‘Girls from today’: historias de mujeres en fanzine

Hablamos de historias que ocurren en cualquier parte del mundo. Gente con inquietudes artísticas que quiere dedicarse a su pasión. Ya sea la música, el cine o la moda. ¿El problema en muchas partes del globo? Ser mujer. O no: el género no tiene —no debería— por qué ser un lastre.

Así lo cree Andrea Savall Fernández, autora de Girls from today, una publicación independiente con fotos de chicas que trabajan en aquello que les llamaba la atención y a las que ningún obstáculo social ha derribado, por muchos que hayan tenido que sortear. Su proyecto, que acaba de dar a luz una segunda criatura, pone de manifiesto un fenómeno mayor: el regreso del fanzine.

«Ante todo, estos productos han de tratar una temática social», define Savall en una terraza de Madrid. Su elección, como feminista convencida, se centró en mostrar una realidad a las nuevas generaciones. «Quería que las chicas de mi edad o las más pequeñas vieran con normalidad profesiones artísticas de las mujeres», resume. Según la Real Academia de la Lengua, el fanzine (ya sea con ‘z’ o con ‘c’) es «una revista de escasa tirada y distribución, hecha con pocos medios por aficionados a temas como el cómic, la ciencia ficción, el cine, la música pop…».

 

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Puede que así fuera en sus inicios. Durante la década de los años 40 del siglo XX se popularizaron estas creaciones rápidas, manufacturadas por profesionales o principiantes, que querían imprimir sus gustos como algo artesanal, urgente. El término, que proviene de la unión inglesa de revista y fanático (fan y magazine), lo acuñó Russ Chauvenet, campeón estadounidense de ajedrez y creador de un grupo de forofos de la ciencia ficción. Se propagó fácilmente bajo un halo de libertad, de contracultura. La poesía, los desnudos o la literatura en sorbos tuvieron un hueco privilegiado. Algunos caían en librerías, pero la mayoría recalaba en puestos peregrinos de mesa y silla plegables.

Como los que hay en la actualidad en mercadillos tipo El Rastro de Madrid, a unos pasos de donde Andrea Savall sigue con su explicación: «La idea era que cada fascículo tenga un tema diferente». Esta fotógrafa y miembro de la sección audiovisual de la revista Vogue sacó su primer Girls from today el año pasado. En él, composiciones como un tampón manchado de cera derretida y otros bodegones relacionados con el mundo femenino rellenaban sus páginas.

De esa experiencia, «más sugerente», ha pasado al retrato íntimo en el segundo volumen. La cantautora Marem Ladson, Carlotta Cosials —guitarrista y voz del grupo Hinds— o la directora Inés de León se exponen a su objetivo sin filtros ni reglas. «Solo quería sacar a chicas que hagan cosas. Que habían luchado por ser ellas mismas y que se dedican a lo que les da la gana», insiste la autora.

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Ninguna tuvo que posar de determinada forma ni ponerse una ropa específica, algo aún común en los reportajes de tiradas convencionales. «Cada una tiene sus gustos. Y lo que quería reflejar es que ya no puede haber esa distinción entre lo que ellas y ellos puede hacer; eso de pensar que eres ‘un poco chico’ porque te guste ir en moto o salir de fiesta», apunta Savall, que a sus 24 años ha empeñado gran parte de sus ahorros para imprimir 30 ejemplares de su fanzine. «No podía ser una revista» aduce, «porque perdería la esencia». Perdería frescura, naturalidad y aportaría, quizás, dinero. Algo que aún no ha logrado ni piensa. «Lo importante es que tenga un componente social», repite.

Quizás todo consista en eso. En que se sobreponga la voluntad de crear sobre la rentabilidad. En aquel universo de subcultura de mediados de siglo, donde nacieron los fanzines, tenía un componente bohemio y romántico. Hasta que se comercializó. «Tal y como han observado los analistas –desde Marx al redactor jefe de la revista Wired-, el capitalismo es una fuerza dinámica, un orden en constante flujo y transformación», decía Thomas Frank en La conquista de lo cool, su famoso ensayo sobre el nacimiento del consumismo y sobre cómo el sistema se apropió de los símbolos del underground.

Ahora, cuando el consumo de información ha dado un vuelco hacia lo gratuito y lo virtual, el fanzine sí que aflora actos de valentía sentimental. Para el periodista —y creador de varios— Pol Rodellar, según escribe en un artículo de la revista Vice, la palabra fanzine «no es una marca, no es una palabra que se pueda utilizar para enmarcar un producto dentro de los demás consumibles». «Un fanzine es una necesidad, la necesidad de expresarse y, por lo tanto, no debe haber lugar para el negocio ni el marketing ni la publicidad. Uno no hace un fanzine por reconocimiento o dinero, sino por la necesidad de sacar lo que se tiene dentro y esa necesidad funciona con un pulso frenético, tiene que ser liberado antes de estallar. Un fanzine es inmediatez, es nervio».

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Opina lo mismo Mon Magán, creativo editorial e impulsor de Fanzine Pez, un fanzine de fanzines»: «Hacer fanzines puede ser un medio artístico, una manera de expresarse o un simple hobby. Nadie intenta rentabilidar su afición por pescar los domingos. Esto es igual. Editar un fanzine, excepto alguna excepción, es un suicidio económico. Y luego está el bajísimo índice de lectura de este país. A veces, lo que haces es porque quieres hacerlo y lo demás te da un poco igual».

Ni tienen la capacidad de crear tendencia ni son fagocitados por las grandes cabeceras. Caminan aparte. «No creo que puedan ser tomados como una alternativa, ya que no compiten contra los medios clásicos. A mi forma de ver, son más bien algo que se mueve en los márgenes, que tiene su propia cultura y público. Pero seguro que un buen aficionado a los fanzines lee otro tipo de publicaciones comerciales, incluso de las mismas temáticas de sus fanzines favoritos», apunta Magán. «Hemos tenido unos años de burbuja editorial en este país donde editar era casi tan fácil como comprar una casa. Probablemente el underground se haya asomado fuera de las alcantarillas, pero no más de dos o tres nombres que han saltado al mainstream», concluye.

El también fotógrafo describe este mundo como «muy rico y plural». «Los temas estrella siempre han sido el cómic, la literatura y el pensamiento político. Luego parte de esos contenidos pasaron mayoritariamente a internet. Hoy en día los temas más tratados son la creación artística, sobre todo fotográfica y la reivindicación feminista». Todo sin cortapisas, con el membrete del Do it yourself (hazlo tú mismo) y con un toque congénito de marginalidad.

Nació de esta forma ¿Quién coño es?, un fanzine de la zaragozana María Bastarós sobre la presencia de mujeres en el arte. Surgió de súbito. Después de empapelar su universidad de Historia del Arte con 30 pósters de Ana Mendieta, artista cubana precursora del earth-body, y ver que la gente se los llevaba, se lanzó a encuadernar algunos ejemplos más acompañados de textos. ¿Cómo lo logró? Gracias a la venta de joyas heredadas de su abuela y del apoyo del colectivo Chavalas Zine, que invirtieron 70 euros. Así defiende esta opción: «La manera de hacer un discurso que es combativo, contrario a lo ortodoxo, siempre va a ser con medios autogestionados, donde puedes decir lo que quieras sin cortarte».

Ahora, esta organizadora de exposiciones acaba de presentar un alegato sobre la diversidad de género con Inesperadxs: no, no me he equivocado de baño, una acción que ha cambiado algunas placas de aseos públicos en su ciudad. «Son el lugar perfecto para reflexionar sobre el lado oculto de los espacios aparentemente neutros, lugares sobre los que no nos cuestionamos nada, pero que funcionan como sistemas de opresión y jerarquías», señaló en una entrevista reciente. El espíritu es similar al de los fanzines: llamar la atención de algo subterráneo. Apelar a lo que durante el mandato comunista ruso se denominaba drugi obieg (segundas circulaciones), que incluían lo que no hacía la prensa autorizada. Ya fuera sobre literatura, política o mujeres. Historias universales, en definitiva, que reflotan en libretos caseros.

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Patrick Thomas

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