El día que descubrieron qué era el grito de Cthulhu

Cthulhu

En el verano de 1997, aquél en que se nos fue la princesa Diana y la Pathfinder ponía pie en Marte, los hidrófonos del Pacífico detectaron un extraño sonido increíblemente potente proveniente de un lugar remoto al suroeste del océano. Un sonido tan fuerte que pudo ser escuchado a cinco mil kilómetros de distancia y que no parecía venir de ninguna fuente artificial. El susto estaba servido, y el misterio también. No se trataba de un enorme barco ni de un submarino atómico. No había sido una bomba y no parecía venir tampoco de ningún fenómeno geológico conocido.

El perfil de audio de aquel sonido al que se llamó The Bloop parecía indicar que la fuente era una criatura viva que, de ser el origen de aquel alarido abisal, sería algo mucho más grande y poderoso que cualquier cosa que en la tierra podamos llamar animal (pongo las cursivas para que parezca inquietante). A la gente empezaron a subirle las pulsaciones porque, si eso era un bicho, era un bicho muy gordo.

La localización del grito remoto que llegó de lo profundo se situó en las inmediaciones de lo que se conoce como el polo de inaccesibilidad, el Punto Nemo, el lugar de nadie. El lugar del océano más alejado de cualquier isla o continente. Junto a ese lugar, según H. P. Lovecraft, está R’lyeh, bajo cuyo sello está encerrado el poderoso Cthulhu, el destructor, el sumo sacerdote de los dioses exteriores, ese ser inmenso con cabeza de calamar e inmenso cuerpo de dragón.

¿Se estaba alzando el horror primigenio, la bestia con tentáculos, para poner fin a la era de los hombres? ¿Era ese sonido ahogado y terrible la trompeta inquietante que marcaba el inicio de la destrucción del mundo tal y como lo conocemos? ¡Oceanógrafos, por favor, digan algo!

Silencio.

El mundo no terminó. No asistimos, para decepción de algunos, al alzamiento indiferente y arrasador del terrible Cthulhu. El mar siguió en su sitio y la tierra también, más o menos. Pero el misterio permaneció asociado a ese poderoso sonido que nació en el lugar más remoto del mundo. No apareció tampoco ninguna bestia enorme, más grande que cualquier ballena o calamar gigante.

Eran varias las hipótesis, pero nadie supo dar razón del origen de The Bloop hasta que hace unos pocos años, en 2012, la National Oceanic and Athmosferic Administration declaró que se trataba sin duda del sonido de un terremoto de hielo, un icequake. Un episodio relativamente frecuente y más o menos prosaico que despejaba el horizonte de dioses primigenios y anegaciones de la humanidad. Menuda sosada.

Pero el susto les duró a algunos un tiempo, porque la profundidad del océano es todavía un misterio casi en su totalidad. Apenas nos hemos llegado a adentrar un poquito en la profundidad de esa masa oscura de agua que cubre la mayor parte de la superficie de nuestro planeta. Todavía el 95% del agua que nos rodea está inexplorada. Y en esa oscuridad húmeda, cualquier sonido inesperado o desconocido nos hace ver monstruos que nos arrastran a la negrura. Aún somos niños asustados que sentimos amenazas donde no hay más que hielo que se rompe.

Son muchas las fronteras que separan lo que sabemos de la inmensidad que ignoramos. Algunas de esas fronteras están fuera, en el cosmos; otras, muy dentro, en nuestro cerebro o en las enfermedades que nos siguen matando pese a todos nuestros avances. Y algunas están alrededor de nosotros, en nuestro propio planeta, esperando a que encendamos la luz y veamos que no hay monstruos esperándonos… o sí.

Foto de portada: Cthulhu, por Dano (compartida con licencia Creative Commons de atribución)

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