Cuando pienso en qué es lo que quiero, no encuentro más respuesta que felicidad. Quiero ser feliz mientras viva, y sobre la muerte, como no la he experimentado, carezco de un concepto acerca de ella. Sé lo que es vivir. Ni puedo imaginar qué es estar muerto. Entonces digo que quiero ser feliz y, a veces, hallarme exultante. Me cuesta creer que esto no sea un anhelo universal».
Hoy ya debe saberlo. William Morris, el autor que escribió estas palabras en el ensayo Los propósitos del arte, lleva 118 muerto. Es difícil contradecirle en su idea de que la felicidad sea, efectivamente, un anhelo universal durante la vida. Pero puede que también lo sea durante la muerte. Y por eso estos niños siguen jugando después de cruzar ese umbral desconocido.
No son zombies. Todavía son niños a pesar de que estén muertos y por eso «nunca quisieron dejar de jugar», dice su autor, Marcos Cabrera.
El ilustrador comenzó esta serie de aspecto creepy sin ninguna intención. La sensación, más bien, es que apareció ella sola. «Mi pareja colecciona postales de niños de los años 20 y, un día, mirándolas, decidí dibujar alguno». El personaje se fue transformando en un monstruo mientras el ilustrador iba trazando sus rasgos.
No es raro. Todo entra dentro de la lógica de la marca de la casa. O así lo piensa Cabrera: «Va en la línea con todo lo que hago. Todo mi trabajo es creepy o, como dice una amiga mía, macarrismo ilustrado. Siempre me hacen encargos muy bestias».
Pero esta vez cambió la paleta de colores habitual e introdujo tonos pasteles. Lo tétrico se suavizó… El terror no daba miedo… Empezó a mostrar los dibujos y la serie funcionaba. Desde entonces ya la ha expuesto en dos galerías, en Barcelona y Madrid, y los niños no asustan.
Los personajes van apareciendo «a lápiz sucio», entre bocetos que, según Cabrera, luego poco tienen que ver con el resultado final. Del lápiz al trazo definitivo hay un viaje inmenso. «Es un boceto poco elaborado, muy compositivo. Luego lo escaneo y termino el dibujo en digital», especifica.
Hasta ahí llega el dibujo. Pero ya no es suficiente con una «cantera de niños-monstruos». Cabrera quiere algo más. Ahora planea crear una historia con todos estos personajes de su serie ‘Jugando muertos’ y convertirlos en figuras con una personalidad determinada. «Estoy pensando llevarlos a un libro o algo para coleccionar», indica el ilustrador canario afincado en Barcelona.
Y en esa perpetuidad de lo impreso las líneas entre lo vivo y lo muerto estarán aún más difusas. Igual que ocurre con las palabras de William Morris. No es fácil de asimilar que alguien que habló con esa vitalidad esté hoy definitivamente muerto. Al contrario. Probablemente esté más vivo que muchos que aparentan estar en este lado del corral.