El arte de la falsificación o cómo las clases poderosas se fueron atribuyendo (más) privilegios en la Edad Media

Falsificar documentos en la Edad Media

Cuando en 1281 el infante Sancho se casó con su amada María Alfonso de Meneses, conocida como María de Molina, lo hizo en un arrebato de juventud sin pensar mucho en los impedimentos y las consecuencias. Él ya se había casado antes con Guillerma de Moncada y además era pariente de su nueva esposa, por lo que no obtuvo la dispensa papal necesaria. Es decir, su matrimonio no estaba reconocido y sus hijos serían considerados bastardos.

Esto que no le importó mucho en 1281 empezó a tener más peso cuando se convirtió en el rey Sancho IV tres años más tarde. Y en 1295, enfermo y consciente de que moriría pronto, se apresuró a asegurar a su primogénito como heredero. ¿Cómo conseguir una dispensa papal que el papa no quiere concederte? Fácil: falsificándola.

Falsificar documentos en la Edad Media
Sancho IV el Bravo (Museo del Prado)

A Sancho IV no le salió bien del todo el truco. Pocos años más tarde, cuando él ya había muerto, el siguiente papa investigó el tema y concluyó que la dispensa era falsa, lo que provocó no pocos dolores de cabeza a su viuda. Sin embargo, ni fue un escándalo ni evitó que su hijo Fernando se convirtiese en Fernando IV. Las falsificaciones eran algo de lo más normal en la época por toda Europa. De hecho, se considera que más de la mitad de los documentos medievales que han llegado hasta nosotros son falsificaciones.

Los expertos distinguen dos tipos de documentos históricos falsos. Los «honestos» o «diplomáticos» buscaban sustituir un documento perdido o destruido o poner por escrito un acuerdo verbal. Quizá el papel, el sello y la firma no fueran de quien decían ser, pero esa persona o autoridad sí garantizó en su momento el derecho, propiedad o lo que fuera que decía el texto.

El otro tipo, ejemplificado por la bula papal de Sancho IV, es el de los falsos «históricos»: el contenido es falso. Buscan engañar, atribuirse unos derechos, biografía o pedigrí que no se ajustan a la realidad.

MONJES FALSIFICADORES

Aunque en el caso de Sancho IV fue la Iglesia la «víctima» de la falsificación, lo cierto es que un porcentaje muy alto de esos documentos que le echaban imaginación a la realidad salían precisamente de los monasterios y de las propias oficinas papales. Al fin y al cabo, en la época los monjes eran no solo quienes sabían escribir y contaban con los medios para hacerlo, sino también los guardianes de archivos, documentos y códices. ¿Qué mal podía hacer corregir algo que no les gustaba o simplemente asegurarse el poder no solo celestial, sino también terrenal?

Hay unos cuantos ejemplos de esto. Uno de los más sonados es el de la donación de Constantino: un decreto imperial del siglo IV por el que el emperador Constantino I, además de reconocer como soberano al papa Silvestre I, le donaba básicamente todo el Imperio romano de Occidente. La Iglesia empezó a usarlo como argumento para justificar la existencia de los Estados Pontificios y cualquier intento de intervención política del papa de turno.

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Silvestre I y Constantino

El documento empezó a levantar sospechas ya sobre el año 1000, aunque no fue probado falso hasta 1440, cuando el humanista Lorenzo Valla señaló que el texto usa expresiones y giros lingüísticos inexistentes en el siglo IV. La Iglesia no dijo nada, simplemente corrió un tupido velo y dejó de mencionarlo. La teoría más extendida es que el documento se redactó en realidad hacia el año 750, cuando el papa Esteban II quiso –y consiguió, fundando los Estados Pontificios– justificar ante el rey franco Pipino El Breve que el papado era quien debía tener el poder sobre una serie de territorios en Italia.

Unos cien años después, en el siglo IX, del monasterio de Corbie, en Francia, empezaron a salir una serie de documentos, en teoría compilados por un tal Isidorus Mercator, obispo. Los documentos, decretales y cartas de los primeros papas recogían entre otras cosas la prohibición de acusar a obispos de delitos y requisitos para el proceso penal, que hacían imposible su condena si finalmente eran acusados.

Aunque hubo sospechas desde el principio, estas decretales, conocidas ahora como pseudoisidorianas, fueron muy influyentes durante varios siglos. A partir del XV las voces críticas se multiplicaron. Finalmente, en 1628, un predicador reformista suizo aportó la prueba de falsedad definitiva: los textos, en teoría escritos por los tres primeros papas, citaban una versión de las Escrituras que aún no existía durante sus vidas.

PRIVILEGIUM MAIUS O CÓMO PASAR DE DUQUE A ARCHIDUQUE

La relación de Rodolfo IV, duque de Austria y miembro de los Habsburgo, con su suegro Carlos IV, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y rey de Bohemia, no era muy buena. Conforme Carlos IV hacía de Praga el centro político de Europa en el siglo XIV, su yerno se esforzaba por hacer lo mismo con Viena, pero partía de una situación de inferioridad. Carlos IV contaba con la gran ventaja de ser emperador. Además, había promulgado la Bula de Oro, un documento en el que describía la figura de siete príncipes electores que serían quienes escogiesen al siguiente emperador y había dejado a Austria –y, por lo tanto, a su yerno– sin voto.

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Rodolfo IV

Para intentar ponerse al nivel de esos príncipes electores y aumentar así el poder político de Austria y los Habsburgo, Rodolfo IV encargó el Privilegium maius: cinco documentos falsificados –algunos, en teoría, emitidos por gente como Julio César y Nerón– que convertían a Austria en archiducado y le daban privilegios similares a los de los príncipes electores.

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Rodolfo IV con su corona de archiduque. © KHM-Museumsverband
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Corona de archiduque que utilizó Rodolfo IV. © KHM-Museumsverband

La falsificación no coló en su momento. Carlos IV, que no se fiaba un pelo de su yerno, encargó a varios expertos que examinaran el documento (uno de ellos, Petrarca) y se negó a confirmarlo al concluir que era falso. No obstante, Rodolfo IV se preocupó por aparecer en cuadros y demás representaciones siempre con los símbolos de archiduque para pasar así a la posteridad.

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Carlos IV

Un siglo más tarde, su sobrino nieto Federico III de Habsburgo consiguió ser coronado emperador. Una de sus primeras acciones fue confirmar el Privilegium maius y convertir, de forma oficial, aunque basado en un documento falso, a Austria en un archiducado y a los Habsburgo en sus reyes (los poderes y privilegios que se fueron autootorgando eran los propios de la realeza). Fue así hasta que el Sacro Imperio Romano Germánico desapareció en 1806, cinco siglos después de la gran idea de Rodolfo IV, al que no es difícil imaginar riéndose desde su tumba.

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Federico III

Las falsificaciones eran tan corrientes que, cuando a partir del Renacimiento se empezaron a descubrir y probar como tales, hubo quien se volvió un poco paranoico. Un caso extremo de esto fue el erudito francés Jean Hardouin, que a finales del siglo XVII y principios del XVIII publicó una serie de estudios en los que decía que, salvo algunas excepciones, todos los clásicos de la Antigüedad griega y romana habían sido escritos en realidad por monjes del siglo XIII. Es difícil culparlo. La afición falsificadora de la Iglesia y la gente poderosa de la Edad Media da para mucha teoría de la conspiración.

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