La historia de Das Park Hotel tiene algo en común con la de la gallina y el huevo. Su origen no está del todo claro. A su creador, Andreas Strauss, le cuesta identificar el detonante que le empujó a llevar a cabo el proyecto: “Fueron mis propios recuerdos de viajes, mis emociones, mis necesidades, mis deseos pero también los de la gente que conozco, los de las personas con la que me encontraba cuando viajaba…”
Aunque, en realidad, es lo de menos. A Strauss siempre le ha gustado viajar y nunca ha precisado de muchos medios para hacerlo. Para él era suficiente disponer de un lugar donde poder descansar, guardar sus cosas y cargar su móvil o su cámara. No le hacía falta nada más. También quería que estas ‘herramientas de hospitalidad’ como él las llamaba estuvieran disponibles en la ciudad en la que él reside para el uso y disfrute de los turistas: “En cierta forma es una necesidad similar a la que Elias Cannetti se refería en su libro Las voces de Marrakech cuando venía a decir que cuando uno se encuentra en una ciudad extraña requiere de un lugar en el que poder estar solo para poder guarecerse cuando las voces extrañas llegan a ser demasiadas”.
Cannetti no especificaba cómo podría ser ese lugar. Pero Strauss pensó que un tubo de hormigón podría servir perfectamente. Por eso el artista austríaco solicitó el patrocinio de C Bergmann, una empresa especializada en la fabricación de este material. Y lo consiguió. Strauss contaba ya con el auspicio de KUPF (Upper Austrian Cultural Platform) para hacer realidad su proyecto así que no tardó en ponerlo en marcha.
Lo de encontrarle un nombre fue lo más sencillo. Strauss y el resto del equipo que lo acompañó en esta aventura lo llamaron simplemente Das Park Hotel porque lo iban a ubicar en el principal parque de la ciudad austríaca de Osttensheim. Allí, a orillas del Danubio, se instalaron los tres tubos de 9,5 toneladas cada uno.
En su interior, estos colosos de hormigón albergan las habitaciones del hotel. Pequeñas pero con todo lo necesario para garantizar el descanso y la seguridad de los huéspedes: colchón de doble ancho, somier ergonómico, espacio para el almacenamiento donde, además, hay mantas y ropa de cama adicional para las noches de más frío del verano (el hotel solo abre de mayo a octubre), tomas de corriente para cargar los dispositivos móviles, puertas con código de seguridad… De que, además, resultasen acogedoras se encargó el artista austriaco Thomas Latzel Ochoa, autor de las pinturas murales que lucen en las paredes del interior de estos tubos.
Obviamente, los tubos, como inmuebles, tienen sus limitaciones. Por eso los clientes del Das Park Hotel tienen que utilizar los baños públicos del parque y acudir a los restaurantes de la zona. Nada de completa ni media pensión.
¿Y cómo es dormir en un tubo de hormigón? Strauss parece que lo ha probado porque asegura que no se oye un solo ruido (“salvo algún que otro golpe que dan a la puerta los niños que andan por el parque”) y que, pese a lo que se podría pensar en un principio, allí dentro no se pasa nada de calor. Ni siquiera durante los meses más cálidos.
De lo que no tiene ni idea Andreas Strauss es de qué tipo de clientes tiene el hotel: “Salvo las personas que se encargan de limpiar las habitaciones, raramente nos solemos cruzar con ellos”. Lo que en un hotel normal sería inconcebible, en Das Park Hotel es normal puesto que las reservas se realizan únicamente online. También la entrega de las llaves, o mejor dicho, del código con el que se puede acceder a la habitación. El pago también se realiza en el momento de la reserva. Bueno, eso si lo hay… Porque Das Park Hotel utiliza el sistema ‘pay as you wish’. La voluntad, en castizo. Aunque Strauss no destaca la generosidad como la principal virtud de sus clientes, no le debe de ir mal cuando ya ha abierto un segundo establecimiento en Bottrop, Alemania.
Este reportaje fue publicado el día 1 de marzo en la edición de papel de Yorokobu, que se encuentra a la venta en kioscos de toda toda España.