«No dejaremos de explorar y al final de nuestra búsqueda llegaremos a donde empezamos y conoceremos por primera vez el lugar»
T.S. Eliot
Joaquín Torres-García es hoy una de las figuras centrales del arte moderno. Pero eso llegó después de mucha pintura, escultura, frescos, dibujos y collages; después de unos cuantos viajes a través del Atlántico para buscarse la vida en Europa y América; y después de diseñar vidrieras de iglesias, vender juguetes, huir de los fascismos y recibir la acusación de blasfemo.
La vida y las ideas de este autor uruguayo (1874-1949) permanecen hoy en la colección de obras que se presentan hasta el 11 de septiembre en el Espacio Fundación Telefónica de Madrid.
La retrospectiva Joaquín Torres-García. Un moderno en la Arcadia, que procede del MOMA, en Nueva York, y el Museo Picasso de Málaga, hace un recorrido por las distintas etapas de la obra del que fuera uno de los pintores más admirados en Barcelona a principios del siglo XX.
Torres-García participó en varias vanguardias europeas de principios del siglo pasado. En los años 20 desarrolló su estilo pictográfico-constructivista y hacia el final de su vida se dedicó a la abstracción sintética. Pero, a diferencia de muchos otros artistas de su tiempo, nunca se enamoró del progreso ni vio el tiempo como una flecha que va en línea recta.
La exposición comienza con sus primeras obras. El artista nació en Montevideo pero, en 1891, cuando tenía 17 años, se trasladó con su familia a Barcelona. El país no era desconocido para su padre, un español que emigró a América y se casó con una uruguaya. Torres-García estudió arte y pronto empezó a diseñar vidrieras para ventanas de iglesias. Ahí quien supervisaba su trabajo era Gaudí.
Barcelona: el noucentisme (1891-1920)
En 1907 comenzó a trabajar como profesor de arte en un colegio experimental. Durante esos años se movía en el círculo de intelectuales que promovieron el noucentisme, un movimiento artístico catalán al que no le interesaba nada la estética decadente del art nouveau de aquella época. Este grupo decidió recuperar la evocación a la naturaleza y la historia primitiva.
En 1912 le encargaron pintar unos frescos en el Palau de la Generalitat. El uruguayo dibujó escenas de la civilización industrial mezcladas con paisajes pastorales mediterráneos. A muchos les resultaba un arte polémico, pero contuvieron su malestar hasta que apareció la última obra. ‘Lo temporal no es más que símbolo’ (1916), que se exhibe hoy en la retrospectiva de Fundación Telefónica, muestra a un fauno que domina, con indiferencia, a una muchedumbre. Muchos vieron una herejía en la representación de una figura clásica en un estilo moderno y, ante las críticas, Torres-García fue expulsado de la comisión. El tiempo, en cambio, lo perdonó y hoy estas obras lo han convertido en el mayor representante del noucentisme catalán.
La Barcelona de principios de siglo avanzaba con prisa. La industralización estaba cambiando el paisaje de la ciudad y Torres-García observaba con atención. Él lo representó yuxtaponiendo planos y figuras, condensando profundidad y aplanando escenas. Así lo hace en las obras ‘Figura con paisaje de ciudad’ (1917) o ‘Composición vibracionista’ (1918). El artista utilizó a menudo el reloj en sus cuadros para referirse a la modernidad y el progreso. También mezcló pintura con collage y figuras con letras. Y en ‘Ritmo de ciudad’ (1918) aparece esa idea de urbe nueva que se empieza a llenar de coches y máquinas.

Nueva York: los juguetes (1921-1926)
En los años 20 Europa echaba chispas y EEUU, lejos de las bombas, parecía un lugar prometedor. Torres-García decidió emigrar. Partió con su mujer, sus tres hijos y la idea de continuar su carrera artística en Nueva York. Al uruguayo le gustaba diseñar juguetes artesanos y pensó que podía aprovechar esa afición para convertirla en un negocio. Aquella ambición se transformó en Aladdin Company, una empresa que le generó los ingresos para poder vivir durante varios años y le ayudó a darse a conocer en círculos intelecturales. Pronto se hizo un lugar en la comunidad de los artistas que trabajaban estilos modernos, como Joseph Stella, Walter Pach y Max Weber.
En estos juguetes de madera, que se muestran en la exposición, Torres-García exploró las estructuras transformables. Lo aprendido acabó después en muchas de sus obras pictóricas y sus esculturas.
Nueva York avanzaba aún más rápido que Barcelona. El artista mostró su idea de ciudad caótica en una serie de collages y en uno de ellos introduce uno de los elementos que el arte utilizará a menudo en la segunda mitad del siglo XX: la publicidad. En ‘New York Street Scene’ (1920), los anuncios de cigarros y mayonesas presiden el paisaje. Esa imagen es una firma del nuevo mundo. El consumo y el entretenimiento se han hecho con la ciudad.
El sueño americano de Torres-García se agotó pronto. Allí expuso y vendió algunas obras (a Katherine Dreier y su Société Anonyme, por ejemplo) pero no encontró el futuro que esperaba y volvió a Europa.

París: Universalismo constructivo (1926-1932)
En la década de los años 20, el arte echó la mirada atrás, en busca de lo primitivo. Torres-García también lo hizo. El artista practicaba la abstracción y siguió trabajando con formas tridimensionales. En esta época de entreguerras produjo sus ‘Objets Plastiques’, unos pequeños ensamblajes en madera pintada.
Fue, además, el momento de su carrera en el que encontró el estilo que ya no abandonaría nunca y lo definiría para siempre: el universalismo constructivo. Su voz artística cristalizó en sus obras ‘Fresque constructif au grand pain’ (1929) y ‘Physique’ (1929). Ambas muestran figuras esquemáticas trazadas sobre una cuadrícula en la que las tonalidades resaltan campos geométricos. Entre esas geometrías aparecen representaciones de personas, peces, relojes, caracoles, espadas, anclas, corazones, barcos, cruces, templos, palabras, letras y abreviaciones.


Montevideo: regreso a Uruguay (1934-1939)
Europa ardió en odio. A las guerras y los totalitarismos se sumó la Gran Depresión. Torres-García volvió a Uruguay. Allí se quedó el resto de su vida. Dio charlas, conferencias por la radio, enseñó y escribió.
En 1935 fundó la Asociación de Arte Constructivo y de ahí surgió uno de los repertorios más sorprendentes de abstracción sintética y concreta de América. Entre esas obras están ‘Composición abstracta tubular’ (1937), ‘Forma abstracta en espiral modelada en blanco y negro’ (1938) y ‘Construcción en blanco y negro’ (1938). A partir de entonces y hasta su muerte, el artista volvió al color. Sobre todo, a los tonos primarios. Algunas de esas obras tardías, como ‘Estructura a cinco tonos con dos formas intercaladas’ (1948) o ‘Figuras con palomas’ (1949), cierran la muestra que se exhibe hoy en el Espacio Fundación Telefónica de Madrid.



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En el año 1991, se hizo una exposición en el Reina Sofía, comisaríada por Tomas Llorens, para mi fue un descubrimiento Torres García, un pintor apasionado, su obra tiene un vigor y una belleza increíbles, siempre q voy a Arco, busco su obra para volverla a contemplar, me fascina, creo q su vida de desarraigo contribuyó a encontrar esa energía y delicadeza en todas sus obras, no me perderé esta exposición