En Cuenca hay una línea de autobús que no tiene número. Solo el símbolo de infinito. Únicamente tiene una parada y probablemente ningún autobús pare nunca en ella. El tiempo de espera puede ser eterno.
«O tal vez el autobús que allí parase te podía transportar a un espacio infinito…». Aída Gómez se topó un día con una parada de autobús abandonada y se acordó de una película de ciencia ficción. «En Moebius desaparece un vagón entero porque una alteración en la red hace que esta adquiera la forma de la cinta de moebius, produciendo que el tren pase a otra dimensión».
Le colocó el signo de infinito para iniciar un diálogo acerca del tiempo. «Yo creo que el único tiempo importante es el que esperamos hasta que alcanzamos nuestros destinos vitales y, sin embargo, a menudo se nos olvida porque estamos cegados con alcanzar otros objetivos». Y ahí dejó la parada del autobús infinito para el que quisiera seguir reflexionando sobre el tema.
Otro día lo que le llamó la atención fue un reloj y termómetro digital con un soporte de publicidad en su parte superior. Y tampoco pudo resistirse a tunearlo. Desde entonces, en lugar de dar la hora y la temperatura, saludaba a los conquenses con un ‘Hola’. «La gente me suele preguntar cómo pude manipularlo pero, en realidad, es un vinilo pegado sobre el vidrio».
Considera lo de intervenir sobre elementos urbanos en desuso una consecuencia de su trabajo. «Soy artista urbana. Mi trabajo consiste en andar por la calle fijándome en lo cotidiano y lo extraordinario para repensarlo poéticamente mediante relaciones normalmente absurdas».
Le gusta trabajar en la calle porque es el mejor lugar para ‘pillar’ desprevenido al espectador. «Al sorprenderles consigues que inconscientemente se queden dándole vueltas al asunto».
Y seguro que lo logró con el conductor del camión al que grafiteó con espuma de afeitar. Aunque Aïda no sabe cuál fue su reacción porque, confiesa, huyó antes de que apareciese. «Solo sé que, cuando hace frío, la espuma de afeitar, si la dejas reposar, se transforma en una especie de moho y se queda fijado a las superficie de manera espectacular».
Cuenca, la ciudad a la que viajó desde Madrid (donde nació y fundó el colectivo La Pluma Eléctri*k que estuvo en activo del 2006 al 2011) para estudiar Bellas Artes, ha sido el escenario de muchas de sus intervenciones. «Cuando viví allí le enseñé las fotos rápidas que tiraba con el móvil a Óscar Martínez, de Ediciones Puré, y editó un libro de postales que titulé Lo tendré en Cuenca».
Luego se trasladó a Berlín y en ese intento de «sacar el máximo jugo a las calles por las que transito todos los días» comenzó a hacer de las suyas en la capital alemana.
Las farolas berlinesas fueron unas de sus primeras víctimas. «EI espacio le guiña los ojos al flaneur. Hay regalos escondidos por doquier para quien sabe mirar. Una simple farola encendida durante el día, parece a simple vista un descuido. Sin embargo, esas cosas suelen ocultar más de lo que podemos ver. Hay fuentes de energía que ignoramos. Hay fenómenos que a pesar de nuestros esfuerzos no podemos descubrir. ¿Cual es entonces el mecanismo que activa este dispositivo? Si solo con energía negativa podemos contaminar un vaso de agua y llenarlo de burbujas, ¿podremos con buen humor lograr encender luces? Quizás las farolas encendidas estén alimentadas por las fuerzas telúricas de la urbe».
Pero hubo más… «Junto con sr.charli, encontré un hueco en una pared de ladrillos. A los dos nos pareció un arpa. Colocamos en ese hueco cuerdas de guitarra y las afinamos para crear un instrumento callejero público».
«En esta sopa de letras callejera la palabra oculta es «GLÜCK», que en alemán significa dos cosas: suerte y felicidad. Ambas cosas están delante de nuestros ojos y podemos ser incapaces de verlas».
Después de Madrid y Cuenca, su serie Home is where your heart is también llegó a Berlín.