Cuando uno sale de Valencia dirección San Antonio de Benagéber, hay un momento en el que puede meterse por una carretera a la derecha y, tras pasar una rotonda, por un caminillo de tierra a la izquierda. Si se sigue esta vía se acaba llegando a una pequeña parcela de media hectárea donde tres amigos ingenieros agrícolas han montado el Horts del Perigall, una pequeña iniciativa de agricultura natural que además alquila pequeñas parcelas de huerta valenciana a particulares urbanitas.
Amparo Díez, de 56 años, es una de sus clientes/alquiladas. Esta funcionaria judicial asegura venir todos los días, “ya que el deporte” no le gusta “ni verlo ni practicarlo” y el campo es para ella “la actividad perfecta al aire libre”. Pertrechada con una regadera verde, se dirige a sus 30 metros cuadrados de parcela. Paga por ella 20 euros al mes y gracias a las enseñanzas de los tres emprendedores está aprendiendo a cultivar tomates, cebollas, lechugas y demás. Mientras, su perro espera atado a un planta.
Cerca, a la sombra de una gran higuera, Pablo Sánchez, uno de los tres amigos, explica su modelo de negocio. “Tras estudiar la carrera y hacer un máster en Producción Vegetal”, cuenta, “vimos que la agricultura tradicional no tenía para nosotros ningún futuro y que la única manera de vivir de la tierra era la agricultura ecológica”. Hace cinco meses y contando con el padrinazgo de otro cultivador con un modelo de negocio similar, comenzaron su andadura.
Aspiran a que las patas de sus ganancias sean dos. Por un lado, el alquiler de los huertos. Por otro, su propia producción, unas 40 cajas mensuales de 10 kilos cada una y que venden en cestas a domicilio en un radio de 10 kilómetros o en el propio huerto. “La gente quiere un producto diferenciado, que sea recién sacado de la huerta”, reflexiona Sánchez, “quiere comer como piensa, que se identifique con él”.
A ello dedican casi la mitad del terreno, un antiguo cultivo de naranjas que llevaba 15 años como escombrera y que los tres amigos adecentaron y prepararon antes de comenzar la iniciativa. Se lo presta un agricultor retirado, a condición de que si el negocio va para adelante, luego comience a percibir una renta o un beneficio.
Para que el producto sea ese con el que la gente se identifica es necesario que sea lo más respetuoso posible con el medio ambiente. Sánchez reconoce la contradicción intrínseca de andar por ahí contaminando con un coche llevando verduras ecológicas, pero ya piensan en formas de solucionarlo como asociarse con alguna tienda donde poder dejar los pedidos de una vez. En el resto de sus prácticas hay poco que objetar.
Elementos prohibidos son los pesticidas químicos, compuestos que matan toda la fauna que rodea la flora comestible y los fertilizantes no naturales. “Abonamos con estiércol de vaca de una granja cercana”, explica Ferran Ripollés, más tranquilo, y que cursa un máster en Agricultura Ecológica, “y las plagas las tratamos con insecticidas biológicos como el aceite de neem”. Hacen ciclos cambiando de productos para que las plagas no desarrollen resistencia.
“Estos insecticidas”, continúa, “actúan de manera selectiva y respetan la fauna útil, como las mariquitas”. Estos insectos no son herbívoros y su alimento natural son otros bichos como el pulgón, una pesadilla para las hojas de las plantas. Reconoce que una gran parte de su trabajo consiste en arrancar las malas hierbas, un trabajo que un agricultor extensivo suele solucionar con productos químicos.
Ripollés ya tiene experiencia en el alquiler de huertos, pero urbanos. Trabajó en Godella, un pequeño municipio del llamado cinturón rojo de Valencia, cuyo Ayuntamiento puso hace años unas parcelas a disposición de los vecinos. Donde primero había 12 luego hubo 60 y finalmente hoy hay lista de espera para apuntarse. Esta es una tendencia en toda la zona, donde la tradición de huerta es grande y las iniciativas de alquiler de parcelas proliferan como las setas.
“La mayoría de los que han alquilado se han enganchado”, asegura Ripollés, “aunque sabemos que el número bajará cuando llegue el invierno”. Entonces ellos cambiaran cultivos como los tomates, las cebollas y las fresas (“que este año no han salido muy bien”) por otros de frío como la espinaca, la acelga o el haba. Queda por ver si gente como Amparo Díez sigue viniendo. De momento y sonriendo de oreja a oreja, se despide con un sonoro:
-Me voy a regar, a ver si me salen los rábanos.