A la historia le falta cuerpo cuando la presentan como un asunto de cuatro héroes y una jartá de tratados. Empujar la historia hacia delante requiere del esfuerzo de muchas generaciones. Estas personas colectivas, como las llamaba el filósofo Ortega y Gasset, ponen la música, la estética y los valores de cada época en función de lo que la historia les echa encima en su juventud: una guerra, una revolución, la llegada a la Luna.
En la identidad de la Generación Z (los adolescentes y los jóvenes más jóvenes de hoy, los que nacieron a partir del cambio del siglo XX al XXI, año arriba, año abajo) quedará impresa la pandemia de 2020. Quedará porque, de sopetón, ha hecho antiguas tecnologías, negocios, hábitos, ideales.
Es tal la catástrofe que actualiza las palabras que la periodista Carmen de Burgos escribió al final de la Primera Guerra Mundial: «Es un mundo nuevo (…). Son otras necesidades las que se dejan sentir, y ellas han de engendrar otras costumbres y hasta otra moral, otro arte y otros sentimientos. La guerra [cambiemos la palabra guerra por pandemia] marcó el fin de una edad histórica».
¿TRAUMA O TABLAS?
Los expertos buscan ya las huellas que puede dejar la pandemia en los niños y adolescentes. Unos hablan de estrés juvenil y trauma generacional. Otros, de plasticidad, resiliencia y fortaleza. Citan todo tipo de reacciones: desde el que la vive como una aventura al que le deja un poso de ansiedad.
La psicóloga sanitaria especializada en adolescentes Ana Lucas quita razones a los alarmistas: «Lo primero que tenemos que hacer es cambiar las palabras. En vez de confinamiento, deberíamos llamarlo retiro de cuidado. Es una situación excepcional, pero tiene unas connotaciones muy distintas a las de una guerra. Ahora no hay un bando de buenos y otro de malos. Es una situación en la que todos nos estamos cuidando y estamos cuidando a los más mayores. Hay un aspecto positivo en esta situación».
Que esta pandemia deje un trauma en los niños, adolescentes y jóvenes o que pase como un acontecimiento más depende del modo en que lo vivan sus familias. «Si en casa no supone un drama, no tiene por qué dejar traumas», explica Lucas. «Los niños y adolescentes de una familia que no haya tenido víctimas lo vivirán de forma diferente a los niños que pasen por una muerte cercana. Tampoco lo notarán igual si sus padres siguen trabajando y teniendo ingresos que si pierden las fuentes de ingresos. Todo influye: hasta el tamaño de la casa».
En este tiempo de cuarentena, recogidos en casa, la familia es la que más poder tiene en la educación de los chavales. «La huella que quedará en los niños será distinta si los padres manejan bien el estrés o si son muy aprensivos. Si tienen mucho miedo a contagiarse, van a crear un ambiente más estresante y pueden generar a sus hijos miedos a la enfermedad, al contagio, a la falta de limpieza», explica Lucas. Aunque el impacto también tiene mucho que ver con la forma de ser de cada niño o adolescente. «Algunos necesitan entender qué está pasando en su entorno. Otros no prestan atención y solo quieren jugar».
A los niños, adolescentes y jóvenes de Generación Z el susto de la pandemia les pilla en una edad en la que «se sienten invencibles». Dice Lucas que ellos son los que menos riesgo tienen de que esta tragedia les suponga un trauma. Puede perjudicar a los chavales con un TOC de limpieza o con trastornos alimenticios. Pero los que tienen una buena salud mental no tienen por qué sufrir efectos negativos. «Por edad, serán los que saldrán más indemnes».
—¿Crees que esta pandemia dejará una marca generacional en los adolescentes?
—Aún no lo sabemos. Dependerá de la duración de la crisis sanitaria —dice Ana Lucas—. Todo es nuevo. Los Gobiernos están testando medidas, los científicos están investigando. Todavía no sabemos ni de dónde viene el virus. Si llega pronto un retroviral y una vacuna, saldremos antes de esta. Pero una marca sí que nos va a quedar a todos.
UN PARÓN PARA PENSAR
En esa línea difusa entre los milenials y los Z está Óscar. A este músico de 23 años meterse dentro de casa lo ha llevado a meterse dentro de sí. «Estoy dedicando este tiempo a pensar en mi realización como persona y como alma», cuenta. «Muchos amigos lo están pasando mal porque no saben estar a solas con ellos mismos, no saben qué hacer con su tiempo. Me he dado cuenta de la importancia de cómo uno se elabora a sí mismo y cómo construye su propio palacio para poder subsistir».
A Óscar no le asusta el futuro. Le plantea dudas, como a todos, pero dice que esta crisis le ha hecho poner los pies en la tierra. «Me pregunto si la pandemia nos llevará a una nueva realidad en la que usemos guantes igual que el sida enseñó a usar el preservativo. Me pregunto por los cambios sociales. ¿Volveremos a pedir una caña en el bar como lo hacíamos antes? ¿Se prohibirán las reuniones en las casas?».
Paula tampoco lo vive de forma traumática. A pesar de estar en una edad callejera, 18 años, dice que se encuentra bien resguardada en casa y le llama la atención que a muchos de sus amigos les produzca ansiedad. «Hay mucha gente que no lo sabe llevar. Muchas parejas están yéndose a la mierda. Muchos dicen que echan de menos hablar con gente pero no llaman, no buscan a otros. No saben qué hacer para sentirse mejor».
La estudiante de Filosofía cuenta que casi todos sus amigos se han volcado en actividades creativas: «Están aprovechando para crear». Y cuenta que han descubierto algo fantástico. Esta generación que ha crecido mirando ventanas de internet, de pronto, ha descubierto las ventanas de cristal, las ventanas de las casas, las ventanas esas del dicho Estoy pa tirarme por la ventana. «Estamos fascinados con asomarnos a la ventana. Hablamos mucho de eso. Lo que vemos en la calle se ha revalorizado mucho».
—¿Ha cambiado la pandemia tu forma de pensar en el futuro?
—Yo crecí viendo a personas que dependían de un único trabajo y una única fuente de ingresos. Ahora pienso que lo más seguro es diversificarlos. Porque si pierdo unos, tendré otros.
Paula ve el futuro cercano como una lluvia de interrogaciones. «No sé si tendré exámenes, no sé si lo que estoy estudiando me sirve para algo. La pandemia ha traído una nueva incertidumbre que no conocíamos». Y todas esas incógnitas del día a día desembocan en una impresión generacional que ella describe así: «Sentimos que estamos en un limbo histórico. Estamos esperando a que pase algo, pero no sabemos qué».
LA CONFIANZA SOCIAL: QUÉ OCURRIÓ EN LA PANDEMIA DE 1918 Y QUÉ PODRÍA OCURRIR AHORA
La gripe voraz de 1918 obligó a cerrar las escuelas y las iglesias (eso antes era asunto gordo). Buena parte de la población europea y estadounidense se encerró en su casa. Usaban mascarillas y se alejaban lo que podían de cualquiera que pasara cerca. Igual que hoy. La epidemia resultó más mortífera que la mismísima Gran Guerra: mató entre 50 y 100 millones de personas.
Y dejó secuelas para rato. El miedo al contagio de enfermedades quedó muchos años entre los habitantes de los lugares que más sufrieron la pandemia. El estudio Epidemias y confianza: el caso de la gripe española, de la Universidad Bocconi, de Milán, dice que «las grandes crisis pueden tener efectos duraderos en el comportamiento individual».
En aquella pandemia, «las medidas de salud pública que daban las autoridades y la prensa de evitar el contacto personal crearon un profundo clima de sospecha y desconfianza». Guido Alfani, uno de los autores de este estudio, explicó a la revista QZ que «los que vivieron la gripe española vieron que las instituciones no supieron gestionar la pandemia. Esto, junto al clima de sospecha, llevó a un declive de la confianza entre las personas: un componente clave del capital social».
Aquella epidemia que en el mundo llamaron gripe española (porque el corresponsal del Times en Madrid fue el primero en hablar de ella) y que en España llamaron el soldado de Nápoles o la enfermedad de moda tuvo repercusiones en las relaciones humanas, en la economía y en la política durante muchos años. Tanto que «los supervivientes de la enfermedad transmitieron a sus hijos su poca confianza en la sociedad».
De la pandemia actual Guido Alfani aún no puede sacar conclusiones. Lo que ya se ve es que los efectos serán muy distintos en cada país, y dependerán del sistema político y de las divisiones sociales previas», indica por correo electrónico.
En Italia la primera reacción ha sido constructiva. «El impacto de la COVID-19 en la política ha sido positivo porque el país ha adoptado una cierta unidad para afrontar la crisis. Esto ha sido reconocido incluso por Standard Ethics. Esta compañía que mide los estándares de sostenibilidad y gobernanza de los países ha elevado la valoración de Italia porque ha sido capaz de armar un frente común contra la pandemia».
Aunque Alfani empieza a ver grietas. «Ahora que parece que las cosas van a mejor, empieza a resurgir el viejo vicio del antagonismo político. Lo único que podemos esperar es que no se convierta otra vez en el asunto principal de la política italiana».
En el resto de los países, quién sabe. El profesor de Historia Económica dice que aún ni se puede calcular lo aguda que será esta crisis. «De lo que no hay duda es que los países a los que más ha afectado, y en particular, los que más deuda pública tenían (Italia, Bélgica, España…) se verán ante unas condiciones bastante difíciles. Pero si queremos ver el vaso medio lleno, esto podría ser una oportunidad para tomar decisiones difíciles y buscar soluciones a problemas del largo plazo. Si no hacemos eso, todo este sufrimiento habrá sido en vano».
Alfani pone en la mesa otro gran asunto: la Unión Europea. ¿Qué hará ante esta crisis? «Se han dado pasos alentadores y esperemos que esto sea solo el principio, pero la mayor responsabilidad está en manos de los Gobiernos de cada estado. De ellos depende, sobre todo, la recuperación económica».