«El amor es una maravilla, pero no dejes que ningún ser querido te estropee tu insulto diario»

9 de febrero de 2018
9 de febrero de 2018
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Pim pam, pim pam. José Antonio Ruiz Gracia y Ángel María Fernández se ponen a caldo en un Insultario. Arremete uno, contrataca el otro; y, al final, la disputa se zanja en un libro que publica la editorial Pepitas de Calabaza.

Pensamos ir a conocer a los autores pero viven en Arnedo (La Rioja) y, con la que está cayendo, convenimos que era más sensato enviarles una entrevista digital y que se queden ellos pasando frío.

Impactados por muchas de las frases del Insultario, les pedimos que rindieran cuentas de algunas de ellas y contestaron esto: «Todas fueron escritas en estados lamentables y solo quedaron fuera las que ardieron o redactamos serenos. No sabemos lo que queréis de nosotros, pero vamos a colaborar. La que sigue, por ejemplo, se le pudo ocurrir a cualquiera que pase tiempo con sus hijos, sobrinos, nietos, alumnos… haciendo los deberes: Te daría hostias de dos en dos hasta que fueran impares.

Esta otra va en una línea de maldiciones paganas que nos seducen mucho. Y en este caso en particular más aún porque ni siquiera el que lo inventó sabe en realidad qué es el tofu: Ojalá te levantes a las cinco a coger olivas, trabajes sin descanso hasta las once y cuando abras el almuerzo sea tofu.

Esta última nos recuerda mucho a nosotros mismos, pero es mejor que no sigamos por si nuestras madres leen la entrevista: A estas horas me recuerdas mucho al novio de una madre, recién levantao, fumando un fortuna, en camiseta y calzoncillos, en el balcón, preguntando qué hay pa’ comer».

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A ver, Ángel y José Antonio, ¿es esto una pelea de gallos?

¿Esta es la primera pregunta? ¿En serio? Pero qué pretenciosa eres, de verdad, con esos aires de Voltaire pareces Catalina la Grande. Qué fatiguita, por dios. Es evidente que en las peleas de gallos nadie insulta a nadie, allí todo es amor propio, todo yo. El lugar del gallo es el corral: espacio mínimo, acotado, reducido igual que un ego, por grande que este sea.

Ellos son púgiles en su cuadrilátero, nosotros somos imbéciles sin fronteras. Cuando insultamos, insultamos al mundo entero, a todo el planeta; nada en particular va dirigido a nadie en concreto, todo es global, como suele decirse ahora… Y para no odiaros, parodiamos.

¿Cómo surgió la idea del Insultario?

Surgió con un sms, como en las altas esferas, al modo cariñoso de los grandes hombres. De la confianza nace el odio y de ahí deriva lo demás. Corrían los tiempos en los que el guasap todavía no era la carretera frecuente que es hoy para nosotros, hará un lustro.

Se inició, como decíamos, con un sms de Josian en su habitual línea de estupidez surrealista al que contesté con mi consuetudinaria estupidez. Tras meses enfangados en el más absoluto delirio, sin saber por qué ni cómo, arrancó a ser un toma y daca de insultos, sin más interés que el propio descojono, la parida al buen tuntún, el desahogo, el desparrame, el despiporre y todas esas palabrejas con prefijo des- que son para nosotros lo que para los futbolista de élite el peluquero.

En el verano de 2015, durante unas semanas de agosto en Londres, nuestro viejo amigo Raúl Villota nos embarcó para hacer un librico artesanal, impreso y cosido a mano, en el taller que el colectivo The minesweeper tenía en Deptford. Decimos tenía porque ardió en las Navidades siguientes. Y decimos embarcar porque el taller bullía en un viejo barco antiminas de la Segunda Guerra Mundial atracado en un afluente del Támesis que para sí lo quisieran los cerdos.

Allí sobrevivimos casi tres semanas. De aquellos lodos nació Morroestufa: cómo insultar a tus amigos sin llegar a ser concejal de cultura, una selección con dos docenas de las entradas que conforman el actual Insultario.

En febrero de 2017, repetimos experiencia, ahora en Vitoria, con Raúl Villota de nuevo. Montamos el taller en la casa de un amigo suyo en Abetxuko y parimos New Morroestufa: ponte calzado cómodo que te voy a mandar a la mierda, donde doblamos el número de improperios. En cada una de las dos ediciones tiramos poco más de 50 ejemplares que endilgamos a familiares y amigos.

Cuando Julián Lacalle (editor de Pepitas de Calabaza) leyó el New Morroestufa, me telefoneó descojonándose mientras farfullaba algo así como que estaba dispuesto a publicarlo. Hay que ser un auténtico majadero para proponerse una tarea así, pero ya todos conocéis a los forragaitas de Pepitas.

No todas las paridas son originales, las hay tomadas de aquí y de allá, de la red y de los váteres públicos, lo que tantas veces viene a ser lo mismo. Representan «la voz de la tribu», que diría Nicanor. Ser original todo el tiempo es serlo nunca, y ser un plasta. Ser algo todo el tiempo debe de ser muy cansao, a la par que imposible. Fíjate en esos guapos muy guapos, la cara que llevan en los desfiles de moda. Pobres, debe de ser agotador.

¿Por qué pensáis que es necesario hoy un insultario?

Para convivir. Si no hay insulto, tampoco hay halago. Cuando uno tiene buen pan, no hay como dejarlo endurecer para poder arrear después un buen curruscazo. El amor es una maravilla, pero no dejes que ningún ser querido te estropee tu insulto diario. Por otro lado, hoy en día, hay que insultar bien insultado y sin perder un minuto, antes de que nos lo prohíban.

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¿Por qué nos hemos vuelto tan susceptibles en los últimos años?

¿A cuántos años nos estamos remontando? Define años. Nosotros somos susceptibles de nacimiento. Nacer es pura susceptibilidad. Yo nací mirando pa’tras, y este bobochorra con la pila llena de platos mugrientos.

Desde la aparición de las redes sociales y lo políticamente correcto, más o menos.

Nosotros tenemos un serio problema con las cifras y las cantidades ya que todo, lo mismo los años que el amor, lo medimos en grados y centilitros. Para qué mentir, éramos susceptibles antes de la aparición de las redes sociales. De hecho, somos susceptibles de nacimiento. Nacer es pura susceptibilidad. Los dos vinimos al mundo mirando pa’tras y con la pila llena de platos mugrientos. En fin, que no tenemos ni idea; no somos tertulianos.

De todos modos, parece difícil que en tan poco tiempo las cosas hayan cambiado mucho. No creemos que las redes hayan empeorado la situación; simplemente, la han puesto de manifiesto. Ya éramos todos unos botarates antes de internet, pero ahora disponemos de un espacio amplio en el que demostrarlo. Si eres idiota pero te quedas en casa, pocos lo notan. Ahora, si te echas a las calles, ay…

¿Tenemos que volver a educarnos en el arte de insultar?

El insulto no se hace, nace; cantamañanas. Nosotros hemos insultado toda la vida. No tenemos que volver a nada, tenemos que empezar a educarnos en todo. Ya no quedan personas que hablen claro, como Antonio Ozores.

¿Pensáis que los insultos actuales y los tacos tipo cabrón o hijoputa están desgastados?

Creemos que en el momento en que puedes decir cabrón o hijoputa o cualquier otra simpleza de este tipo a tu padre o a tu madre, a un abuelo, a un profesor… como, por otro lado, viene ocurriendo, el insulto está perdido, más que desgastado, insulso; ya no es un insulto, es una falta de educación.

Y un insulto no es una falta de educación, no es una agresión; es la constatación de un hecho del que mucha gente es máximo exponente. Para insultar bien se requiere de un saber estar, de una formación, de una elegancia, de una preparación de la que no todo el mundo dispone. Un insulto (igual que una hostia) no se le lanza a todo el mundo, no se da al tuntún pues a lo tonto no se saborea. Hay que hacerlo con sentido, lanzarlo, darlo con cariño.

Hay mucho costumbrismo en vuestras frases… 

Después de mirar en el diccionario el significado de la palabra, hemos llegado a la conclusión de que, cada tanto, el costumbrismo se pone de moda para ser el muñeco del pim pam pum. Y tiene sentido, pues el hombre es un animal de costumbres y es costumbre del hombre cansarse de sí y de sus cosas, de sus propios usos y prácticas para, llegado a un punto, abominar de ellos. Entonces los insulta como si no fuesen propios, como si solo fuesen las costumbres del otro, de los demás. Somos todos unos mamarrachos, en definitiva. Y el costumbrismo va a llegar.

 

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