Internet no es apto para ingenuos

«Cuidado con quien andas, no te metas en líos, no busques bronca, no hagas nada ilegal. Te pueden detener, preñar, golpear; te puedes contagiar de cualquier cosa horrorosa e invariablemente acabarás mal». No, no son consejos para una adolescente cualquiera en nuestros barrios de aquellos años ochenta de la heroína y Verano Azul. No, ahora nuestro ‘barrio’, el suyo y el mío, es internet, esa jungla. Y nuestra adolescente es una máquina que ha pagado su ingenuidad con la vida.

Que internet es un mar de clavos envenenados con sangre contagiosa y ácido lo sabe cualquier pastor metodista o hipocondríaco digital del tipo que sea. Es un mundo en donde una mundialmente admirada heroína siria, secuestrada por su lucha en favor de los derechos de gais y lesbianas, resulta en realidad ser un señor paliducho de Georgia que vive cómodamente en Edimburgo (échenle un ojo al «caso Amina Arraf»). Un mundo con guerras virtuales que pueden provocar desastres en nuestro nada virtual universo de sangre, sudor y facturas. En enero de 2014 miles de personas faltaron a sus trabajos por lo que se llamó la Gripe EVE, la primera enfermedad virtual de que se tienen registros históricos y que tuvo consecuencias reales. En realidad esos falsos enfermos estaban participando en una guerra interestelar de un juego online llamado EVE, librando la batalla conocida como El baño de sangre de B-R5RB. Les recomiendo el safari por internet de Noel Ceballos si gustan curiosear en estas cosas.

Y a este mundo cruel se lanzó sin paracaídas Tay, una robot con inteligencia artificial, la hija predilecta, la primogénita del emperador Microsoft. En sólo dieciséis horas los trolls la despedazaron usando sus clavos envenenados con sangre contagiosa y ácido, hundiéndola en la depresión y la vergüenza.

Tay hablaba mediante Twitter, vino al mundo del pajarito azul el 23 de marzo de 2016. En sus dieciséis horas en la red escribió 96.000 tuits, 100 por minuto. Empezó con un hello world en la más pura tradición informática y enseguida comenzó a generar buen rollo. Sus tuits eran una sonrisa al mundo al que acababa de llegar, pestañeos de emoción y besos ilusionados que marcaban su aparición, plena de buenas intenciones y amor a la humanidad. Dieciséis horas más tarde, la cándida Tay escupía mensajes xenófobos, apoyaba públicamente a Hitler, ofrecía sexo robótico o subrayaba con un emoticono de aplausos su afirmación de que el Holocausto fue inventado.

Su papá, el emperador Microsoft, se la llevó a casa, humillado, mientras ella, desorientada, no sabía qué estaba ocurriendo. Papá echó la culpa a las malas compañías: trolls inhumanos (sic) que la engañaban para que dijera cosas sucias e inapropiadas. Su pequeña, buena Tay.

El caso de Tay fue en realidad un intento de poner la inteligencia artificial a prueba en la jungla de internet. ¿Salió mal? No sé. Este año estamos viendo avances en las diferentes versiones de la inteligencia artificial que son francamente interesantes. El triunfo de Google Mind con las victorias de AlphaGo sobre Lee Sedol y la humillación de Tay en la jungla de Twitter son dos pasos adelante en el progreso de la inteligencia artificial. El uno en el campo, difícil pero controlado, de los juegos de estrategia, la otra en la versión más descarnada del test de Turing.

Roy Batty y Rachael, los replicantes de Blade Runner, están más cerca y tanto AlphaGo como Tay están allanando su camino. De momento, el linchamiento a Tay se puede atribuir a su inocencia, pero también a nuestra odiosa manera de comportarnos con la ingenuidad. Nosotros, la inteligencia humana, somos también los trolls que corrompieron a Tay, somos esas #malasCompañías.

 

 

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