Fantasías sexuales: reprimir el pensamiento incrementa los actos

24 de julio de 2015
24 de julio de 2015
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Puede que una fantasía sexual se cuele súbitamente en nuestra psique. Puede ser un deseo homosexual, una atracción por un familiar o una sucesión de imágenes masoquistas extremas que nuestros valores morales interpretarán como incorrectas (sobre todo si últimamente no hemos estado leyendo demasiado 50 sombras de grey).
Si nos esforzamos intensamente en intentar suprimir dicha fantasía, ¿se quedará aleteando en nuestro cabeza reforzada por un efecto rebote? ¿Hasta qué punto no dar rienda suelta a las fantasías termina por incitarnos a convertirlas en realidades?
LA FANTASÍA NO ES MALA
Durante siglos, la fantasía ha sido condenada. A veces la simple imaginación, no tener los pies en la tierra o estar siempre en la luna. Como esas voces paternas de La historia interminable. En el caso de la fantasía de sustrato lúbrico, la condena ha sido doble: no solo usas demasiado el magín, sino que piensas cosas malas, y pensar cosas malas es malo en sí mismo, y también puede empujarte a hacer esas mismas cosas malas en la realidad.
Esa es la razón principal, de hecho, que se esgrime para condenar el uso de palabrotas (el pensamiento sucio crea acto sucios, personas sucias), aunque no exista evidencia de que las personas más inmorales sean las que profieren más palabrotas. También es la razón de que la cultura popular condene la afición a los videojuegos violentos, a pesar de que no existe ninguna evidencia de que ello incremente la violencia real.
Hasta hace bien poco no era infrecuente que alguien buscara el consuelo de un sacerdote sencillamente porque había tenido malos pensamientos. «Padre, he pecado». Porque la religión, siempre tan preocupada por tutelar nuestro camino, no solo ha juzgado lo que hacíamos, sino también lo que pensábamos (aunque nunca lo hiciéramos).
La ciencia, no obstante, con su cualidad para mostrar la verdad que hay tras las cosas, como una suerte de laboratorio de revelado de fotografías, nos sugiere que el pensamiento nada tiene que ver con la obra. Justo al contrario: si tratamos de inhibir los pensamientos pecaminosos podríamos estar fomentando los pecados de obra.
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ELOGIO A LA FANTASÍA (SEXUAL)
Los sexólogos consideran que, por lo general, las fantasías son un proceso natural y saludable asociado a una mejor satisfacción sexual. Como escribe el investigador Pere Estupinyà en su libro S=EX2:

Los expertos opinan que son un factor clave en el desarrollo de la sexualidad y que conocerlas es vital para comprendernos mejor a nosotros mismos, tanto a nivel individual como para discernir influencias biopsicológicas y culturales.

Las fantasías entre hombres y mujeres parecen estar igualándose en número, a medida que la incultura sexual y la rémora de la culpabilidad judeocristiana se convierten en objetos de museo. Si acaso, los hombres tienen más fantasías visuales (tener sexo con personas de edad muy diferente al protagonista de la fantasía, verse a sí mismo con más mujeres, practicar sexo anal, etc.).
El resto de fantasías parecen ser bastante unisex. La mayor discrepancia se halla en la fantasía de tener sexo con una persona virgen: según unas encuestas de la Universidad de Columbia realizadas en 1984 (y actualizadas en 1994), el 50% de los chicos fantaseaban con ello, pero solo un 10% de las chicas. También las mujeres fantasean más con el sexo homosexual. Sigue el neurólogo David J. Linden en su libro La brújula del placer:

La conclusión que parece más clara y que se basa en el trabajo de varios laboratorios independientes es que las mujeres, ya sean heterosexuales u homosexuales, se excitan ante una gama de estímulos más rica que los varones y que su excitación genital se activa con un abanico de estímulos significativamente más amplio de lo que indican sus informes verbales sobre la excitación que sienten.

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Pero vayamos al tuétano del asunto. ¿Qué hay de las fantasías verdaderamente oscuras? Las parafílicas, las cerdas, las que solo llevaría a cabo un enfermo o un delincuente sexual. Me refiero a las violaciones brutales, a la pedofilia, etc. Estupinyà señala:

Los estudios específicos con delincuentes sexuales han mostrado que sus actos o agresiones están clarísimamente relacionados con sus fantasías, pero también que hay una enorme cantidad de fantasías «parafílicas» que no se realizan. Por ejemplo, sobre pedofilia se ha observado que alrededor del 15% y 20% de universitarios hombres admite haber tenido fantasías con menores de 17 años y el 3% y 5%, con menores de 12 años, pero que la mayoría no las materializaría aunque tuviera la seguridad absoluta de no ser descubiertos.

Además, una fantasía es extremadamente voluble en función de cómo nos sintamos. Por ejemplo, alguien que niega que jamás pueda excitarle tener sexo con menores puede que cambie su parecer si le volvemos a preguntar en un estado de excitación. Es lo que sugiere el psicólogo Dan Ariely después de realizar un experimento que relata en su libro Las trampas del deseo: Cómo controlar los impulsos irracionales. Si la pregunta que formulaba Ariely era si estarían dispuestos a imaginarse que tenían relaciones sexuales con una niña de doce años, los hombres excitados respondían que sí en un 46%; los no excitados, en un 23%.
Por si fuera poco, reprimir determinadas fantasías podría ser contraproducente, según está comprobando en una serie de experimentos Laura Sánchez, de la Universidad de Almería:

Intentar suprimir un pensamiento hace que reaparezca con más fuerza. Es decir, si queremos dejar de pensar en algo que nos preocupa, disgusta o incomoda, esforzarnos en suprimirlo genera un efecto de bola de nieve que lo hace cada vez más insistente […]. Laura ha utilizado incluso escáneres de fMRI para analizar la activación de áreas cerebrales involucradas en la supresión de fantasías, que vuelven a confirmar sus resultados conductuales: aunque parezca paradójico, si pasamos cinco minutos esforzándonos en suprimir una fantasía sexual aparecerá después más veces en nuestra mente que si pasamos cinco minutos concentrándonos en ella.

Dicho lo cual, demos vía libre a la fantasía. Eso no nos convierte en personas anormales, reprimidas o desviadas, sino  justo en lo contrario. Y, sobre todo, la manera más sana de enfrentarse a una fantasía sexual que nos incomoda no es intentar suprimirla, sino simplemente dejar que aparezca y desaparezca por sí sola. Porque intentar controlar nuestra mente siempre será significativamente más costoso que intentar controlar nuestros actos.
Imágenes | Pixabay

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