Historia de las lentejuelas: ¿Fue Tutankamon el primer icono del glam?

¿Te has preguntado cuántas historias caben en los destellos de un puñado de lentejuelas? Muchas. Y además, extraordinarias y sorprendentes.

Las lentejuelas son una decoración cíclica. Están ahí: esos pequeños discos brillantes que se van, pero siempre acaban volviendo —como en el último desfile de Gucci—, y nos recuerdan al glam rock y a la música disco. Sin embargo, su origen es mucho más antiguo.

Las lentejuelas son el hilo rojo que une el Antiguo Egipto —donde se cosían pequeños discos de oro y plata en la ropa como signo de riqueza— con el inventor Leonardo da Vinci —quien también hizo sus incursiones en el diseño de ropa y el estudio de accesorios de moda, y diseñó una máquina capaz de imprimir discos metálicos dorados, precursores de las lentejuelas modernas— y con artistas de la talla de David Bowie y Michael Jackson.

En inglés, lentejuela se dice sequin, palabra que deriva del italiano zecchino —un tipo de moneda utilizada en Venecia desde la segunda mitad del siglo XVI—, que, a su vez, proviene del antiguo árabe sikka, que literalmente significa cuño. Por otro lado, las primeras lentejuelas fueron monedas cosidas a la ropa, por razones que iban desde exhibir la riqueza y el estatus hasta complicarle la vida a los ladrones.

En el siglo XVII hombres y mujeres comenzaron a usar carteras y estuches, y aparecieron los bolsillos: ya no era necesario coser las monedas a la ropa para mantenerlas a buen recaudo, y decorar la ropa con estos pequeños discos de metal se convirtió en una pasión puramente estética.

lentejuelas

Llegó el siglo XX y con él las verdaderas lentejuelas. Sus destellos embellecían los ricos vestidos de la Belle Époque, añadían toques de luz a las refinadas creaciones de los años veinte y adornaban las prendas de los chispeantes años cincuenta.

A su enorme difusión puede que contribuyeran el descubrimiento de la tumba de Tutankamón —imagina cómo se quedaron en 1922 los arqueólogos cuando en la tumba encontraron, entre distintos objetos, ropa decorada con brillantes discos de metal. ¡El joven faraón vestía como Michael Jackson!— así como las ganas de olvidar la Gran Depresión y volver a disfrutar de los placeres de la vida.

Los materiales utilizados para crear estos diminutos discos resplandecientes cambiaron con el tiempo. En la década de 1930, se inventó una forma de hacer discos de gelatina —la misma gelatina deliciosa empleada para producir las gominolas— con el fin de hacer lentejuelas más ligeras. Pero había un problema: la gelatina se disolvía fácilmente, se decoloraba, se despegaba y deslizaba bajo la lluvia. Así que se buscaron nuevas formas de fabricar lentejuelas ligeras, pero menos delicadas.

Con la llegada del celuloide para películas también surgieron las «nuevas lentejuelas», más brillantes, pero muy frágiles. El celuloide, que además era inflamable, se dejó de usar en cuanto llegó el plástico, flexible y resistente al lavado. Gracias a eso, las lentejuelas se volvieron menos complicadas, menos costosas y más asequibles. A años luz de sus antepasadas.

A partir de los años sesenta el uso de las lentejuelas se volvió más común y ligero. Se buscaba una feminidad más esbelta y dinámica, la ropa se volvió más viva y colorida. ¿El objetivo? Sacar a la diva que cada mujer llevaba dentro. Pero las lentejuelas tienen alma inquieta, y no se quedaron tranquilas sobre las siluetas femeninas, porque llegaron los setenta y esos luminosos discos aterrizaron sobre el cuerpo masculino y todo lo que relucía se convirtió en símbolo de la rebelión contra el sistema, serio y aburrido. Se acercaba el glam rock.

El pionero de la estética glam fue Marc Bolan. Sensual y andrógino, el cantante de los Tyrannosaurus Rex conquistó una época con sus rizos, el glitter, el satín y los ojos muy maquillados. Pero quien perfeccionó esta estética convirtiéndose en el verdadero símbolo del glam rock fue David Bowie con su icónico alter ego: Ziggy Stardust, el hombre de las estrellas, con su estilo a base de lentejuelas y lamé, trajes excéntricos y un maquillaje que encontraba su inspiración en las geishas. El mismo Bowie contaba a menudo en sus conciertos cómo el encuentro con Bolan fue clave para él, desvelando el secreto de sus looks: por la noche se iban de compras por los cubos de basura de Carnaby Street.

Pero el declive del glam rock estaba cerca, y en los años ochenta los hombres abandonaron las lentejuelas. Aunque por poco tiempo. Llegó Michael Jackson, y las prendas faraónicas volvieron a ver la luz. Sus actuaciones, enfundado en trajes cubiertos de lentejuelas y pedrería, volvieron a poner de nuevo todo en tela de juicio.

Lo cierto es que las lentejuelas siempre vuelven. Será porque nos recuerdan brillantes monedas, o porque nos hacen pensar en las noches locas de los años veinte o del mítico Studio 54. Son un accesorio que despierta la imaginación, un vector luminoso que parece indicarnos el camino para salir de realidades difíciles, una vía de escape, un medio rápido para iluminar la vida cotidiana. Y ahora, más que nunca, tenemos ganas de escaparnos a mundos de ensueño.

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