La música es una construcción humana de la que no puede disfrutar ninguna otra especie conocida. Y tan instintiva es la música para nosotros que el ejemplo más ilustrativo al respecto es que los recién nacidos tienen oído absoluto y disfrutan mejor que nosotros de una buena melodía (por eso los bebés son más sensibles a las palabras pronunciadas melódicamente antes que las entonadas monocordemente, como bien demuestra el idioma maternés).
En YouTube podéis contemplar cientos de vídeos en los que bebés están llorando y se calman como por ensalmo al sonar un poco de música, como el reggae. Numerosos experimentos demuestran que los bebés prefieren los ruidos armónicos que los disonantes.
Oído absoluto
Los bebés presentan oído absoluto, como sugieren diversas pruebas al respecto. El oído absoluto es una habilidad que poseen muy pocas personas adultas y que permite identificar una nota por su nombre sin la ayuda de una nota de referencia. Los músicos que tienen oído absoluto, por ejemplo, son capaces de reproducir perfectamente una canción jamás tocada por antes sin necesidad de memorizarla o leerla en una partitura.
Pero ¿por qué todos nosotros nacemos con este superpoder que no desentonaría en Daredevil? Lo explica así Zoe Cormier en su libro La ciencia del placer:
[pullquote]El cerebro del bebé está hiperconectado: el cerebro de un recién nacido tiene muchas más conexiones cerebrales que el de un adulto. Al parecer, todos los bebés viven en una bruma sinestésica: cada olor está teñido de color, cada sonido está imbuido de color, y cada olor, coloreado con sonido. Una explosión alucinógena donde los sentidos se mezclan en un torbellino carvanalesco. No es de extrañar que los bebés parezcan siempre eufóricos, abrumados y agotados a la vez.[/pullquote]
Con el transcurrir de los meses, sin embargo, el cerebro de los bebés debe hacerse más eficiente, conectarse de forma adecuada en función del medio en que se esté criando, y entonces tiene un lugar una suerte de poda neuronal. El oído absoluto, entonces, desaparece en la mayoría de los casos, a menos que recibamos una estimulación complementaria. Por ejemplo, los bebés que crecen hablando lenguas tonales (las palabras cambian de significado según la entonación), como es el caso mandarín, son más propensos a conservar esa capacidad.
Con el transcurrir de los años, el oído también pierde capacidades generales, aunque no seamos muy conscientes de ello.
La pistola que solo hace daño a los jóvenes
Para demostrar hasta qué punto nuestras capacidades auditivas se degradan con los años, perdiéndose para siempre ese edén melódico y sinestésico en el que vivíamos justo después de abandonar el claustro materno, podemos observar el funcionamiento de Mosquito, una pistola de sonido que, generalmente, solo afecta a las personas menores treinta años.
La razón de esta selectividad por edad es que Mosquito emite en una frecuencia (entre 18 y 20 kilohercios) que generalmente solo es captada por los menores de treinta años. Como explico en El elemento del que solo hay un gramo:
[pullquote]Se usa en Reino Unido y, al parecer, su ruido es tan molesto que, como ocurre con el silbato para perros, los jóvenes huyen despavoridos. Francia y Bélgica, sin embargo, han declarado a Mosquito como un arma ilegal porque se ignoran los efectos a largo plazo. Irónicamente, Mosquito fue desarrollado hace poco a raíz del hallazgo de un grupo de científicos británicos: las mismas frecuencias que espantaban a las ratas resultaban molestas también para los adolescentes.[/pullquote]
Las células encargadas de percibir las frecuencias y enviar estas señales al cerebro se dañan o destruyen, y jamás se regeneran, hasta el punto de que podemos establecer la edad de nuestros oídos. En el próximo test auditivo podéis hacerlo:
Amusia
La mejor forma de asimilar hasta qué punto la música es una construcción de nuestra mente, y que en nuestras primeras etapas resulta mucho más intensa para todos nosotros, es observar el extremo opuesto: las personas que han nacido sin la capacidad de entender la gramática de la música. Este trastorno se denomina amusia.
Quienes padecen amusia disponen de una función auditiva normal parra su edad, y no poseen rasgos neurológicos anormales. Su inteligencia es normal, sus habilidades matemáticas o lingüísticas son las habituales. Su memoria es completamente estándar. En general, estas personas son perfectamente anodinas (de hecho, muchas de ellas ni siquiera son conscientes de que sufren amusia). Sin embargo, ponedles una canción y para ellos solo será un ruido incoherente.
No es que tengan mal oído o no les guste la música, sino que son incapaces de percibir el crescendo emocionante de un grupo de violines, o la siniestralidad del motivo a dos notas de la banda sonora de Tiburón, o el júbilo que transmite un scherzo. Para los que padecen amusia solo es sonido exento de emoción, y además están incapacitados para percibir diferencias entre las notas musicales. Como sordos musicales. Para ellos, We are the champions no produce un exceso de euforia.
Aproximadamente el 4% de la población sufre amusia (no es mucho sin consideramos que el 7% sufre daltonismo), entre ellos, se sospecha, Sigmund Freud o Che Guevara. Sin embargo, debido a un accidente cardiovascular o una lesión cerebral, todos nosotros podríamos convertirnos en amúsicos de la noche a la mañana.
Así de ilusoria, y fabulosa, es la música: una serie de ruiditos que nos permiten trascender cuando somos bebés, sentir molestia ante determinadas armas sónicas cuando somos jóvenes y disfrutar el resto de nuestra vida, hasta que probablemente sean los únicos recuerdos sólidos que sobrevivan a la senectud.
—
DutchScenery / Shutterstock.com