En la pequeña localidad húngara de Nagykanizsa, muchos vecinos cubren la entrada de su casa con guijarros. De pequeña, Furmen Erzsébet (Elisabeth Furmen) hizo de esos caminitos uno de sus lugares de recreo. «Solía recoger las piedras más bonitas». Una afición que no ha perdido.
La artista sigue recogiendo guijarros en sus excursiones o en las orillas del Danubio. Lo suyo no es solo coleccionismo. Las pequeños cantos se convierten después en las pinceladas de sus cuadros de escenas del día a día.
«La temática de mis cuadros la componen escenas de la vida. Los temas simples pueden llegar hasta lo más profundo del alma. Creo que cada imagen no solo lleva mis huellas digitales, sino también las de mi interior».
Es la conclusión a la que Erzsébet llega al leer los comentarios que le suele llegar acerca de sus cuadros con guijarros: «Las imágenes que recreo son más que pintura, pegamento y piedras. Muchas personas confiesan emocionarse al verlos», nos cuenta por mail.
Las piedras convierten sus composiciones en piezas tridimensionales. La sutileza con la que la artista húngara es capaz de encontrar piedras capaces de reproducir a la perfección el inquieto cuerpo de un niño que juega, el sofisticado peinado de una señora que toma café o una coleta que se mueve con el viento resulta sorprendente. Y sí, también emocionante.