¿Qué es la inteligencia?, se preguntaron Álex Rovira, escritor, economista, conferenciante y experto en psicología del liderazgo, y Francesc Miralles, también escritor y conferenciante y experto en desarrollo personal y espiritualidad. La respuesta fácil podría ser aquello que nos ha diferenciado de los animales y nos ha conferido la categoría de homo sapiens.
Pero ellos entendieron la inteligencia de otra manera: la capacidad de resolver problemas, y eso, aseguran —más en el marco vital actual en el que nos desenvolvemos», nos obliga a trascender al homo sapiens, el ser humano que sabe, y elevarlo a la categoría de homo solver, el que soluciona.
Así nace Homo Solver. Los 15 problemas que deberás resolver para que tu vida valga la pena (Kitaeru, 2025), como un manual para entender la vida como un desafío, en el que se nos invita a abrazar la herida, a redefinir los problemas y, muy en especial, a sentarnos con nosotros mismos para entendernos, conocernos y aceptarnos.
De todo ello hemos conversado con Álex Rovira.

Pedís una cosa muy difícil en estos tiempos: que nos detengamos a reflexionar y a mirarnos… Y es algo a lo que no estamos acostumbrados.
Absolutamente, y así vamos. No puede haber una mínima conexión ya no con la sabiduría, por supuesto, sino con nosotros mismos si no nos detenemos. Creo que era Descartes quien decía que el mundo cambiaría radicalmente si las personas fuéramos capaces de estar solas en una habitación, sentados en una silla durante un tiempo.
No puede haber transformación sin reflexión, sin diálogo interior, sin cuestionamiento. Y eso implica aquietamiento. Pero la cuestión es que llegamos a ese aquietamiento o por convicción o por convulsión. Es decir, muchas personas que te dicen “no tengo tiempo”, el cáncer te lo dará, el ictus te lo dará, el infarto te lo dará, la hernia discal te lo dará, la separación te lo dará, la distancia con tus hijos te lo dará… Tendemos a dejar lo esencial para después del funeral.
Y esa es otra de las cuestiones que también abordáis al final, porque la muerte es algo a lo que no estamos acostumbrados a enfrentarnos…
Sí, pero me refiero a funeral no solo entendido como nuestro funeral, sino que dejamos lo esencial para después del funeral, es decir, cuando las cosas importantes se nos mueren. Se nos muere la salud, se nos mueren las amistades, se nos muere la relación…
La tesis del libro es somos sapiens, somos solver, pero en realidad somos seres humanos que solucionan, porque la vida es eso. La vida es un desafío constante, constante, constante. Y no deja de ser enternecedor cuando ves a alguien que dice «Es que me paso la vida con marrones». Es que el juego de esto va de esto. Lo raro es tener —que no digo que no— que decir que todo es maravilloso. El desafío es constante, saltas una valla y ya te vendrá otra: o porque envejeces, o porque tus hijos están en la adolescencia, o porque ellos también se hacen adultos y necesitan tu ayuda, o porque los padres se hacen mayores… Van surgiendo constantemente desafíos.
Es muy difícil una mínima lucidez sin detenimiento. Yo me atrevo a decir que es imposible. Por tanto, hay que pararse, y si no te paras, la vida te para.
«Resolver no es solo encontrar soluciones; es, en muchos casos, redefinir el problema»…
Muchas veces damos categoría de problema a lo que no lo es. Yo conozco, y he vivido en mi piel, la definición de problemas que en realidad son problemas del primer mundo, no son problemas de verdad. Entonces, la mirada creativa, la mirada provocadora, la mirada con coraje, a veces te hace redefinir situaciones que tú dramatizabas y que luego te das cuenta de que no había ni mucho menos para tanto.
Es más, cuando hago la pregunta a los alumnos o a las personas que acompaño en temas de mentoría y consultoría, les digo oye, este desafío que pasaste hace tiempo y que te pareció una barbaridad, ¿mirado en distancia…? Y la inmensa mayoría de los casos —no en todos los problemas, no hablo de problemas de verdad— responden que no había para tanto. Es verdad que como era la primera vez que tenía que enfrentarme a eso, se me hizo bola, se me hizo montaña.
Por eso es muy importante vincular la resolución, el solver, al cambio de paradigma, a la mirada divergente. Hay un libro que me encanta, que es La estructura de las revoluciones científicas, de Thomas Kuhn. Él actualizó el concepto de paradigma, aunque ya estaba en Grecia pero se había olvidado. Y lo que dijo fue «Fijémonos en que, al final, lo que ha hecho que la ciencia evolucione ha sido que ha venido alguien y ha dicho que el espacio y tiempo no son dimensiones absolutas sino relativas». Pues lo mismo con la vida. Tenemos que mirarla desde otros ángulos, desde otros lugares.
Creo que la humildad es muy importante. En griego, ‘humilde’ quiere decir ‘ser pequeño’, y en latín ‘humildad’ viene de ‘humus’, dejar ir, soltar el humus, la materia orgánica que nutre la tierra, que la protege de las heladas, que retiene la humedad en verano y que es indispensable para el ciclo vital, pero que implica el acto de dejar ir.
Pienso que esa mirada original, que como decía Gaudí, es volver a los orígenes, es imprescindible para resolver muchos problemas que a veces no tienen la categoría de problema que pensamos que tiene.
Si no he entendido mal, para solucionar nuestros problemas nos pedís que los abracemos, que nos metamos de lleno en ellos, que abracemos la herida…
Esto es fundamental. Uno de los mitos más fascinantes y hermosos es el mito de Quirón, el sanador herido. Engendrado por violación por el titán Saturno a la ninfa Liria. La ninfa, para no ser violada, toma forma equina. Saturno, como es titán, semidiós, se convierte en un caballo y engendra a un ser mitad hombre, mitad caballo. Es rechazado por sus padres porque lo consideran monstruoso, ni hombre ni animal. Rechazado por su madre porque ha sido violada. Una herida psíquica profunda, la herida del rechazo, la herida de los padres que no te quieren.
Y eso le lleva a la cueva para no mostrarse. Se siente monstruoso, no tiene autoestima, no tiene autoimagen positiva. Pero esa introspección le vuelve una persona empática, compasiva, que vibra con el dolor del otro. No podrá nunca sanar su herida física, pero, en cambio, reconoce las heridas psicológicas de los demás porque él las vive y, como laten en él, las reconoce. Pero solo cuando abraza la herida sale al mundo. Y al salir al mundo, es el maestro de los semihéroes, incluso de Asclepio, el creador de la medicina.
Y resulta que una flecha le hiere con veneno de la hidra y le provoca un dolor eterno, y como es hijo de un dios, no puede morir. Y eso le lleva a ser todavía más compasivo. Entonces te das cuenta de que —y hablo por mí, y también por el hecho de que he acompañado a muchísimas personas en la escuela de transformación vital y liderazgo que tengo— al abrazar la herida, como decía Carl Jung, lo que niegas te somete; lo que aceptas te transforma.
No estoy hablando de regocijarte en la herida, no estoy hablando de masoquismo, no estoy hablando de hacer obscenidad del dolor. Estoy hablando de amar lo que es. Esto es lo que es, y a medida que me abro a esa herida, la herida se revela como luminosa. Por eso decía Rumi, el poeta persa, «Es por la herida por donde entra la luz». Pero se dejó la parte más importante: es por la herida por donde sale la luz, pero primero tienes que dejar que entre. Y dejar que entre es abrazar la herida.
Y ese es el mito de Quirón y la poesía de Rumi. Y esa es la realidad, porque las heridas nos llevan a espacios de realización y de consciencia a los que nunca llegaríamos por voluntad ni convicción.
Es un aprendizaje, entonces, lo que nos ofrecen las heridas…
En realidad, yo las personas más maduras que he conocido, las más bondadosas, las más humanas, son personas con muchas heridas pero que, en lugar de convertirse en cínicos, han convertido la herida en amor y en creatividad hacia los demás.
Al leer el libro, me ha parecido que el ser más o menos capaces de convertirnos en homo solver era más una cuestión de edad: cuanto mayor eres, más resolutivo. ¿Realmente es así?
Sí, así es. Los tres primeros capítulos son construcción de la identidad. Los tres segundos capítulos son relaciones, vinculación, amor, el otro. Los terceros son resolución de problemas, gestión de agenda, gestión de hábitos… Los otros tres siguientes ya nos hablan de la templanza, del estoicismo, de la aceptación superadora. Y los tres últimos ya es pura trascendencia, el dejar la vida.
Por lo tanto, hay una cronología en los capítulos y en las preguntas, y a medida que vives, puedes subir más puntos. Una persona de menos de 50 años es muy difícil que supere los 11 o 12 puntos.
Entonces, ¿cómo debemos interpretar este manual? Porque si es una cuestión de edad, lo que nos ofrecéis parece un manual de urgencia, porque parece que invita a acelerar esos pasos vitales.
Yo creo que esa es una lectura que se le puede dar, pero no invita a eso. El libro es la constatación de lo que hemos entendido que son 15 desafíos que sí o sí un ser humano que llegue a una cierta madurez cronológica tendrá que vivir, pero no es un «date prisa», no.
Además, el test no se mide como algo en lo que tú tengas que conquistar los 15 puntos cuanto antes. Es un indicador para que te hagas preguntas, fundamentalmente, pero no pretende ser una palanca ni un acelerador en absoluto.
Sí que es verdad, sobre todo en las dos últimas partes de los dos últimos bloques, que tienen mucho que ver con la maduración, no solo cronológica, sino psicológica, porque tú puedes encontrar incluso adolescentes extremadamente maduros que puedan puntuar alto en el test, porque a lo mejor han vivido con padres inmaduros pero han tenido un referente cercano, un abuelo o una abuela, que les ha hecho reflexionar y que ellos mismos ya tenían una base brillante.
Y te das cuenta de que, a lo mejor, puede haber gente joven que puntúe mucho más que un hombre de 80 años que no acepte su identidad, que no acepte su propio envejecimiento, que no acepte que las cosas no salgan como él quiere.
Yo no lo vivo tanto como un imperativo de ‘tener que llegar a’, porque sería contradictorio con la intención del libro. El libro, básicamente, lo que viene a decirte es que la vida es un conjunto de vallas a saltar y que algunas de ellas tenderán a aparecer en el paisaje cuando ya llevemos una buena parte del recorrido.
Lo cual no quiere decir que a lo mejor haya personas a quienes se les presenten antes, o que ni tan solo necesiten que se les presenten, para hacer una cierta cavilación, elaboración o reflexión anticipatoria, y esto, a veces, puede ser bueno también, sin vivirlo como angustia. Como decía Mitch Albon en ese libro maravilloso “Martes con mi viejo profesor” poniendo palabras a Morrie Schwartz, el anciano protagonista que tiene ELA y que se encuentra cada martes para hablar con ese antiguo alumno: «Todo el mundo sabe que se tiene que morir, pero casi nadie se lo cree».
Muchas de las cuestiones que planteáis sobre el amor, las relaciones personales, la búsqueda de equilibrio, cómo identificar problemas, conocerse a uno mismo… parecen cuestiones lógicas, ¿no?
Bueno, es lógico para ti, pero hay muchas personas que cosas que para nosotros son obvias, por las razones que sean, te aseguro que para ellos no, porque cada cual tiene sus marcos de referencia.
No, no todos hemos llegado al consenso de que la vida tiene que ser una balanza entre lo bueno y lo malo o que el amor romántico no es bueno. Tú mira las letras de las canciones, que muchas personas y muchos jóvenes se siguen tragando. El Every breath you take de The Police, con el «You belong to me», tú me perteneces. En el conjunto de creencias colectivas hay mucha basura que genera mucho sufrimiento.
Tú, porque te mueves en un entorno de pensamiento crítico, de libre pensamiento, de cuestionamiento, y estás ensayada. Pero no todo el mundo lo ve así, te juro que no.
Decía Ortega y Gasset que las ideas las tenemos, pero que las creencias las vivimos. Y los seres humanos no vivimos a la altura de nuestras capacidades, vivimos a la altura de nuestras creencias.
Descubrirnos a nosotros mismos, hacer lo que deseamos, cuidar nuestra autoestima… ¿no es mucho ego?, ¿no podemos caer en el individualismo, en el yo, yo, yo?
Absolutamente, por eso está el ‘nosotros’, por eso está siempre la referencia a las relaciones. Fíjate que cuando hablamos de iluminación, hablamos mucho de humor, de amabilidad, de compasión, de empatía. Porque también el discurso tradicional de la autoayuda se ha centrado mucho en yo, mi, me, conmigo, para mí. No, somos seres sociales, ningún ser humano es una isla, y yo creo que la clave de la madurez es la conjugación por resonancia, es decir, tu dolor es mi dolor y tu alegría es mi alegría.
Porque, evidentemente, hay la felicidad del imbécil, que es la de ande yo caliente y ríase la gente. Me importa un pimiento si yo piso el pedal del coche y gasto 20 litros a los 100. Lo que para mí es inmoral, y por eso llevo un híbrido enchufable, para otro es objeto de regocijo, porque, como no me dejan correr, lo que quiero es quemar combustible y compensar mis complejos con mil cavallos debajo del culo.
No escuchar, cuando hablamos de relaciones sociales, ¿podría ser considerado un ejercicio de autodefensa y autoprotección ante un mundo cada vez más hostil y menos humano?
Una parte sí, una parte es un mecanismo de defensa. Pero otra parte es que no nos han enseñado. Creo que era Cortázar quien decía «Si escribir bien es un arte, hablar bien es un arte y escuchar bien es un arte». Y como arte, se cultiva.
Y resulta curioso que no sepamos hablarnos en la era de la comunicación, estamos continuamente interconectados…
La clave, para mí, de la toma de consciencia y de la madurez es el diálogo interior, que puede ser proyectado en el papel, escribiendo. Además, se sabe que la escritura manual genera muchas más conexiones y sinapsis que la del teclado, por eso yo creo tantísimo en la escritura como fuente de revelación, como fuente terapéutica.
Ramón Llull decía que la palabra es el arma más poderosa, y esta frase me resonó con muchísima fuerza porque la sentí muy de verdad. Y en ese sentido creo mucho en Freud: aquello que no eres capaz de concienciar ni de verbalizar, en consecuencia, se acabará manifestando corporalmente en forma de síntoma. Y para mí es evidente, el mecanismo de somatización como grito del alma, de los procesos internos si no crees en el alma. Pero es fundamental.
¿Cómo os enfrentáis al escepticismo?
Yo te diría que hay tres grandes segmentos. Las personas que, como decía mi barbero en mi adolescencia, cuando yo me iba a cortar el pelo, «¿con conversación o sin conversación?, y si decía «Con conversación», me respondía «¿con controversia o sin controversia?».
Entonces, hay una parte de la población que está por el debate, que está por salir de la ceguera, como diría José Saramago. Hay una parte que está desorientada. Un estudio aclaró que el 33% de la población occidental dice que se siente languidecer; no están en patología, pero tampoco están bien; esa sería otra tercera parte.
Y luego están los que reaccionan a todo esto, los que piensan que esto no sirve. Yo creo que sí que sirve. No lo pienso gratuitamente, sino porque llevo muchos años en esto y he visto muchísimos casos, y tengo muchos amigos y amigas que están en el mundo del acompañamiento y de la psicología…
Y sí, claro, hay escepticismo, pero hay que asumir que forma parte de eso. Esto es como ser portero e ir a jugar a campo ajeno: vas a recibir una lata en la cabeza, seguro, pero no te lo tienes que tomar personalmente.
Ostras, qué difícil es eso de no tomárselo como algo personal…
Para mí es el mayor desafío, pero mira, llega un momento, y te lo digo de corazón, que aprendes bastante; no sé si del 100%, no sé si el guante todavía tiene algunos dedos flojos, pero al final aprendes a que, en muchos casos —no en todos—, el rechazo, la confrontación, la violencia… tú pasas por ahí y te cae el lapo. Pero porque pasas por ahí, porque si hubiera pasado otro, le habría tocado a él. Y es verdad.
Y eso no es solo porque lo diga Miguel Ruiz en Los cuatro acuerdos como uno de los capítulos fundamentales del libro, sino también por puro estoicismo. Es lo que decía Epícteto cuando su amo le está apretando la pierna, que le decía «Me la vas a romper, me la vas a romper, me la vas a romper…», y cuando se la rompió, respondió «Ya te lo dije y ahora no podré atenderte por un tiempo». Y no se lo tomó personalmente porque dijo, bueno, este imbécil… lo hará cualquier otro que tenga por aquí.
Has mencionado el estoicismo, que parece estar de moda ahora…
Bueno, está de moda gracias a la pandemia. Suerte que no es religión y, por tanto, no es dogma, pero me parece una de las filosofías más potentes que hay. Yo creo que si tomas el mensaje de Sidartha Gautama, el de Jesús de Nazaret… no digo el de los hombres vestidos de negro, sino el mensaje de Jesús, de Buda, de Marco Aurelio, de Epícteto, de Zenón y de Séneca… tienes un muy buen botiquín vital.