Gloria y Emérita: juicio al lesbianismo chic en la España del novecientos

7 de septiembre de 2018
7 de septiembre de 2018
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Era una aristócrata que desde niña apareció en los ecos de sociedad. La primera vez, en 1888. Se relataba la asistencia de Gloria Laguna a sesiones de magia, bailes infantiles. A los 19 años se convirtió en la condesa de Requena y las informaciones no hicieron más que aumentar: jugaba al tresillo, le encantaba disfrazarse, iba a los toros, al hipódromo, a clubes de tiro de pichón, a canchas de tenis…

Se supo que simpatizaba con el Partido Liberal de Sagasta, fue nombrada presidenta honoraria de la Juventud Democrática, organización cuyo objetivo era difundir el librepensamiento. Hasta ahí, su currículum oficial y de hemeroteca. Pero Juan Carlos Usó ha ido más allá en una biografía publicada por El Desvelo: Gloria Laguna, ingenio castizo, mito literario y lesbianismo chic.

Gloria Laguna. Fotografía publicada en la revista 'Caras y caretas', el 10 de agosto de 1907
Gloria Laguna. Fotografía publicada en la revista ‘Caras y caretas’, el 10 de agosto de 1907

La reconstrucción de la vida de una mujer que el historiador Vicente Carretón Cano describió como «quintaesencia de la lesbiana aristocrática y frívola del novecientos».

Un ejemplo de su relevancia social del momento fue cuando, en 1903, Juan de la Cierva y Peñafiel, gobernador civil de Madrid, prohibió que las mujeres usaran sombreros en las butacas de los teatros.

Había cierta competición entre ellas por exhibir los más espectaculares y, los de atrás, lógicamente, se quejaban de que no podían ver el escenario. Gloria Laguna, ajena a las protestas, encabezó una campaña en contra de la nueva medida y en la última noche de teatro antes de la prohibición hizo que todas las mujeres fuesen con sombreros «verdaderamente descomunales».

Se habló de «guerra de sombreros» en la prensa, hubo una polémica y, al final, la ganó. Al menos en parte, pues consiguió que se matizase la ley y se permitiera lucir sombrero al menos en los espectáculos estrictamente musicales donde no ocurría nada trascendente para la obra en el escenario.

Foto de la boda de la marquesa de Tenorio publicada en la revista 'Esfera' en 1910. A la derecha de la novia, su hermana Gloria Laguna, condesa de Requena
Foto de la boda de la marquesa de Tenorio publicada en la revista ‘Esfera’ en 1910. A la derecha de la novia, su hermana Gloria Laguna, condesa de Requena.

De su autonomía personal daba cuenta otro suceso en el que se notificaba que había tenido un accidente de coche. Por lo visto, tuvo muchos. Los cambiaba con frecuencia. En este accidente en San Juan de Luz, la peor parada fue María Guerrero, que salió despedida del vehículo y quedó inconsciente media hora.

Gloria era una estrella, pero esas noticias de sociedad ya no las protagonizaba una niña, sino una mujer; una adulta que empezaba a adquirir un rasgo que llamaba mucho más la atención en aquella época: era célibe. En otra noticia esos días, en San Sebastián, fue vitoreada por dirigir un cotillón, era una celebrity absoluta, sí, pero entonces ¿cómo podía ir para solterona, si el éxito personal de una mujer en aquellos tiempos no era otro que casarse lo más espectacularmente posible?

Claudicó. El cacareado momento no tardó en llegar. Rafael Reynoso y Queralt, marqués de Taracena, hijo único de los condes de Fuenclara y marqueses de Pico de Velasco, nada menos, pidió su mano. Pero era un prenda el caballero. Había estado antes a punto de casarse con Casilda Sáez de Heredia y Suárez de Argudín, pero cuando le mostraban los vestidos del ajuar, osó decir: «Mejor sería un buen collar de perlas, para poderlo empeñar en un momento dado».

Ese comentario frustró la boda y el hombre, como fuera, se las arregló para comprometer a Gloria Laguna. En el diario ABC, al anunciar el enlace, se escribió: «Pocas veces una mujer será tan popular».

08-retrato-de-gloria-lagunaUn momento muy propio de la aristocracia en el desarrollo de la que fue boda del siglo trascendió al ser relatado en la revista bonaerense Caras y Cartas:

«Hasta el punto de recibir el día de su boda imponente ovación de todos los desgraciados chiquillos que pordiosean por las calles y que quisieron asociarse la felicidad de su protectora, vitoreándola con entusiasmo y obsequiándole con todos los piropos existentes en nuestro meridional lenguaje, piropos que fueron contestados con sin igual gracejo por la ilustre novia al tiempo que repartía su dinero entre los infelices».

No obstante, la realidad fue tozuda. El matrimonio no duró ni un mes, aunque la prensa no aireó la separación. En una entrevista en Niza, ella misma dio una versión de su divorcio en la que daba a entender más que contar:

«Me casé porque no sabía qué hacer. Y también para que mi novio me dejara en paz. Mi esposo, el marqués de Taracena, me quería. Yo… ¿Yo qué sé?… Yo no sé nada… Solo sé que fui a la iglesia. Me casé… Pero mi alma nunca ha comprendido la obligación de las cadenas. Nos separamos».

Y entonces, como mujer independiente, no hizo más que protagonizar escándalos. No encajaba en los moldes ni en las estrictas normas sociales. «Fuma como un chulo del Rastro», se dijo de ella en una ocasión. Pero lo peor estaba por llegar.

La tiple Emérita A. Esparza
La tiple Emérita A. Esparza

En el teatro de la Zarzuela, en Madrid, algunos asistentes del público advirtieron, o quisieron ver, «ciertos gestos» entre doña Gloria y la tiple de opereta Emérita Esparza, que formaba parte del elenco y estaba actuando. Según el diario El Duende, los que protestaron por la complicidad entre ambas mujeres eran «algunos espectadores envidiosos».

Entendieron que las dos mujeres se habían mirado lascivamente, el público se puso a silbar y a dar patadas. Gloria Laguna se marchó inmediatamente del lugar haciéndole un gesto de desprecio a aquellos hombres. La cosa se complicó y tuvo que salir del teatro escoltada para evitar agresiones. La sesión se suspendió.

Sin embargo, aunque no había redes sociales, el boca a oreja de los mentideros madrileños hizo que la noticia corriese como la pólvora y, en la sesión del día siguiente, se presentó una muchedumbre. Gloria, con buen criterio, no había acudido, su palco estaba vacío. Pero Emérita, al ver la que le iba a caer encima, no se atrevió a salir. Un médico certificó una enfermedad repentina y fue sustituida.

El público, al enterarse de su baja, aplaudió a rabiar. En ese ambiente enrarecido ocurrió la tragedia. A las dos horas de función, se declaró un incendio en el teatro. El gentío pudo escapar, pero murieron carbonizados los conserjes. ¿Fue casual el incendio, precisamente esa noche con el pecado y la transgresión moral sobrevolando las butacas? Gloria y Emérita fueron denunciadas como responsables de todo aquello.

En el juicio, las dos mujeres declararon que se conocían de vista. Sin más. El proceso no fue a mayores. Fueron absueltas y el diario El País de entonces sentenció tétricamente diciendo que, al menos, las llamas «purificaron aquella atmósfera» que había en el teatro.

No tardó en protagonizar otro escándalo, y otra vez basado en rumores y suposiciones. Cuando el pintor Beltrá Masses expuso su cuadro La maja marquesa, en el que salían tres mujeres, una de ellas desnuda, de nuevo el inconsciente colectivo del pueblo de Madrid entendió que aquello era una mención a la condesa de Requena, a Gloria Laguna, y que la mujer en cueros ponía de manifiesto que la obra era de naturaleza lésbica. Fue retirada por «repugnante y ofensiva a la moral».

la-maja-marquesa-1915

Poco más se supo de ella tras la muerte de María Guerrero, un golpe para Gloria Laguna, que dejó de aparecer por actos sociales, sobre todo con la llegada de la Segunda República. Se sabe, o así apareció en la prensa, que tras la contienda donó dinero para las enfermeras de la División Azul, pero eso no la libró de la maledicencia en la prensa falangista.

En 1962, el periodista camisa azul Juan Aparicio lo apostó todo al sensacionalismo y la describió de esta manera: «Aquella madrileña, Gloria Laguna, bañándose en champán o leche, al estilo de Venus, que luego se revendía en los cafetines del barrio».

Por el contrario, Juan Carlos Usó, un siglo después, la rescata del olvido aludiendo a su valor en un entorno adverso, a que supo ser una persona sana en una sociedad enferma: «Gloria Laguna combatió en los tres frentes que caracterizan la rebeldía de las lesbianas ante los condicionamientos culturales del androcentrismo: el amor hacia otras mujeres, la resistencia a la reproducción y la práctica de una convivencia no acorde con este sistema patriarcal».

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