La escuela de ciudadanos sostenibles

Empecemos por el pasado. Vuelvan a los días de la Ilustración y, entre sus calles, encontrarán a muchos profesores que exaltaban la memoria y el razonamiento lógico. Un alumno aventajado podía recitar un listado de fechas históricas sin titubear. Era un aspirante a enciclopedia andante a quien nadie exigía cuidar del planeta que pisaba ni nadie advertía de los peligros de las grasas trans.

Sigamos por la actualidad. El modelo de educación está siendo ‘reseteado’ en muchos países de Occidente. La enseñanza no es solo un acopio de información. Un maestro de hoy piensa que la docencia, en un plano individual, es un despertador de capacidades y habilidades para que una persona pueda desenvolverse en su vida. En un plano social, es el aprendizaje imprescindible para relacionarse de manera satisfactoria con el resto de individuos y la naturaleza. Es, además, una guía para conocer cómo cuidar de uno mismo y cómo cuidar del entorno que le rodea.

Pasemos a un lugar del presente. Hay una puerta abierta. Entren. Es un colegio, en Chicago, que forma parte de Academy for Global Citizenship (AGC). Están sirviendo el desayuno. La comida es orgánica. Han cogido esas manzanas del huerto que tienen en el patio. Los niños saben que es mejor comer fruta que un Bollycao. Las tostadas llegan templadas. En la azotea hay unas placas solares que proporciona energía al colegio y, al lado, a un invernadero donde se cultivan verduras y viven algunos pollos. En esta escuela la ciudad no odia al campo. Los niños conviven con gallinas y plantaciones de zanahorias. La naturaleza ocupa un lugar importante en la formación de estos ciudadanos. Y aquí es a donde vamos… Los alumnos, además de adquirir conocimientos para poder desarrollar un oficio cuando sean adultos, estudian para ser personas civilizadas.

Al fondo del pasillo hay otra puerta. Sarah Elizabeth Ippel está ahí. Es la fundadora y directora ejecutiva de AGC. Cuenta que esta escuela concertada se fundó con el “compromiso de ser sostenible, proporcionar una nutrición correcta y civismo global” y con la “intención de inspirar la forma en la que la sociedad educa a las nuevas generaciones promoviendo un cambio local y global”. Esto implica que “los desayunos y las comidas son orgánicas. Muchas veces procedentes del jardín del colegio donde se plantan verduras. En la azotea hay barriles que se van llenando con agua de lluvia y gallineros. Los alumnos aprenden a comer correctamente porque les enseñamos nutrición y a ser conscientes de la importancia del reciclaje y el cuidado del medio ambiente. Queremos que los alumnos aprendan a tomar decisiones que los beneficie a ellos y al planeta”.

Toda la comida es orgánica porque favorece a la vez “la salud de los escolares, el medio ambiente y a las comunidades local y global”, enfatiza Ippel. “Al comprar alimentos frescos cultivados cerca de casa, apoyamos a los agricultores locales, favorecemos el crecimiento de la comunidad y reducimos nuestro impacto ambiental. Además, el programa nutricional de AGC proporciona los nutrientes necesarios para el rendimiento de los alumnos en la clase y los anima a que hagan elecciones positivas en su alimentación”.

Los niños aprenden también que la vida sedentaria es un hábito desastroso. “Van al colegio andando, hacen yoga y siguen un programa de bienestar corporal”, indica la fundadora. “Los cuerpos sanos garantizan alumnos que aprenden mejor. Nuestra misión es crear entornos para estilos de vida saludables y sostenibles”.

Ippel llevaba años pensando que los colegio debían ser así. Había viajado por 80 países y había estado observando sus “filosofías educativas”. “Vi diferencias tremendas relacionadas con la salud, la educación y el medio ambiente. Cuando volví a Chicago decidí crear un modelo educativo que integrara estrategias de desarrollo comunitario destinadas a fomentar una nutrición positiva y ecológicamente sostenible dentro de las prácticas académicas”.

En agosto de 2008 comenzó el primer curso de AGC. En la actualidad hay 250 niños en cuatro grados distintos y 40 profesionales en plantilla. El 70% de su financiación procede de fondos públicos y el resto lo aportan empresas, fundaciones y donaciones individuales. Los resultados, según Ippel, han sido excelentes hasta el momento. “El 84% de los alumnos de AGC alcanzan o superan los estándares medios educativos y el 90% de los estudiantes sobrepasan los niveles medios de matemáticas”.

Este artículo fue publicado en el número de diciembre de Yorokobu.

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Patrick Thomas

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