La primera chaqueta esmoquin —llamada así porque se inspiraba en la smoking jacket que se utilizaba en los salones de fumadores para preservar el traje del odioso olor de los puros, aunque más corta para ser usada también durante las comidas— fue una chaqueta de seda azul diseñada por Henry Poole en 1865 a instancias de Eduardo VII, tenaz innovador de la moda masculina. Desprovisto de la clásica cola de golondrina y en contraste con el código de vestimenta de la época, el primer esmoquin se creó como una prenda para llevar durante veladas informales en la campiña británica.
Sin embargo, de Inglaterra pasó rápidamente a ultramar. El empresario tabaquero Griswold Lorillard fue quien lo lució por primera vez en un local de Nueva Jersey, el Tuxedo Club (que dio nombre a esta prenda en Estados Unidos, el tuxedo). Desde ese momento el esmoquin se convirtió en una prenda de caballeros elegantes que frecuentaban clubes à la page.
Y así fue hasta 1966, cuando Yves Saint Laurent se atrevió a desafiar los códigos de la alta costura y decidió reinterpretar el rigor de esta prenda masculina adaptándolo a la silueta femenina. Había creado una leyenda de la moda: Le Smoking.
El esmoquin, un símbolo de empoderamiento femenino
Años sesenta. Turbulentos, inquietos, marcados por los cambios sociales y los movimientos culturales. En París ya se respiraba un aire de revolución, y las protestas estudiantiles y la nueva ola de feminismo impactaron al mundo. En este ambiente extraordinario, la fértil imaginación de un joven Yves Saint Laurent trastocó los códigos de vestimenta masculinos y femeninos de la época e interpretó el espíritu de los tiempos transformando el esmoquin masculino en un símbolo de empoderamiento y emancipación femeninos.
Fue entonces cuando llevó a la pasarela el primer traje sastre para mujeres que incluía un pantalón, una creación destinada a modelar para siempre los contornos estéticos del concepto de feminidad. Por aquella pasarela desfilaron dos esmóquines, uno de terciopelo de seda y otro de lana grain de poudre, combinados con blusas blancas de algodón con un lazo de satén negro al cuello. Y llegó el escándalo.
A mediados de los años sesenta todavía era muy controvertido que una mujer llevara pantalones en público. Por eso, durante el desfile, mientras las modelos subían a la pasarela, los críticos de moda se marcharon en señal de protesta, por lo que Le Smoking fue realmente una creación revolucionaria.
No fue la única anécdota que hablaba de lo revolucionario del modelo. En 1966, Nan Kempner, acaudalada socialité neoyorquina y musa del diseñador argelino, vistió uno de sus esmóquines para asistir a una cena en La Côte Basque, legendario restaurante de Manhattan. Cuando los propietarios la vieron llegar así al establecimiento, se le denegó la entrada: una mujer no podía vestir pantalones en un lugar como aquel. Como respuesta, Kempner se los quitó tranquilamente, transformando la chaqueta en un llamativo minivestido.
La inspiración
¿Quién inspiró al sastre en la génesis del mito? Algunos dicen que el estilo andrógino de la modelo Danielle Luquet de Saint Germain; otros, que el uniforme masculino de la artista Niki de Saint Phalle. Aunque, sin duda, fue un icono del cine de principios del siglo XX el que despertó el interés de Saint Laurent: «Me impresionó profundamente una fotografía de Marlene Dietrich […]. Una mujer vestida de hombre debe estar en el colmo de la feminidad para llevar un traje que no es el suyo».
Femeninas y ultraseductoras fueron, sin duda, las mujeres que lucieron posteriormente su creación: de Catherine Deneuve a Bianca Jagger —que lo llevó en su boda con Mick Jagger—, pasando por Betty Catroux, paladina del look andrógino y minimal chic. Sin olvidar esa icónica foto que muestra a la actriz Vibeke Knudsen, fotografiada por el maestro del eros, Helmut Newton, para la edición francesa de Vogue en 1975.
La silueta de una mujer bella, altiva, con el pelo corto à la nouvelle garçonne destaca en las suaves luces de la noche del Marais. Entre sus dedos, un cigarrillo y ni un centímetro de piel desnuda, envuelta en un traje masculino de corte impecable. Andrógina y orgullosa, con la mirada perdida en la penumbra, destila sex appeal y feminidad. La consagración a nivel visual de la creación del modisto francés.
Le Smoking era, en palabras de Yves Saint Laurent «una prenda indispensable para la mujer. Un vestido de estilo, no de moda: la moda se desvanece, el estilo es eterno»; pero fue también una provocación que dio lugar al nacimiento de un mito.
Símbolo de una mujer refinada pero inconformista, que no teme llevar ropa de hombre, el esmoquin de Yves Saint Laurent dio un vuelco, de un plumazo, al código de vestimenta hombre-mujer de la época. Tomó prestada una prenda del armario masculino para liberar el cuerpo femenino, interpretando al máximo el espíritu (chispeante) de la época.
De este modo, rompió definitivamente los estereotipos de género y difuminó aún más la frontera entre la irreverencia y la ambigüedad; entre la fuerza y la gracia, la personalidad y el carisma. Desde ese momento, las mujeres tuvieron la posibilidad de hacer suya una prenda que había sido sinónimo de poder a lo largo de los siglos.
Aunque creo que modisto está aceptado por la RAE, no entiendo la necesidad de utilizarlo en el titular de un artículo, cuando modista, el modista Yves Saint Laurent, estaría perfectamente. A veces el lenguaje ya es inclusivo y neutro, y no decimos el artisto, el periodisto, el iconoclasto.