Una escuela ‘de quita y pon’ útil para los alumnos y para el resto del vecindario

20 de septiembre de 2016
20 de septiembre de 2016
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La sombra es un bien escaso en el distrito de Kibera, en Nairobi (Kenia). Cualquier instalación que proyecte una sombra, por mínima que sea, es una bendición para los que frecuentan la zona. De ahí que el edificio para la escuela Hamlets, que el estudio español SelgaCano erigió el pasado verano, congregue no sólo a profesores y alumnos.

Aunque la sombra, desafortunadamente, no es lo único de lo que carece el suburbio keniano, uno de los mayores y más pobres de África. La falta de infraestructuras y saneamiento embiste a los que lo visitan por primera vez.

«La impresión fue desoladora», explica a Yorokobu José Selgas, del estudio de arquitectura SelgasCano. Selgas, junto a Lucía Cano, el otro 50% del estudio, visitaron la zona tras la invitación del fotógrafo Iwan Baan. No se trataba de una visita turística. Baan quería que conocieran in situ el proyecto educativo de Kibera Hamlets School, la escuela nacida originalmente como club de fútbol en 2004, y que a lo largo de estos años ha ido creciendo como escuela gracias a las donaciones.

Lo que encontraron dentro de ella no mejoraba mucho la impresión que se habían llevado del exterior. «Disponía de un gran patio que ocupaba más de la mitad del edificio en el que, al igual que en las calles del barrio, había basura por todas partes. Tampoco disponía de sumidero, por lo que, teniendo en cuenta lo que llueve en Nairobi, no nos imaginábamos cómo se podía dar clase los días de lluvia».

Había transcurrido poco tiempo después de aquella visita cuando SelgasCano recibió la llamada de Louisiana Museum de Copenhague. El trabajo que el estudio de arquitectos españoles había realizado para el centro de vacunaciones en Turkana, en el norte de Kenia, había entusiasmo tanto al museo de arte moderno danés que este les solicitó una estructura similar que debía ser instalada en su patio central como parte de una exposición sobre el continente africano.

«No acabábamos de entender el encargo. Las temperaturas que se alcanzan en Turkana superan con creces a las que se dan en Dinamarca. Es un edificio abierto, pensado para una zona con mucha luz y calor. No tenía sentido en Dinamarca».

Por eso les propusieron hacer algo distinto y que, a su vez, pudiera servir para la escuela que acabañan de visitar en Kibera. «Se trataba de crear un edificio que pudiera utilizarse durante aquel verano en Louisiana y, una vez acabada la temporada, pudiéramos trasladar a Nairobi».

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El museo aceptó la propuesta, por lo que, una vez terminada la temporada estival, la estructura del edificio viajó a Kenia. SelgasCano, junto al estudio neoyorquino Helloeverything, llevó a cabo la instalación de la estructura en Nairobi. El proyecto, además, contó con la colaboración del arquitecto local Abdul Fatah Adam, así como del estudio creativo londinense Second Home y el propio Iwan Baan.

La estructura de la nueva Kibera Hamlets School destaca por su sencillez: «Cumple los requisitos necesarios para cubrir las necesidades que detectamos en la escuela: dispone de un sistema de drenaje para que el agua de la lluvia no se estanque, es capaz de dejar pasar la luz del sol y cubre el patio, antes totalmente abierto».

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El proyecto también incluye una nueva escalera que sustituye a la anterior («cuatro palos por los que un adulto de tamaño medio no podía subir con unas mínimas garantías de seguridad») y sirve, a su vez, de graderío.

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Todo, aseguran desde el estudio, se ha hecho de forma sencilla pero muy cuidada. «Y eso la gente de allí lo valora porque, a pesar de las carencias, casi todo el mundo dispone de un móvil con el que está conectado al mundo, por lo que saben apreciar la calidad de las cosas».

Con materiales baratos (conglomerado, policarbonato y componentes de andamios estándar) se lograron rehabilitar una docena de clases, una zona de oficinas, aseos y una pequeña cocina. Las planchas de policarbonato ondulado que no se utilizaron en la construcción «volaron» enseguida, asegura Selgas «La gente de la zona sabe que es un material resistente, que aguanta bien el calor y es fácil de montar y desmontar, así que se las llevaban para utilizarlas en sus casas».

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Los 25.000 dólares de coste total aproximado del proyecto han servido para mejorar el día a día de unos 600 niños de la zona, pero también para el de muchos de sus vecinos. «Una vez que terminaba la jornada laboral, los trabajadores que nos ayudaron a levantar la estructura se quedaban allí. La otra opción era soportar la solanera en la calle. Además, la luz del edificio ilumina la zona por la noche. Es como el faro del barrio».

Pese a ello, Selgas prefiere no hablar de proyecto humanitario. «No se trata de nada de eso. Sólo queríamos mejorar las condiciones de la escuela», explicaba Selgas a Dezeen.

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Fotos: Iwan Baan

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