Hogar Sí, cuando la vivienda es también medicina

26 de septiembre de 2023
26 de septiembre de 2023
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Hogar Sí

El hombre que cuenta su historia acumula enfermedades. Una es una polineuropatía, aún sin valorar por un profesional. Otra es una rinitis alérgica. También tiene anemia. Y, como colofón, una hepatopatía crónica que, según aclaran, se debe a un origen etílico. Además, este varón de 50 años que prefiere no dar su nombre era consumidor habitual de cocaína y de alcohol. Hasta hace pocos meses vivía en la calle, lo que agravaba sus dolencias y enturbiaba su futuro.

Un día, con esa palpitante suma de daños, acudió al hospital de Ciudad Real. Allí le dieron el alta, pero su destino no fueron las aceras, como acostumbraba: le derivaron a un piso que gestiona la fundación Hogar Sí. Gracias a este espacio, donde entró el pasado mes de abril, mantiene a raya ese historial sanitario y está en tratamiento de «deshabituación» de conductas nocivas como la mencionada toma de sustancias.

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Ya suma 12 meses en este sendero de la transformación. Su idea es, cavila, introducirse en el mercado laboral, conseguir una habitación y retomar alguna de las relaciones perdidas en ese pasado turbulento. Porque quien relata su trayectoria hasta aquí es colombiano, pero lleva 23 años en España y llegó a construir algo parecido a una familia. Su residencia es legal, tiene dos mellizos adolescentes y una exmujer que constituye toda su red de apoyo.

Le falta conseguir una fuente de ingresos como la que tuvo ocasionalmente en la hostelería o como mozo de almacén. Eso le acercaría a la localidad donde residen sus hijos. Y pretende conseguirlo. Su actitud le acompaña: en abril, cuando se le seleccionó en el programa de vivienda de esta agrupación, preparó una comida para todos. Era su forma de celebrar ese afán de cambio. Ahora, gracias a este tiempo, quiere tener una oportunidad y volver a introducir autonomía en su vida.

Algo que quizás no hubiera conseguido si no fuera por este programa habitacional de la organización. Porque, como dice Patricia Gómez, responsable de este proyecto, «vivir en la calle mata». Aunque suene tajante, la afirmación es cierta si se miran los datos. Para empezar, se calcula que una persona en situación de sinhogarismo vive una media de 30 años menos. Hurgando un poco más, afloran otras cifras: un 37% tiene enfermedades graves, un 31% se ha intentado suicidar y existe una incidencia notable de problemas de salud mental.

Gómez no lo duda, e insiste: la calle es un peligro para la salud. La mayoría de las veces, involuntario. «El sinhogarismo no es una consecuencia de las malas decisiones que toma alguien, sino un asunto estructural», declara Gómez. La encargada de estos programas cree «firmemente» que estas circunstancias pueden resolverse y prevenirse. Dependen de voluntad y de generar unos cimientos basados en lo sanitario, lo residencial y lo laboral.

Con estos tres pilares —una buena sanidad pública, una vivienda asequible y la posibilidad de lograr un puesto de trabajo, que son parte esencial del sistema— se terminaría una cara social que, según un recuento de 2022, afectaba a 28.552 personas en España. «Pero es un número superior, porque no todos van a los centros o quedan registrados», matiza.

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Deja claro Gómez que su papel no es «asistir», como si fuera una acción puntual o un ejercicio de caridad, sino buscar soluciones en estos tres ámbitos señalados. La asociación, por ejemplo, cuenta con profesionales que realizan un seguimiento de todas estas aristas individuales. Abarcan todos los obstáculos vitales, empezando por los de salud. Y no siempre se enfrentan a los mismos: según su último informe, tratan a cerca de un 13,5% en paliativos, a un 26,5% con enfermedad crónica y a un 60% convalecientes.

Su logro, entre otros relacionados con la recuperación y prevención de males mayores, es que no se cronifique la situación. «Un 45% no tiene ningún apoyo», recuerda Patricia Gómez, esgrimiendo otro factor: «La aporofobia (odio al pobre) existe y hay casos en que se materializa con agresiones».

Desde Hogar Sí señalan que muchos combinan un cóctel de enfermedades y que no hay un perfil concreto. «Ronda el 79% de hombres y el 21% mujeres, con una edad entre 40 y 50 años, pero también hay jóvenes», enumera la experta, detallando otros porcentajes dentro de la iniciativa.

Y vuelve al inicio: «La calle mata porque llevar un tratamiento es prácticamente imposible. La insulina, por ejemplo, no se puede mantener en frío. Y en el caso de trasplantes o cáncer, es imposible llevar un seguimiento».

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Este proyecto nació en Madrid en 2012 y se ha extendido a Murcia y Córdoba, con un total de unas 100 personas. «El 73% sale de manera autónoma y hay un compromiso de las Administraciones», arguye Gómez, que en los documentos compartidos muestra cómo incluso este recurso le sale más barato al Estado: según calculan, se ahorra unos 35.000 euros por persona al año.

Una de ellas podría ser el joven de 29 años procedente de Marruecos que se hospeda en el centro de Córdoba. Salió del país magrebí precisamente por motivos de salud. Arrastra una malformación congénita y busca tratamiento después de un origen humilde, que no daba para cubrir sus necesidades sanitarias y alimentar a una familia compuesta por su madre, de 65 años, otras cinco hermanas y dos hermanos (uno fallecido).

Llegó a las islas Canarias en 2020 tras un viaje de cuatro días en patera. A las pocas semanas se fue a Granada, donde tenía amigos. Ha trabajado ocasionalmente de jardinero, en la agricultura o como peluquero y mecánico.

Todavía no ha logrado regularizar su situación administrativa, a pesar de que lleve desde agosto en el piso de Hogar Sí. «Ha tenido un comportamiento ejemplar. Se ha preocupado por ayudar a sus compañeros, por mejorar en su proceso de salud, por mejorar su idioma. Se marcha con ganas y con muchísima ilusión por seguir aprendiendo y con opciones de tener una formación y trabajo», valoran desde la organización. Ahora ha pasado a otro programa, y la información que les llega es «muy positiva»: «Se ha integrado perfectamente con sus dos compañeros de piso».

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Otro caso parecido es el de Louali, de 38 años y procedente del Sáhara Occidental, aunque con pasaporte argelino. Lleva en España desde 2018 e inició una petición de apátrida que le ha sido denegada. Sufre un problema de riñón y está en espera de diálisis y de trasplante.

«He solicitado dos veces el informe de enfermedad sobrevenida para intentar obtener la residencia legal en España por razones humanitarias, puesto que mi integridad física estaría en grave peligro en el caso de tener que regresar a mi país», narra en primera persona. «Sin embargo, me ha sido denegada en ambas ocasiones», lamenta.

Louali llegó desde Valencia a Murcia en octubre de 2020. «Durante este tiempo en Hogar Sí, he estado acudiendo a clases de español para aumentar mi nivel. También tengo problemas en las caderas y desde hace ocho años tenía que ir en silla de ruedas, pero ahora me han operado de una de ellas y, gracias a una prótesis que me han puesto, estoy empezando a caminar, lo cual es muy importante para mí», confiesa.

«Estoy muy contento con este cambio. Hace poco estuvimos preparando un video musical navideño entre las personas del piso y pude participar bailando. Lo pasamos muy bien. Ahora estoy pendiente de la revisión de mi operación, que será en enero, y valorar la operación de la otra cadera», culmina.

A la pregunta de qué hacen para que coincidan las opiniones y mute el ánimo de esta gente, Patricia Gómez explica su método: «Para nosotras, cada persona es única. En el mundo de lo social, se tiende a pensar que tenemos la solución. Nosotras no: nosotras creemos que son ellos los que la tienen y nosotros somos el bastón».

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