«No me gustan las películas españolas: hay muchas palabrotas», dicen unos. «Esta película española no es realista: nadie dice palabrotas», dicen otros. También hay quien dice: «Las películas españolas de antes eran mejores: todos hablaban bien, nadie decía palabrotas». Y no falta el moralista pedagógico: «El cine debe educar: los personajes no deberían decir palabrotas». Todos se equivocan.
Una película no es mejor ni peor porque tenga o carezca de palabrotas. Las palabrotas son un recurso dramático o cómico como cualquier otro: hay ocasiones en las que usarlas y ocasiones en las que no. (Como el sexo o como los tiros). Tampoco es cierto que las palabrotas sean «de películas cutres» o de «chulos y putas».
El Gran Hotel Budapest, cuya elegancia nadie pone en duda, tiene un par de ejemplos de cómo usar el lenguaje malsonante.
Recordemos que los protagonistas principales son monsieur Gustave H., conserje de El Gran Hotel Budapest, y su botones Zero. Monsieur Gustave es parlanchín, de modales afectados, imperturbable y amigo de metáforas. Zero también es tranquilo, pero a diferencia de su jefe, es modesto y callado.
Gustave es acusado del asesinato de una antigua clienta y acaba en la cárcel. Allí no pierde en ningún momento su aplomo y los modales. Tras fugarse de la cárcel con ayuda de Zero, busca pruebas de su inocencia y a la vez evita el acoso de los auténticos asesinos y de la policía. En un momento de la aventura, Gustave y Zero caen de un trineo, y el conserje acaba agarrado a un precipicio. Uno de los criminales intenta que caiga.
En esta situación, Gustave H. recita un poema. Zero empuja al criminal por el precipicio y Gustave H. grita:
«Holy shit!»
Literalmente «santa mierda».
En el doblaje usaron —de manera extraña— «¡poder de Dios!». Sin embargo, lo más parecido sería un «¡hostia puta!» que revela la sorpresa de Gustave. «Holy shit» es la primera expresión malsonante del conserje y no será la última. (Por suerte, el doblaje respetará el sentido de las que siguen).
En esta misma escena, poco después, la policía pide a Gustave que se entregue. El conserje dice a Zero:
«Prefiero saltar de este acantilado antes que volver a la PUTA cárcel».
(En la película original: «I’d rather jump off this cliff right now than go back to FUCKING prison»).
Esta PUTA saca una risas. No es un recurso gratuito. (El cuentachistes con poco talento, pero oficio, acaba un mal chiste con un «cabrones» o «qué hijos de puta» para referirse a los funcionarios o los teleoperadores, etc., protagonistas del chiste. Así arranca unas risas. El público en su conjunto se comporta como un niño pequeño que se ríe buscando en el diccionario escolar palabrotas). Wes Anderson no busca unas risas fáciles, aunque las consigue. El PUTA remarca la evolución de Gustave H.: acaba de salvar su vida y ha vivido momentos muy duros. Por algún lugar ha de estallar: deja su papel de conserje y es una persona normal.
Gustave y Zero continúan la aventura hasta llegar a un monasterio donde se oculta un testigo de la inocencia del conserje. El testigo tiene información vital, pero es parco en palabras; habla como un coche que se cala cada dos por tres. Gustave no puede soportar los rodeos del testigo:
«No nos tengas en ascuas. Esto es una puta pesadilla. ¡Dinos qué coño está pasando!»
(En la película original: «Don’t keep us in suspense. This has been a complete fucking nightmare. Just tell us what the fuck is going on!»)
Es uno de los momentos más hilarantes de El Gran Hotel Budapest. Aquí, Gustave H. carece de paciencia. Quiere que se acabe la historia cuanto antes. No hay lugar para las metáforas, para mantener la compostura. Gustave H. es persona por segunda vez, una persona al borde de un ataque de nervios.
Estas expresiones malsonantes de Gustave no deslucen al personaje ni restan elegancia a El Gran Hotel Budapest. Por el contrario, añaden sal. Gustave, que se ha comportado durante gran parte de la historia como un personaje teatral, se hace más de carne. (Momentos como este recuerdan al Quijote. «Oh, hideputa bellaco», dice don Quijote a Sancho después de darle dos palazos, cuando el escudero se burla de la belleza de Dulcinea. Aquí, don Quijote se sale de su papel).
Las palabrotas están en la vida. El guionista, dramaturgo, escritor no debe hacer un catálogo de ellas ni omitirlas como si escribiera para un colegio de monjas. Tiene que saber cuándo, cómo y por qué emplearlas para enriquecer la historia.