Un pequeño santoral hereje de beatos indios y amamantadoras milagrosas

5 de mayo de 2014
5 de mayo de 2014
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Si Europa ha producido expresiones tan opuestas como Lutero y la Virgen del Rocío, no sorprenderá que por América también nos permitamos un weltanschaung tan lujurioso y fantástico como nuestros gobernantes. A continuación, un pequeño santoral hereje de beatos indios, amamantadoras milagrosas, gauchos degollados, diosas afrobrasileñas y hasta cantantes de cumbia.

beato ceferino namuncura
Beato Ceferino Namuncurá

Nadie puede negar que la vida es azarosa, aleatoria, caótica. Y ahí es donde entran en escena estas figuras, más necesarias que apostólicas, a conferirle una narrativa al sinsentido en el que vivimos día tras día. Porque el caos de la realidad no cambia con el paso del tiempo, pero sí lo hace la forma que adopta esa devoción desesperada.
A principios del siglo XX la figura religiosa más popular era Ceferino Namuncurá, nieto del cacique Calfulcurá e hijo de Manuel Namuncurá, líder del pueblo mapuche contra el ejército durante el exterminio de indígenas llamado eufemísticamente ‘La Conquista del Desierto’.
El beatificado Ceferino estaba presente en casi todos los hogares de entonces junto a otros santos más establecidos. Seguramente porque cumplía una función extrarreligiosa al encarnar una suerte de cicatrización –mediada por la Iglesia— entre los descendientes de las tribus diezmadas y los gringos descendientes de los barcos.
Y mientras Ceferino intercedía entre paganos y católicos, entre derrotados y vencedores, las aristocracias locales se iban de compras a Europa con el dinero del ganado y las cosechas provenientes de los territorios expoliados a la indiada. Reconforta saber que en este mundo cambiante hay gente que nunca nos va a sorprender.
Con el avance del siglo y la subsiguiente migración del campo a la ciudad, la popularidad de Ceferino declinó. Ya había tenido lugar la integración de los nativos y los descendientes de los europeos, por lo que Ceferino ahora no resultaba indispensable. Fue entonces cuando llegó el siguiente cambio de paradigma: La Difunta Correa.
Según la leyenda, Deolinda Correa partió en busca de su marido, reclutado a la fuerza para luchar en la guerra entre unitarios y federales. Al intentar cruzar las áridas sierras de San Juan, la abnegada y fiel esposa cayó muerta de sed. Queriendo hallar a su amado y al mismo tiempo huir del acoso del comisario del pueblo, había preferido arriesgar su vida y la de su hijo en un viaje de final incierto. Dicen que el niño siguió amamantándose de su madre muerta. Ese fue su primer milagro, y el origen de un culto que atrae a miles de peregrinos al año.
difunta correa
La Difunta Correa

La Difunta respondía a las necesidades de un imaginario distinto y renovado: simbolizaba los valores familiares que dominaban el segundo tercio del siglo XX. Pero cuando la sociedad cambia, cambian los mitos.
Al salir de la capital, uno ve a los costados de las carreteras altares y pequeñas construcciones de ladrillo pintadas de un rojo chillón: son altares erigidos al Gauchito Gil. Sus fieles los decoran con banderas, estandartes y cintas, y allí depositan sus ofrendas. Suelen dejar todo tipo de regalos, pero por lo general son botellas (de agua, para la sed eterna de la Difunta; y para Gil, de tinto).
Según reza la historia, Antonio Mamerto Gil, veterano de la Guerra del Paraguay, decidió desertar de la milicia para no tomar parte en la guerra intestina desatada en su provincia natal de Corrientes. En un sueño, al gaucho se le había revelado que no debía derramar la sangre de sus hermanos correntinos.
Gil, el desertor, fue detenido para ser juzgado. Pero la partida militar que lo trasladaba a caballo tenía el hábito de ejecutar a sus prisioneros para no recorrer aquellos cien kilómetros. La excusa era siempre la misma: el reo había intentado fugarse. (Otra constante confiable pese al caos del mundo). Así pues, Gil fue colgado de los pies y degollado. Solo que antes de morir advirtió de que su sangre inocente era poderosa. «Si necesitás ayuda, invocá mi nombre», dijo el condenado a su ejecutor.
gauchito gil
Gauchito Gil

Este regresó a su hogar y allí se enteró de que su hijo estaba al borde de la muerte a causa de una repentina enfermedad. El militar desesperado invocó el nombre de Gil y el niño se curó. Fue tan fuerte el arrepentimiento que sintió el asesino que pidió perdón a su benefactor y prometió alzarle una cruz en el mismo lugar donde poco antes lo había ajusticiado.
Está claro que el Gauchito no respondía únicamente a las ansias de una sociedad indignada y descreída de las instituciones, aquejada por la injusticia y la desigualdad. El santo tenía el añadido de ser rebelde y justiciero, y su presencia nos guardaría del peligroso siglo XXI.
Así es como llegamos al actual Olimpo local, poblado de una multitud de deidades y de ‘santerías’ proveedoras de las coloridas estatuillas y sus accesorios místicos. Como Yemanyá, Reina del mar, introducida por los inmigrantes brasileños practicantes de la religión Umbanda; o San la Muerte, efigie tétrica que atrae sobre todo a devotos pistoleros, malvivientes variados y a todo aquel que vive al margen de la ley.
Y rascando ya el fondo de tarro de las divinidades, nos encontramos con la cantante de cumbia Gilda, y Rodrigo, el cuartetero impresentable. Ambos muertos en la cima del éxito en sendos accidentes automovilísticos. Quizá por la gran extensión de la Argentina, las veras de las carreteras siempre han tenido un lugar destacado en estos relatos.
El florecimiento de estos semidioses de cartón, así como otros aún más estrambóticos, es probablemente producto del desasosiego y las eternas dificultades. Vicisitudes que diariamente ponen a prueba a los representantes del pueblo así como a la ciudadanía entera.
Crisis que han derrocado a presidentes y ministros y, al mismo tiempo, van desgastando a los mitos implantados por el propio pueblo. Un pueblo dispuesto a adorar a quien sea con tal de paliar la incertidumbre de este continente que pese a sus riquezas –o tal vez quizá precisamente a causa de ellas— se ve sumido en una descomposición social cada vez más profunda. Pero a no desesperar.
Cuando los nuevos ídolos no alcancen despuntarán nuevas deidades: flamantes gauchos milagrosos, divinidades futbolísticas, vedettes iluminadas que responderán a las necesidades de la gente. Santidades herejes de industria nacional incapaces de arreglar nada, pero dueñas del don de canalizar esos ríos de fe insatisfecha.
yemanyá
Yemanyá

Imagen de portada: La Difunta Correa, reproducida bajo licencia CC.

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