¿Hasta dónde llega la imaginación de Julio Verne?

5 de noviembre de 2015
5 de noviembre de 2015
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Mucho de lo que ocurrió después, en el siglo XX, fue escrito en una pequeña habitación de Amiens. En esa localidad francesa trabajaba, cada día, en su vivienda, Julio Verne. Publicó casi cien novelas de aventuras que ocurrieron en el cielo, el mar, el fondo de la Tierra y el camino hacia la Luna. Pero Verne nunca inventó nada. El francés que de pequeño quería ser grumete devoraba publicaciones científicas y dedicaba sus tardes a estudiar en bibliotecas.
En esas lecturas encontraba los escenarios de sus novelas para adolescentes. Los conocimientos de la ciencia y las ambiciones de la época creaban el contexto de sus historias. Él, después, imaginaba una aventura. Pero siempre dentro de un orden. Nada de fantasear con tecnologías inverosímiles o criaturas de otro mundo. El escritor, tres años de su muerte en 1905, explicó al diario norteamericano The Pittsburgh Gazetter:

«Los libros en los que he insertado profecías sobre los descubrimientos más recientes de la ciencia no han sido, en realidad, más que medios tendentes a un fin. Le sorprenderá quizás saber que no me enorgullece particularmente haber escrito sobre el automóvil, el submarino, el dirigible, antes de que entraran en el dominio de las realidades científicas. Cuando he hablado de ellos en mis libros como de cosas reales, ya estaban inventados a medias. Yo me limité simplemente a realizar una ficción de lo que debía convertirse después en un hecho, y mi objetivo al proceder así no era el de profetizar, sino el de extender el conocimiento de la geografía entre la juventud, revistiéndola de la manera más atractiva posible. Cada hecho geográfico y científico contenido en cualquiera de mis libros ha sido examinado con mucho cuidado y es escrupulosamente exacto».

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La historia, en cambio, no haría caso de sus palabras. Verne quedó etiquetado como uno de los «padres de la ciencia ficción». Puede incluso que imaginara que eso sería así. Poco antes de morir, en la misma época que se publicó esa entrevista, un día, dijo al escritor italiano Pasquale Turiello: «Me siento el más desconocido de los hombres».
Su insistencia en decir que era un novelista de ciencia, y no un escritor fantástico, no sirvió para nada. La historia de la literatura le tenía guardado otro papel. Cincuenta años después de esa frase, en abril de 1955, una de las revistas más prestigiosas del mundo, The New Yorker, hablaba de él como «ese genio francés de la ciencia ficción, cuyos libros imaginaron un nuevo mundo de hombres y máquinas». Hoy la cosa sigue igual. O peor. En la Wikipedia lo proclaman, junto a H.G. Wells, el «padre de la ciencia ficción».
[pullquote author=»Julio Verne» tagline=»»]Todo lo que de grande se ha realizado ha sido hecho en nombre de esperanzas exageradas[/pullquote]
En ese gabinete donde el francés se convirtió en el segundo autor más traducido del mundo comienza la exposición ‘Julio Verne. Los límites de la imaginación’ que inaugura Fundación Telefónica mañana, viernes, en Madrid. En esa entrada aparecen referencias a sus novelas y sus protagonistas, a inventos, aparatos, ingenios, carteles de películas y personajes que se inspiraron en la obra de este autor, como los exploradores Ernest Shackleton o Hernán Pujato.
La exhibición no se detiene en la vida de Verne. Lo que interesa mostrar a sus comisarios, Miguel Ángel Delgado y María Santoyo, los mismos que montaron ‘Nikola Tesla: suyo es el futuro’, es que «la imaginación de Verne tiene límites. No se dedicó a inventar, pero dejó la semilla para que otros pudieran hacerlo». Miguel Salabert, en una de las biografías más reconocidas del escritor (Verne, ese desconocido), indica que el francés nunca abandonó la realidad y «siempre justificaba racionalmente sus más audaces incursiones en lo imaginario. Habiendo hallado en la ciencia el punto de apoyo que reclamaba Arquímedes para mover el mundo, Verne utiliza como palanca la imaginación».
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La época en la que vivió puso a su alrededor miles de ideas, anhelos e inventos en los que inspirarse. Era una mina para un escritor interesado por la ciencia y la técnica. En el siglo XIX apareció la máquina de vapor, la electricidad, el automóvil, la radio, el submarino, el cine… Verne, según Salabert, construiría «sus visiones del porvenir a partir del presente (…), en su profunda inmersión en la corriente de la historia».
La exhibición, ubicada en la cuarta planta del Espacio Fundación Telefónica, se centra en las aspiraciones del tiempo que le tocó vivir y a la vez narrar. «Verne es el espíritu de la época que recoge en sus libros», indica Santoyo. «Sus obras relatan perfectamente cómo era esa época».
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El viaje del visitante a la exposición continúa por tierras conocidas y desconocidas, por desiertos de hielo, por el mar, por el aire y por los alrededores de la Luna. En el mar, hay maquetas de barcos del Museo naval, una vitrina sobre el submarino de Peral o una instalación con películas de Jean Painlevé. Verne amaba el mundo marino. Tanto que a los 11 años escapó de casa para zarpar a la India como grumete. Pero antes de que el barco emitiera su último zumbido, su padre lo encontró y lo llevó de nuevo a casa. Allí sacó la correa, le dio unos azotes y le hizo jurar ante toda su familia que a partir de entonces solo viajaría en su imaginación.
Eso hizo. Aunque de mayor, volvió a escapar de su hogar familiar para viajar en barco siempre que pudo, se encerraba en su gabinete a imaginar peripecias en cualquier tierra lejana.
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Las novelas de los Viajes Extraordinarios inspiraron a cientos de marinos, científicos e ingenieros. Y también a dos mujeres periodistas. En ese final del siglo XIX en el que este liberal burgués escribía a destajo, por un contrato editorial que lo obligaba a publicar hasta tres novelas al año, empezaron a aparecer en los periódicos artículos sobre una aspiración: recorrer la circunferencia del planeta en un solo viaje. Del tirón.
Julio Verne plasmó la hazaña en La vuelta al mundo en ochenta días. En 1893, su editor, Jules Hetzel, publicó la obra en Francia. En 1889, en la otra orilla del Atlántico, dos mujeres se propusieron comprobar si sus cálculos eran ciertos. Las periodistas Nellie Bly y Elizabeth Bisland partieron de Nueva York rumbo Nueva York rodeando el mundo. Pero ni iban juntas ni en la misma dirección. Bly, que trabajaba para uno de las publicaciones pioneras del periodismo amarillo, el New York World de Joseph Pulitzer, empezó su viaje hacia el este. Bisland, empleada de The Cosmopolitan Magazine, se dirigió hacia el oeste.
Los 80 días de la novela resultaron un derroche. A los 72, Bly regresó a EEUU, y no solo se erigió como la triunfadora de este pulso entre dos mujeres victorianas. La redactora del World, además, incluyó en su relato de viajes una entrevista que hizo a Julio Verne en su paso por Francia.
[pullquote author=»Julio Verne» tagline=»Los náufragos del Jonathan«]Nosotros moriremos, pero nuestros actos no mueren. Se perpetúan en sus consecuencias infinitas. Pasantes de un día, nuestros pasos dejan en la arena del camino huellas eternas. Nada ocurre que no haya sido determinado por lo que le ha precedido. El futuro está hecho de las prolongaciones desconocidas del pasado[/pullquote]
El ingeniero naval que construyó los primeros submarinos de EEUU, Simon Lake (1866-1945), leyó a los 10 años Veinte mil leguas de viaje submarino y, desde entonces, se obsesionó con la idea de fabricar una nave que viajara por el fondo de los océanos. En su libro The Submarine in War and Peace. Its Developments and Its Possibilities (El submarino en guerra y paz. Sus desarrollos y sus posibilidades), afirmó: «Gracias al poder de su acción sobre las facultades emotivas del público, los campeones de la navegación submarina han podido vencer a las potencias coaligadas del ridículo, del escepticismo y de la oposición».
El físico Georges Claude (1870-1960), inventor de la luz de neón, atribuyó al escritor su interés por los descubrimientos: «Fue Jules Verne quien me inculcó el gusto por la ciencia. Son sus prodigiosas anticipaciones las que me dotaron del sentido de la invención». También Gagarin. El cosmonauta ruso comentó: «Ha sido Verne quien me ha llevado a la astronáutica». Y hay cientos de personas más que, en el mar, en la tierra o en el aire, han continuado intentando hallar el progreso del que hablaba el novelista en sus libros.
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«En esta exposición queremos mostrar que la imaginación puede llegar hasta donde te lleve tu curiosidad», indica Miguel A. Delgado. «Está planteada como una aventura, con distintos niveles de lectura. Aún quedan muchas cosas que descubrir de Julio Verne. Por muy conocido que sea un autor, siempre podemos encontrar cosas nuevas».
El escritor que de joven se ganó la vida como corredor de bolsa amaba los logogrifos, los disfraces y los criptogramas. Dicen sus biógrafos que sus novelas y sus personajes están llenos de escondites. En ellos hay siempre una segunda lectura que refleja su vida en Amiens y a sus familiares, amigos y su editor, Hetzel, a quien trataba como un padre.
La exposición acaba con un criptograma que puede resolver el visitante en homenaje a la afición del escritor por el misterio. «La muestra destila ese espíritu de fin del XIX apasionado por los inventos», indica el comisario. «Verne ha calado como una lluvia permanente en el imaginario colectivo. Queda mucho de él en la cultura actual». Quizá mucho más de lo que él imaginara. Pero siempre supo que el futuro es la continuación del presente y la consecuencia del pasado. En una carta a su padre, desde su gabinete de Amiens, donde se encerraba con llave para que su mujer no le molestara con las conversaciones superfluas de las visitas, escribió: «Todo lo que un hombre es capaz de imaginar, otros hombres serán capaces de realizarlo».
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ALGUNAS PIEZAS QUE SE MUESTRAN EN LA EXPOSICIÓN:
♝ En Julio Verne. Los límites de la imaginación hay obras procedentes de la Biblioteca Nacional, el Museo Naval, el Muncyt, el Museo Nacional del Teatro, el Teatro de la Zarzuela, el Ejército del Aire, la Filmoteca Española, el Museo de Etnología de Valencia, la Fundación March, la Fundación Aérea de la Comunidad Valenciana o el Círculo Aeronáutico Jesús Fernández Duro. También vienen de colecciones particulares poco conocidas, como las de Francisco Javier Román Huerta, Carlos Pérez o Diego Quevedo Carmona.
♝ Por primera vez en España se exhibe una selección de fotografías de la colección neoyorquina de Clark y Joan Worswick y de la Antarctic Heritage Trust de Nueva Zelanda.
♝ Hay cinco joyas bibliográficas, entre ellas, la primera edición mundial de Veinte mil leguas de viaje submarino, que por circunstancias históricas, fue la española.
En la exposición se muestra uno de los tres únicos ejemplares que existen del globo terráqueo de Antonio Monfort. Este pequeño globo es uno de los más antiguos que se conservan. Fue construido por uno de los escasos productores de globos terráqueos y esferas armilares de nuestro país en el siglo XIX.
♝ El Museo Naval saca de su sede por primera vez la carta esférica de Juan Noguera y la sección de una corbeta de 1875 en su vitrina original, además de valiosos instrumentos de navegación.
♝ Por primera vez en nuestro país, se exhiben 10 imágenes de la expedición de Shackleton cuyos negativos congelados fueron encontrados el año pasado en la Antártida y restaurados por la neozelandesa Antarctic Heritage Trust.
♝ Hay una selección de 30 fotos inéditas de la colección de fotografía antigua de Clark y Joan Worswick que permiten ver cómo eran las ciudades en tiempos de Phileas Fogg.
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