Estados Unidos y Corea del Norte publicaron en las webs oficiales de sus respectivos gobiernos un acuerdo recientemente alcanzado: el jueves, apocalipsis.
Con este acuerdo, ambos países se comprometen a lanzar misiles intercontinentales para devastar la tercera parte de los bosques de la Tierra y llenar de sangre la tercera parte de los mares.
A continuación, un grupo de elegidos descenderá a refugios atómicos donde permanecerán protegidos de la radiación durante 1.000 años. Al término de los 1.000 años, la humanidad superviviente tendrá calles de oro y fuentes de chocolate.
Si los párrafos de arriba fueran ciertos, nos preguntaríamos: ¿qué clase de locos pactan la destrucción masiva del planeta… y lo anuncian al mundo?
La indignación, el pánico y la impotencia llevarían a la gente corriente a intentar asaltar los palacios de invierno de los gobernantes de EEUU y Corea del Norte.
La ficticia hoja de ruta del apocalipsis nuclear recuerda la hoja de ruta del Apocalipsis de San Juan (el libro que cierra la Biblia), pero el cristianismo no se escandaliza ni protesta. Y eso que, según las Escrituras, Dios permitirá que cuatro monstruos a caballo asolen la Tierra con fuego, hambre, enfermedades y muerte. El apocalipsis está considerado el gran plan de Dios para salvar a la humanidad.
Un plan desquiciado. ¿Por qué, para llevar al paraíso a un grupo de elegidos, hay que matar a 8.000 millones de personas?
Estás dudas se plantean los protagonistas de dos series recientes, Good Omens y Preacher. Ambas series representan, de alguna manera, cómo los narradores ateos modernos abordan la religión: no niegan la existencia de Dios: Dios existe, pero sus planes son siniestros.
Básicamente, el argumento es similar en ambas producciones: hay fecha para el apocalipsis pactado entre el cielo y el infierno, y los protagonistas intentan evitarlo a contrarreloj. Cambian el tono narrativo, el estilo, el ritmo, y la manera de tratar el tema.
PREACHER
Los guionistas Sam Catlin, Evan Goldberg y Seth Rogen traducen en Preacher el tono de la novela gráfica de Garth Ennis (guion) y de Steve Dillon (ilustración).
El tono narrativo del gótico sureño baña las tres primeras temporadas de Preacher. Transmite el hastío existencial y la desesperanza de los protagonistas por el futuro. Este tono acoge un humor negro que asoma prácticamente en cada línea de diálogo y que por momentos está presente en la hiperviolencia con escenas propias de Chuck Jones (Bugs Bunny, Coyote y Correcaminos).
El humor negro está en consonancia con los protagonistas: el grupo de perdedores que lleva la cruzada contra el apocalipsis.
A pesar de que Preacher muestra un mundo despiadado y desolador, a muchos abruma la idea de que Dios no exista. Para estas personas –la mayoría indeseables–, un futuro en el cielo es la única esperanza para una vida miserable. Pero el dios de Preacher no es la respuesta a los dolientes.
El dios de Preacher es un remedo de Zeus: narcisista, rencoroso, cruel y con un insaciable apetito sexual. Al carecer el personaje de profundidad, las cualidades no humanizan a Dios: lo muestran como un personaje ridículo. La irreverencia de las tres primeras temporadas da paso a un ataque directo a la idea de dios.
La burla no para aquí. Los creyentes representan los estereotipos de la América profunda: paletos con no mas sesos que un mosquito, que son amantes de las armas o seguidores descerebrados de una violenta secta cristiana que prepara el apocalipsis.
La intención de Preacher es conducir a un público, ya predispuesto, a considerar que la humanidad no necesita a Dios para avanzar. Esta idea se remarca claramente con la idea de que los opositores a Dios son humanos: el reverendo Jesse Custer (Dominic Cooper), Tulip (Ruth Negga) y el vampiro Cassidy (Joe Gilgun).
Custer, el verdadero protagonista, sigue el camino del héroe: recibe un don, pasa por calamidades, conoce las entrañas del infierno, es mutilado… Todo porque busca respuestas en Dios para sí y para la humanidad. Pero el final no es propio del héroe: cuando conoce a Dios reniega de él y sus planes de destrucción. Comprende que no lo necesita para seguir con su vida.
Para apuntalar la idea de que la humanidad no necesita a Dios ni creer en otras figuras superiores está en la concepción de los villanos. Los diablos apenas asoman. Los ángeles se comportan con ambigüedad. Los auténticos villanos son seres de carne y hueso.
Realmente, el Apocalipsis no depende de Dios ni del Diablo. Solo es posible con el empeño del Grial, una siniestra organización de fanáticos religiosos de corte fascista aunque multiétnico. (Lo que no es raro en los tiempos de corren). Que Hitler ocupe el puesto del diablo en el infierno es el remate. Villanos retratados sin profundidad a propósito para hacerlos blanco fácil de la burla.
Preacher nos dice que lo bueno y lo malo dependen por entero de nosotros.
THE GOOD OMENS
La sutileza caracteriza la adaptación a la televisión que Neil Gaiman ha hecho de la novela de Terry Pratchett. En Good Omens no hay una burla a Dios ni a la religión, pero sí al fanatismo que tantas veces Pratchett ha ridiculizado en la saga Mundodisco. No es raro que los personajes más ridículos y planos de Good Omens sean los cazadores de brujas.
En Good omens, Dios es un personaje ausente. No conocemos su rostro, solo su voz como narradora. (Francés McDormand en inglés, Olga Cano en español y Rona Fletcher en español latino). Esto coloca al personaje fuera de la burla. De alguna manera, Pratchett y Gaiman buscan cierta simpatía del público al desviar el carácter villano al egocéntrico arcángel Gabriel (Jon Hamm). Este ángel es el comandante en jefe del apocalipsis en connivencia con el infierno. Es una misión que arde en deseos de llevar a buen término.
Good Omens busca que el público (no necesariamente predispuesto como el que se acerca a Preacher) cuestione si están siguiendo creencias que predican la violencia amparándose en la voluntad de Dios.
La sutileza está presente en el tratamiento del humor negro basado más en el lenguaje que la palabra. Esto se hace evidente en las conversaciones entre el ángel Azirafel (Michael Sheen) y el demonio Crowley (David Tennant) a través de los tiempos sobre qué han hecho aquí o allá: una corrupción, un milagro, una ejecución en la guillotina…
Esta clase de escenas están prohibidas por los manuales de guion porque no hacen avanzar la trama. Pero son importantísimas: muestran cómo crece entre el ángel y el demonio una amistad que ninguno quiere reconocer y que acaba por convertirlos en aliados contra el apocalipsis. Una amistad que también los lleva a una conclusión conjunta: los planes del cielo y del infierno son los mismos.
Los protagonistas humanos, aunque contribuyen a desarticular el apocalipsis, se mueven a través de las escenas ignorando qué les viene encima. No son los auténticos opositores a los planes de destrucción global. Esto muestra por parte de Pratchett y Gaiman una idea: puede que haya Dios o puede que no, pero realmente no podemos hacer nada por desbaratar sus planes. Tan solo podemos tratarnos bien los unos a los otros porque esta es la única vida que tenemos.
Buen análisis pero «Good Omens» fue escrito por ambos, Terry Pratchett y Neil Gaiman