Usar la arquitectura para cambiar física y socialmente las cinco zonas con mayor índice de delincuencia de Venezuela. Y hacerlo mano a mano con los vecinos, que se convierten en diseñadores y obreros de su propio barrio. Es la filosofía de Espacios de Paz. Este proyecto experimental saca el design thinking de los ambientes artísticos para aplicarlo a los barrios marginales del país. Y tienen un plazo límite: solo cuatro semanas para llevar a cabo la revolución. El estudio español PKMN (Pac-Man) se ha sumado a esta iniciativa con un reto: crear una zona de ocio en uno de los barrios más violentos de Caracas, el fortín de la droga Pinto Salinas.
Un gallo paseando entre los escombros. Una caseta sospechosa. Charcos de agua sucia. Barro. Cables. Basura. Así es el centro de Pinto Salinas, uno de los barrios con mayor índice de violencia y ‘microtráfico’ de Venezuela. No hay lugar para una plaza a pesar de ocupar el corazón de Caracas. En este fortín de la droga, los desperdicios se han adueñado del terreno. El desnivel lo hace intransitable. Los niños no juegan. Los muchachos no estudian y se ‘pierden’ con 14 años. Los mayores trafican y las mujeres son mudas. No se escuchan risas. No existe el ocio. Un silencio incómodo invita a los vecinos a caminar deprisa, sin mirar al frente. Y los forasteros no son bienvenidos. Ni de día. Y menos de noche, cuando la escasa luz eléctrica apenas ilumina el paso.
Así se dibuja en la mente Pinto Salinas cuando se escucha hablar a Carmelo Rodríguez. Este arquitecto es cofundador de PKMN (Pac-Man), uno de los estudios españoles que el pasado verano se embarcó en el proyecto experimental Espacios de Paz. La iniciativa, puesta en marcha por los colegas venezolanos de Pico Estudio, se proponía utilizar la arquitectura para transformar física y socialmente los puntos con mayor índice de delincuencia de Venezuela. El plazo: cuatro semanas. ¿La metodología? La llamada ‘acupuntura urbana’. Esta filosofía busca las cualidades de cada barrio y aplica la presión suficiente en ellas durante un breve espacio de tiempo con el fin de lograr que cambie el entorno por completo.
Espacios de Paz, que ha llegado a convertirse en un proyecto del Gobierno de Venezuela, se puso en marcha con los ingredientes básicos. Los cinco puntos más conflictivos del país. Diez estudios de arquitectura: cinco nacionales y otros cinco extranjeros (de España, Colombia y Ecuador). Trabajo en colaboración con el pueblo. Asambleas mano a mano con los vecinos para escuchar sus necesidades. Presentación de propuestas por parte de los arquitectos. Debate; mucho debate. Y materia prima y mano de obra local: los vecinos son contratados para ser, durante cuatro semanas, los obreros de su propio barrio. Incluso las pequeñas máquinas que se adquieren para los proyectos se las quedan para futuras obras comunitarias.
La teoría, bajada a tierra, se traduce en proyectos ambiciosos: convertir una casa destinada al tráfico de droga y armas en un centro lúdico con cancha de baloncesto; un descampado abandonado en un bulevar con zona de juegos; un terraplén en un mirador-anfiteatro; y un palmeral en un huerto con vistas al lago. El reto de PKMN es el más complejo y necesario: reconvertir el ‘guardadero de droga’ de Pinto Salinas en la plaza del barrio, con zona infantil incluida.
El sentido práctico del proyecto convenció a estos arquitectos españoles: «Estamos especializados en el design thinking aplicado al espacio público y el desarrollo urbano. Estos proyectos experimentales se suelen desarrollar en festivales, contextos culturales o artísticos, en marcos efímeros. Y Espacios de Paz lo utilizaba, por primera vez, en un entorno real y mundano. Se llevaba a cabo en un barrio».
El objetivo es construir estructuras a base de técnicas y formas tan simples que los vecinos puedan replicarlas y hacer mejoras en el barrio ya de forma independiente. El estudio español, mano a mano con los compañeros venezolanos de Oficina Lúdica, lo llevaron a la práctica. Y con el acero cedido por el depósito municipal diseñaron sencillas formas triangulares. Era el elemento esencial para crear las plataformas que salvarían el desnivel del terreno. Era el paso uno. La piedra angular de la futura plaza.
Los Pac-Man son expertos en trabajar tanto con instituciones públicas como en la empresa privada. Y la metodología es muy similar. Un ejemplo curioso: la forma de cotrabajo que aplicaron con los vecinos de Pinto Salinas fue la misma que, una semana antes, habían utilizado con los trabajadores del Banco Santander en España.
Pero los comienzos no fueron sencillos en Pinto Salinas: los vecinos no entendían la dinámica del trabajo en equipo. Nadie es amigo de nadie. «Teníamos que retarles con la fuerza. Diciendo que, si no querían picar en su propio barrio, tendríamos que hacerlo nosotros…, los que veníamos de fuera». El ambiente en las chabolas de Pinto Salinas es humilde, pero muy agresivo. «No se fiaban de que varios arquitectos vinieran a su barrio y bebieran de su mismo vaso. Las diferencias entre clases sociales son muy fuertes; la figura del arquitecto no es la de quien baja a la obra».
No tardó en producirse el clic. Verse invadidos por extranjeros interesados en su barrio les hizo sentirse orgullosos. Porque era su terreno, su espacio y su gente. Y empezaron a colaborar. Sobraban manos y faltaban picos. «Pongo clavos para mí, para mi futuro, para mis hijos», se les oía comentar. Espacios de Paz se convirtió así en algo más relevante que la construcción de una plaza. No era solo una obra de mejora. Era la excusa para lograr que los vecinos salieran de sus casas, recuperaran su barrio e hicieran comunidad. La mejor forma de emplear a jóvenes cuyo único trabajo reconocido consiste en «vender cosas». Y entiéndase por esas cosas, desde zapatillas robadas a coches vendidos en el mercado negro.
Aun así, en este barrio no existe la ‘miseria de diseño’ que muestran películas como Trash o Slumdog Millionaire. En la vida real los cambios son continuos pero lentos. Y en Pinto Salinas, donde las tuberías de agua potable están en camino, los vecinos no tienen todavía ánimo para bailar por los tejados. «Son fríos y mantienen las distancias. Porque aquí la debilidad se paga. Incluso cuando te has ganado su confianza, la manera de darte su cariño es a hostias».
Solucionadas ya las tensiones, tocaba ponerse manos a la obra. Las barras de acero se convirtieron en triángulos. Los triángulos en plataformas. Y las plataformas en una plaza. Se obró el milagro. Los vecinos empezaban a soldar y taladrar a las seis de la mañana y no paraban hasta las siete de la tarde. Seguían trabajando incluso a oscuras.
Cuatro semanas después, la caseta sospechosa de Pinto Salinas estaba rodeada de vida. La llenaron de actividad. La pintaron de colores. Las ilustraciones de la fachada reivindicaban el esfuerzo de los vecinos por mejorar su barrio. No era para menos. En la plaza de Pinto Salinas ahora los ancianos charlan. Y los niños juegan. Incluso hay columpios. Se organizan bailes y comidas colectivas. Y lo más difícil: cada día hay menos rastro de trapicheos. «Aunque los alrededores siguen llenos de basura, la plaza está impoluta. Porque la han construido entre todos».
Tres meses después de que Espacios de Paz llegara a Pinto Salinas, los vecinos han vuelto a los sopletes para hacer otra mejora en el barrio: una media cancha de baloncesto. Esta vez solos pero unidos.
Más ‘Espacios de Paz’:
LA Y 5 DE JULIO. Este proyecto se ha llevado a cabo en una antigua sala de juegos utilizada también como despacho de tráfico de drogas y armas. El edificio está ubicado en una intersección de la calle 5 de Caracas; de ahí el nombre. La mayor complejidad ha sido coordinar a los vecinos para que trabajen en equipo. Y las mayores necesidades: habilitar una zona de ocio y construir una cancha de baloncesto que sustituya el improvisado tablero de la calle. En tan solo cuatro semanas, esta casa autoconstruida del centro de Caracas se ha convertido en lugar de encuentro vecinal. Cuenta con estudio de grabación, taller multiusos, sala de informática, sala de estar, terraza al aire libre y también una cancha de baloncesto con privilegiadas vistas.
CAPITÁN CHICO. El lago de Maracaibo, ubicado al Oeste de Venezuela, es el gran protagonista de este proyecto coliderado por arquitectos venezolanos, españoles y colombianos. Esta iniciativa de Espacios de Paz gira en torno al lago porque los habitantes de esta zona rural viven de la pesca. Y su dinámica social gira también en torno a ella. ¿Sus necesidades? Cobijarse del sol para poder charlar, sentir el vínculo con el agua dulce, contemplar el paisaje y mantener viva la cultura del pueblo indígena Añú. Con estas premisas, el palmeral ubicado en el frente playero del lago se ha transformado en una zona multifunción: un muelle balneario, un espacio de sombra para tertulias, un huerto jardín, un parque infantil y una cancha de arena para juegos tradicionales.
LA CARABOBO. El Chama es un barrio medianamente consolidado en el Estado de Mérida (Venezuela). En medio de este verde paisaje andino, la acumulación de escombros ha creado un gran desnivel en forma de cuña. Es un espacio intransitable; inutilizado. En constante diálogo y trabajo con los vecinos, los arquitectos –también de estudios venezolanos, españoles y colombianos- han reconvertido esta escombrera en un anfiteatro-mirador. La propuesta incluye, además, un vivero ecológico. Y todo ha sido construido con producto local: las piedras del nuevo mirador fueron sacadas del río Chama.
LOS MANGOS. El barrio de Los Mangos es un ejemplo de buenas prácticas organizativas. De sus 180 viviendas, 150 son autoconstruidas. La gestión es peculiar: las conocidas como “Guerreras de Los Mangos” forman el consejo comunal. Es un barrio referente. Incluso la comunidad cuenta con una herrería de propiedad social. Pero el acceso no les hace justicia: la entrada es un descampado abandonado y en desuso. Los vecinos, junto a arquitectos locales y ecuatorianos, propusieron crear una zona de juegos. La cubierta sería construida con el acero de la herrería. Crearon un bulevar. Utilizaron materiales reciclados como neumáticos y bidones. Pusieron iluminación. Lo pintaron de colores vistosos. Y el descampado se ha convertido en un punto seguro. El barrio, ahora sí, da la bienvenida.