–Oye, ¿y qué tal Fulanito?
–Majo, muy normal.
Últimamente el atributo de ser normal es un valor en alza. Si os fijáis, cuando preguntan por alguien y lo definen como ‘muy normal’, le damos mucho valor a este adjetivo. Estamos rodeados de personas que no son francas, que tienen miedos, complejos y envidias, que no son realmente ellos y se enmascaran en lo que la sociedad quiere que sean, sin ser, sin dejar salir su verdadero yo, intentando emular lo que admiran o envidian, lo que les gustaría ser y no son. En general, hay muchos monstruos en las cabezas de la sociedad, así que cuando aparece alguien limpio, transparente, sin ‘malos rollos’, se agradece.
Es el resultado de que nos digan cómo tenemos que ser, cuando en el colegio nos modelan como clones, cuando la sociedad nos marca a la hora de vestir, nos define un patrón de vida: estudia, hipotécate, toma café, el rosa no se lleva, los niños no lloran… Nos convertimos en lo que quieren que seamos, sin ser lo que somos. Y sinceramente, creo que todos tenemos cualidades, virtudes y valores añadidos que nos diferencian. Lo difícil es reconocerlo y potenciarlo sin ser como nos dicen que seamos.
Al final, las personas auténticas, aquellos osados que tienen la suficiente personalidad para dejarse ser ellos mismos, coherentes y consecuentes, son los que más nos llegan, los que más valoramos: los extraordinariamente normales. Esos con los que siempre es un placer entablar una conversación, esos con los que todo el mundo se siente a gusto, con los que todo el mundo se quiere sentar.
Cuanto más admiro a alguien me doy cuenta de que es más humilde. El poder radica en la capacidad de mirar más allá de lo establecido sin creerse especial. Los normales tienen una personalidad lo suficientemente fuerte como para poder ser auténticos y convivir con la norma, saben ser ellos mismos sin incomodar a lo establecido. Son capaces de transitar sin molestar, no critican, no se entrometen, son consecuentes. No destacan por obligación, no sufren por envidia, no tienen disfraz, son lo que son y por eso son fáciles de aceptar y de convivir. No hay más, no esconden una segunda personalidad atrapada, una maquinación disfrazada en buenas palabras… Podríamos etiquetarlos como el modelo WYSIWYG (What you see is what you get o lo que ves es lo que hay).
Hay también personas superlativamente extraordinarias, pocas pero las hay; destacan por una o varias facetas. Son número uno, líderes y muy admirados. Pero no es lo mismo. Estos son genios y los extraordinariamente normales son aquellos que siendo auténticos, coherentes en sus múltiples yos y momentos, conocen lo que les apasiona y se dedican a ello. Son claros porque no intentan ser lo que no son. Además, tienen la capacidad de adaptarse al entorno, no se creen superiores a nadie y son fáciles de tratar. No es necesario que sean genios. Puede ser el panadero de la esquina, mi vecino de enfrente o aquella profesora que tuve en el instituto. También puede ser un ejecutivo de una multinacional o un barman en un chiringuito.
Su poder radica en la capacidad de ser auténticos mientras miran más allá de lo establecido; son consecuentes con ellos mismos y tienen una opinión propia. Navegan en aguas donde se valora lo mediocre, y aún así conviven en armonía sin perder su esencia. Hay pocos y son fáciles de descubrir, solo hay que estar atento. Dicen que en momentos de crisis sale lo mejor y lo peor de las personas. Es ahora cuando los extraordinariamente normales destacan, porque siguen siendo ellos.
No somos uno, somos múltiples. A lo largo de un solo día convivimos con numerosos roles de forma automática y no siempre consciente: soy mamá, soy amante, soy profesional, soy amiga… y siempre soy la misma persona. Los normales son capaces de ser ellos en todas sus facetas: su esencia, su personalidad, ‘marca’ su diferencia.
En lo que se ha puesto tan de moda últimamente, la ‘marca personal’, las personas extraordinariamente normales dejan una huella profunda, un buen sabor de boca cuando los conoces, te produce una sonrisa cuando te preguntan por ellos.
–Majo, muy normal.