Como buen animal de compañía, la mascota de Ángel Arredondo le saluda cuando llega a casa del trabajo. Él abre la puerta y ahí está Chata, esperándole en la entrada, moviendo la colita. Arredondo le da un poco de cariño, la acaricia. El pelo es duro, color gris oscuro, fuerte, como de un cepillo de limpiar zapatos. Este bicho ni ladra ni maúlla al verle entrar, sino que gruñe. Si hubiera que transcribirlo de forma onomatopéyica sería «oink, oink», pero se parece más a un chillido humano.
Luego, baja a Álvaro Obregón, la avenida central de la colonia Roma de México DF, y se pega un paseo de una hora con Chata. Conduciéndolo con una vara, el animalito levanta expectación por donde pasa. «¿Qué hace un cerdo de 64 kilos y más de 110 centímetros en una de las zonas más pijas y hipsters de la ciudad?», se preguntan a su paso. Por si fuera poco, es una estrella emergente en Instagram con más de 4.000 seguidores.
«Procuro andar siempre media cuadra delante de ella, para que la gente no me pregunte lo mismo todo el rato», explica a una distancia prudencial de su gorrina, que arranca miradas y selfies allá donde está, «que cuánto y qué come, dónde duerme, dónde hace sus necesidades…». Respuesta: 200 pesos (unos 10 euros) en fruta y verdura semipocha a la semana, en una cama de perro, en una mantita en el balcón. Asegura que al día pueden pararle unas 50 personas. Y todas con las mismas dudas.
Es razonable la expectación, ya que no suele verse un puerco de semejantes dimensiones paseando por un entorno urbano. Arredondo tiene a Chata desde hace un año y medio y dice no saber si puede seguir creciendo o no. «Es el primer cerdo que tengo», puntualiza, «y el último». Esta raza, un cerdo vietnamita, vive de 12 a 17 años, «25 si la cuidas muy bien». Él cree que se acercará más al cuarto de siglo. «Está muy consentida».
Resulta difícil de creer que no le guste detenerse a hablar. Su animal es un imán para niños, mendigos, comensales de las decenas de restaurantes que hay en la zona, mujeres. «¿Ligas mucho llevando a la Chata por ahí». «Es cierto que se acercan mucho, pero yo amo a mi novia». Fue ella quien le regaló a la gorrina, después de una conversación un tanto absurda mientras iban en el coche.
-Mi amor, ¿sabes que hay un jeque árabe que tiene cerdos como mascotas?- le comentó ella.
-Está padre eso- contestó.
En su siguiente cumpleaños, Arredondo se encontró con un puerco con lacito. Menos mal que no hablaron de leones o cocodrilos o vírgenes vestales. Al principio no le gustaba, no lo quería, lo veía raro, le dijo que lo devolviera. Pero cuando llegó ese día a casa después de la jornada y se sentó en el sofá, el cerdito, entonces del tamaño de un zapato, se subió a su pecho y se durmió. «Ahí se hizo la conexión», rememora.
Chata es famosa en la Roma. Y por la propiedad transitiva, el propio Arredondo también. Los meseros la detienen. «¡Chata, Chata!». Mientras salen detrás de ella, que parece más interesada en rascarse contra las esquinas y comerse las flores que caen de los árboles que de sus fans, él choca la mano a los conocidos, comenta la jugada. A la vez, le va echando agua con una botella. «La gente se cree que es sucia debido a que es una cerda, pero la verdad es que es muy limpia», asegura, «la mojo debido a que estos animales no transpiran y así se refresca».
La típica imagen del gorrino revolcándose en el fango, en sus heces y orines, es debido a que usan estos elementos para termorregularse. Por suerte para la nariz, la Chata tiene a su dueño empapándola cada rato. «El ser humano se refrigera a sí mismo evaporando 1.000 gramos de líquido corporal por hora y metro cuadrado de superficie corporal», explica el antropólogo Marvin Harris en su icónico Vacas, cerdos, guerras y brujas; «en el mejor de los casos, la cantidad que el cerdo puede liberar es 30 gramos por metro cuadrado».
Chata sabe sentarse. De una manera dificultosa, con sus pequeñas patas, pero lo logra. Responde a las órdenes de su amo. Sigue. Para. Toma. El Instagram se abrió hace 22 semanas por demanda popular. La gente le pedía hacerse fotos con ella y le preguntaba por la red social. «Me decían que había otras mascotas que tenían», cuenta. Así se decidió. Además ha hecho pegatinas y piensa encargar unas camisetas para venderlas. Una línea de mercadotecnia porcina. Más difícil fue encontrar un veterinario. Tras un par de especialistas, logró uno que entendiera de cerdos. Cada cuatro meses tiene que limarle las pezuñas. La fuerza del animal es tal que requiere que seis personas lo sujeten.
No faltan quienes le hacen bromas. «Muchos me dicen que cuando lo mato, que si ya está para comer, que si llega ahora la Navidad», comenta, «yo según el día contestó más o menos acorde». Arredondo ya no se alimenta ni de carne de puerco ni de res. Dice sentirse mal, que le dan pena, aunque no tiene nada en contra de quien lo siguen comiendo. Quiere que se pueda ver que el cerdo es una mascota razonable. Lo que no ha dejado de comer es pollo ni pescado.