador de la salud cardiovascular futura, como sugiere un estudio de Tanya Schlam en el Journal of Pediatrics de 2013. Cada minuto adicional que un preescolar demoraba su satisfacción predecía aproximadamente una reducción de 0,2 puntos del Índice de Masa Corporal de su edad adulta.

Nuestro autocontrol viene determinado por los genes, pero también por el ambiente. Lo que hace KIPP es reforzar la parte del ambiente impartiendo asignaturas que fomentan el autocontrol. Así lo explica George Ramírez, un niño del sur del Bronx que, con 9 años, ganó un sorteo para acceder a KIPP (y actualmente ha obtenido una beca para estudiar en Yale), en el libro de Mischel:

El primer día que fui a KIPP fue el primer día que alguien creyó en mí. Mis padres me animaban, pero como padres sin conocimiento; el KIPP me animó con conocimiento y me dijo: «¡Creemos en ti, así que haz esto! Aquí tienes los medios». Las largas horas, el escenario, el punto de mira en el carácter y la preparación universitaria, el «amor duro» y las expectativas positivas. «Todos vosotros iréis a la universidad». Se nos enseña que hemos de procurar ser muy honestos. Si cometemos un error y hacemos algo poco inteligente, nos enseñan lo que necesitamos hacer, y sabemos que ellos lo hacen porque se preocupan.

La confianza en uno mismo de George, reforzada por un autocontrol a prueba de balas, no solo es palabrería de libro de autoayuda, sino que está fundamentada por numerosos estudios que abordan la cuestión desde el punto de vista de la psicología y la neurofisiología. Como el estudio de 2015 publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences por Shelley Taylor, fundadora del campo de la psicología de la salud y profesora de la Universidad de California en Los Ángeles.

Por esa razón, KIPP no deja nada al azar. Incluso la disposición del mobiliario responde a las necesidades de doblegar las predisposiciones biológicas de sus alumnos y, también, las influencias psicológicas del entorno del que proceden. Por ejemplo, el KIPP Infinity Elementary School, ubicado en la zona de mayoría hispana y africana del barrio de Harlem, en Manhattan, ha bautizado cada aula con el nombre de una universidad. En las paredes cuelgan banderines con temas inspiradores. UNITE, por ejemplo, es el acrónimo de Understand, Never give up, Imagine, Take a risk, Explore (Comprender, nunca abandonar, imaginar, arriesgar, explorar).

Cada aula tiene una silla llamada Silla de reflexión en la que un alumno alterado se puede sentar para pensar en lo ocurrido y calmar sus ánimos. Nada de alumnos castigados mirando a la pared. Frente a esta silla hay un reloj de arena y mensajes en la pared destinados a ayudar al niño a tranquilizarse: distánciate, respira hondo, cuenta a la inversa, imagina tu enfado flotando en globos de helio…

Además, en KIPP no todo es trabajo duro, sino que también se fomenta el compromiso con otros alumnos y los proyectos que inspiren ilusión en los mismos. Por ejemplo, a fin de que aprendan los valores del autocontrol y otras cualidades del carácter, y que superen fácilmente sus frustraciones y se recuperen de los fracasos aprendiendo a trabajar en un enfoque independiente, el plan de estudios concede un tiempo significativo de práctica personal con un compañero o un pequeño grupo independiente del profesor. Este tipo de iniciativa se usa para perseguir un reto que precise concentración y esfuerzo sostenido, y que no requiera la presencia del profesor. De hecho, en muchas ocasiones son los propios alumnos los que evalúan a sus compañeros.

Naturalmente, KIPP no es la panacea a todos los problemas educativos y dista de ser perfecta. De hecho, algunas de sus iniciativas han recibido críticas por ser demasiado autoritarias y algunos educadores se plantean si los niños, finalmente, son felices o no en un régimen como el que impone KIPP.

Por ejemplo, el código indumentario y las formas (siempre hay que llamar señor a tu profesor) son muy rígidos. El SLANT (Estar bien sentados, Preparados para atender, Preguntar las dudas, Asentir con la cabeza, y Seguir con los ojos al profesor) no es, a juicio de K. C. Cohen, la consejera académica de la Academia Riverdale, tan importante como parece y añade estrés innecesario a los alumnos. Hay niños que necesitan mascar chicle o sentarse en una pelota en vez de en una silla con la espalda recta, y porfiar en lo contrario tal vez no mejore ni las calificaciones ni la actitud del niño en la vida real. Tutear a un profesor, según explica Cohen en el libro de Paul Tough Cómo triunfan los niños, tampoco constituye una falta de respeto.

Sea como fuere, KIPP ha constituido un cambio importante en las comunidades más desfavorecidas. Y, si bien deberá continuar mejorando sus programas, ha puesto de manifiesto que hasta los casos perdidos merecen una oportunidad.

Ilustración: Shutterstock

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Patrick Thomas

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