Danny está casado y lleva una vida de lo más anodina. Tiene un hijo de cinco años, organiza barbacoas para los vecinos y charla con ellos sobre bicicletas. La vida de Danny ya no es la que era. Y Danny se aburre. Le pesa la vida de adulto funcional. Le pesan las barbacoas con los vecinos aficionados a las bicicletas, le pesan los platos sucios y los niños ruidosos que corren por los pasillos. A los 38 años, le mortifica la rutina en que se ha convertido su existencia. Por eso, el videojuego de realidad virtual Striking Vipers X que le regala su amigo Karl es el escape perfecto. En él, puede convertirse en Lance y ser, esencialmente, otra persona. Libre de las ataduras materiales de su vida de verdad.
Podría ser una historia real, pero es Striking Vipers, uno de los capítulos de la última temporada estrenada de Black Mirror. Y como todo lo que tiene que ver con la serie de Charlie Booker, también es un reflejo de lo que estamos viviendo. En nuestras cáscaras humanas han comenzado a convivir dos identidades, la nuestra real, física, anclada al suelo que pisamos, y la digital, virtual y abierta a que la diseñemos a voluntad. Pero ¿habitaremos algún día cuerpos digitales?
Sobre esto reflexiona la exposición colectiva Fluids (del 5 al 25 de mayo) en la Roca Madrid Gallery, con trabajos de Andrei Warren, Digo Digital, Rachel Lamot, Harriet Davey y Yilmaz Sen. Porque las costuras entre el mundo virtual y el físico se están diluyendo y el paso de la una a la otra es cada vez más imperceptible. De acuerdo con Yosi Negrín, artista, arquitecto y uno de los comisarios de la exposición, Fluids pretende «dibujar un universo de la imagen sin contornos ni límites y vislumbrar la relación, cada vez más amorfa, entre el cuerpo digital y el físico».
Fluids llega a Madrid como parte de la programación del Festival Urbano de Arte Digital de Madrid MMMAD que se celebra durante todo el mes de mayo. La programación del MMMAD se hará con la ciudad de Madrid a través de las marquesinas de JCDecaux, las pantallas urbanas de varios centros y los espacios de centros artísticos como la Roca Madrid Gallery o la galería Habitación Número 34 en el barrio de Usera. Parte de la programación del festival estará disponible también a través de Twitch. Toda la programación del MMMAD estará disponible, de una forma u otra, a través de un pantalla porque, de momento, son las únicas que permiten la interacción entre las realidades física y virtual.
En Striking Vipers, la realidad virtual se proyecta directamente sobre el cerebro, puenteando los sentidos. En nuestro 2021 real, la experiencia virtual aún está anclada a las pantallas.
Pantallas que a veces actúan de nexo y a veces de muro. Sobre esto reflexiona parte de la obra de Jesu Moratiel, artista cuya instalación El aire que media ocupa estos días el espacio Habitación Número 34 como parte de la programación del festival. La pantalla es para Moratiel «un muro entre el mundo digital y el material».
Porque «pensamos que las pantallas tienden a acercarnos porque podemos vernos y escucharnos a través de ellas, pero esto solo es una ilusión de acercamiento, no estamos cerca y no podemos sentirnos completamente; y esto todavía genera disociaciones que nuestro cerebro está aprendiendo a gestionar». En ese sentido, el artista apuesta por un futuro que casi nos acerca más a lo que sucedía en Black Mirror. «Creo que en el futuro seremos capaces de relacionarnos a través de las pantallas de manera más inmersiva, haciendo la experiencia sensorial más completa».
La extensión del mundo virtual se ha producido a la par que la innovación tecnológica a partir de los ordenadores, con la aparición de internet y, sobre él, de las redes sociales. La realidad virtual (no la VR propiamente dicha, sino el espacio digital en el que ya tienen lugar algunas de nuestras actividades) está sustituyendo amplios espacios de nuestra propia realidad. Compramos de manera virtual, nos vamos de fiesta de manera virtual e, incluso, ligamos de manera virtual. Pero la conquista no se reduce a los espacios, sino que también se apropia de los objetos. En los últimos meses hemos tenido noticia de cómo los tokens virtuales se convertían en tendencia.
Apoyados sobre la tecnología blockchain, han abierto las puertas a la puja por posesiones que no ocupan espacios más allá de la realidad virtual. Unos y ceros que arrogan pertenencia sobre bits que contienen el primer tuit de la historia, una jugada de Lebron James, o como en el caso de la obra de Moratiel, imágenes de cuerpos virtuales con listas de Spotify recorriendo su superficie. Porque los NFT pueden ser la adaptación definitiva de las obras de arte a la realidad virtual.
Para Moratiel, el valor de poseer un NFT de una obra de arte es «exactamente el mismo que poseer una obra material». Porque, en el fondo, «las características que hacen una obra nunca son tangibles». No es el lienzo ni el pigmento que da color a la pintura, ni siquiera los surcos que dejan a su paso los trazos del pincel. El valor de una obra de arte sobrepasa sus características físicas. «Lo que le da valor a una obra de arte es que te despierte los sentidos. Y eso se puede hacer a través de los píxeles».
Además, como destaca Yosi Negrín, los NFT mantienen una de las características esenciales de la obra de arte: la unicidad. Cada conjunto de píxeles que forman el NFT lo hacen de forma única. Es esa obra de arte y no otra, solo poseída por el comprador.
Por su parte, Negrín opina que los NFT podrían ser la renovación de un mercado que «hacía tiempo que estaba cayendo en un abismo de obsolescencia».
La vida de todos ha empezado a virar hacia ese mundo que se extiende tras las pantallas. Con la llegada de las redes sociales, adquirimos la posibilidad de crear esa otra identidad que oculte nuestra cara real. Instagram ya se ha convertido en un cúmulo de fachadas aspiracionales tras las que se esconden personas normales. Y el tránsito se produce en ambos sentidos. En parte, es de esa posibilidad de construcción voluntaria de la identidad digital de donde sale la propuesta de Fluids. Donde el cuerpo se convierte en un atributo rediseñable. En palabras del propio Negrín, la exposición ofrece el trabajo de 5 artistas «que entienden el cuerpo desde universos totalmente diversos, como una percepción escalable y mutante, así como una construcción identitaria customizable y modificable».
Al mismo tiempo, no es solo que exista una identidad virtual para todos nosotros, sino que las fronteras de lo posible se han difuminado y ya hay individuos virtuales que han hecho el trayecto en la dirección contraria. Como Pol, un influencer virtual que, además de poner su feed al servicio de las marcas, estará el próximo día 3 en la inauguración del Festival MMMAD en la Sala Equis de Madrid.
Los influencers virtuales son un ejemplo de cómo se pasa de una realidad virtual a una material. En este caso, en un storytelling que cambia el curso del propio relato. Si hasta el momento lo habitual era que se crease la historia en el mundo real y después se reflejase en un soporte determinado, es ahora cuando un personaje virtual despliega la influencia sobre el mundo real, promocionando marcas, o como es el caso de Pol, presentando un evento ante personas reales.
Aún está por ver hasta dónde llega la virtualización de nuestras existencias; si llegamos a vivir como en Matrix, enchufados a una realidad que solo existe en forma de unos y ceros. De momento parece que no. Para Negrín, al menos, «todo lo que hacemos tiene siempre más de terrenal que de celestial. Nuestros movimientos online, el almacenaje de fotos infinitas o la bandeja de entrada llena tienen una evidente implicación física. En desiertos y glaciares, bajo arquitecturas refrigeradas, nuestros datos se amontonan en un espacio claramente físico, aunque no lo veamos».
Por su parte, Jesu Moratiel sí considera que esa frontera entre lo físico y lo virtual podría desaparecer. Claro que para ello deberíamos «poder percibirnos con los cinco sentidos a través de las pantallas». Y sería entonces cuando «cualquier cosa virtual será real». Sin duda, las ventajas están ahí. Una de ellas es que el coste de las experiencias podría rebajarse notablemente. Así, aunque no lleguemos a «sustituir por completo los espacios físicos», puede ser que los virtuales «nos ofrezcan una alternativa más rápida y, sobre todo, más barata» para seguir experimentando. Al fin y al cabo, como dice Moratiel, «ir a un sitio, viajar, ir al cine, ver arte, ir de cena, tener alguna aventura… requiere casi siempre de dinero y tiempo (que también es dinero). Dos cosas que nos podemos ahorrar si tenemos la posibilidad de hacerlo a través de la tecnología».
Por ahora seguimos aquí, aunque a veces parezca que casi estamos más allí. Y puede que la mejor idea sea la de seguir manteniendo el arte digital como esa ventana a través de la que observar la realidad virtual y las pantallas como frontera entre lo físico y lo virtual.
Mientras tanto, como dice Woody Allen, podemos seguir odiando la realidad, pero sigue siendo el único sitio en el que podemos conseguir un buen filete. Y de la misma forma, sigue siendo el único sitio en el que podemos acceder al 100% de la programación del Festival MMMAD. Aunque esto último también podamos hacerlo ya, parcialmente, a través de la pantalla.