A pesar de estar hechos con uno de los materiales más resistentes que podemos encontrar en la naturaleza, los retratos que Justin Bateman hace con guijarros y piedras ya no existen. Solo se pueden contemplar a través de las fotos que él mismo toma una vez que los termina y cuelga en su cuenta de Instagram Peeblepicassos. Después los destruye para que no quede rastro alguno de que una vez estuvieron ahí.
Guijarro a guijarro, este artista británico afincado en Tailandia compone los retratos de figuras conocidas, pero también de personas anónimas que se cruzan en su vida. Y el nivel de detalle es tal que cuesta creer que no hay más herramientas que las piedras ni más colores que los que la naturaleza les otorga para componer sus obras.
Lo curioso es que a Bateman siempre se le dieron fatal los retratos, o eso dice él. «Una vez que empecé a explorar seriamente las piedras como medio, me sorprendió su versatilidad y su capacidad para captar sutiles matices de expresión. Los ojos de los sujetos siempre dan vida a las piedras; hay algo mágico que sucede cuando los guijarros pasan de ser un montón de rocas a una persona reconocible…. Es casi un orgullo», explica.
Él habla de conexión con los personajes retratados. «Es como si estuviéramos en comunión de alguna manera; solo durante este breve momento hay una intimidad, es todo un honor. Disfruto aprendiendo sobre mis retratados mientras creo la obra, y en cuanto termino los ojos queda claro el éxito que he tenido. Los ojos son realmente la ventana del alma. Las personas son algo más que formas físicas, pueden representar esperanzas, sueños, ideales e ideologías… La respuesta de la gente a mis retratos me conmueve a menudo».
El artista elige con cuidado dónde va a componer sus obras en función de la geología del lugar y del tipo de piedras que allí encuentra, el tema de sus obras y la escala que tendrán. «La metodología es muy versátil y permite una gran libertad con respecto al hábitat de las obras. He creado piezas en bosques, playas, montañas e incluso en entornos urbanos como aparcamientos y ferrocarriles. La pieza que hice para Yemen se creó en una obra de demolición. Mi trabajo no consiste solo en hacer algo bello, sino que también exploro la condición humana, por lo que el entorno suele ser parte integrante de la narración».
¿Por qué piedras y no pinceles? Bateman alega razones prácticas (siendo un viajero habitual, no tener que cargar con lienzos, pinceles y pinturas le permite viajar con un equipaje ligero), pero también por la relación ancestral que une a hombres y piedras.
«Cada piedra es un recipiente de información que contiene el ADN geológico único de su origen. Cada guijarro tiene una historia. No hay dos piedras iguales, lo que ofrece un sinfín de formas, tonos y tamaños con los que construir obras de arte». Además, una herramienta tan sencilla le permite explorar temas y materiales que los que se usan en el arte mayor, como el bronce y el mármol, no le facilitarían. «Me gusta especialmente el hecho de que cualquiera puede hacer lo que yo hago, independientemente de su nivel socioeconómico».
El proceso para crear uno de sus retratos varía. Bateman dice que son las piedras las que deciden cuánto puede tardar en acabar el trabajo. Dependiendo de la ubicación y del clima, solo la recogida de los guijarros puede durar entre cuatro horas y cuatro semanas. Luego toca clasificarlas por tonos y colores, lo que lleva otro tiempo. Y mientras realiza todo esto, se dedica a escuchar audiolibros e información sobre el personaje que va a retratar.
«La producción propiamente dicha lleva entre un par de días y un par de meses, dependiendo de la complejidad y la escala. Una vez que empiezo, me resulta muy difícil hacer una pausa. La fragilidad del trabajo significa que hay muchas amenazas para su finalización; en Bali perdí dos semanas de trabajo porque un lagarto pensó que había encontrado allí un nuevo hogar», se ríe al recordarlo.
«Una vez terminada la obra, la fotografío yo mismo con mi teléfono móvil. Podría contratar a un fotógrafo, pero prefiero que todo el proceso sea inmediato e íntimo. Puede parecer amateur, pero prefiero esto a la esterilidad de la sobreproducción. Quiero que otros sientan que pueden hacer lo mismo con un simple teléfono». Y por último, la destruye. Que las piedras vuelvan a ser piedras, que no quede rastro de que en ese lugar hubo una vez una obra de arte.
«Prefiero que el entorno natural siga siendo natural —justifica su acción—. Devolver las piedras a su estado original significa que los lugares no se alteran. Mucha gente se disgusta al saber que la obra no se conservará, pero el tiempo que exista físicamente no me preocupa. Las experiencias breves pueden ser tan valiosas como las que duran toda la vida».
«La impermanencia es un aspecto tan fundamental de la vida que considero una parte importante de mi práctica espiritual destruir mi obra. De hecho, también creo piezas permanentes, pero estas solo constituyen un 10% de mi portfolio. En una cultura moderna obsesionada por documentar todos sus movimientos, me gusta dejar una huella digital en lugar de una concreta».
Bateman estudió escultura en la Central St Martin’s de Londres y también ha sido profesor de arte y diseño en colegios y universidades ingleses. Para él, dar clases supone un reto porque está obligado a aplicar un método determinado y eso choca con los alumnos que son realmente creativos, los que siempre buscan sobrepasar los límites del arte y desafiar ese sistema. Por ello, cuenta, siempre les ha animado a cruzar sus estudios combinando diversas prácticas, como la arquitectura y la moda, por ejemplo, al estilo de la Bauhaus.
«En mi enseñanza esperaba despertar el sentido de la investigación creativa, desarrollando soluciones imaginativas a través del pensamiento lateral. Einstein dijo una vez que «la imaginación lo es todo, es el anticipo de las próximas atracciones de la vida». Cada persona tiene la capacidad de explorar su creatividad a través de una plétora de disciplinas. Animo a cualquiera que crea que no se le da bien el arte a que pruebe algo más allá del dibujo. Si tu opinión sobre tu propio trabajo te impide crear, rebélate. Puede que seas el único testigo de tu obra final, pero es en el proceso de creación donde residen las mayores recompensas».