La segoviana Dolores Cuevas, más conocida como la niña de la curva, presentó en el Círculo de Bellas Artes de Madrid su libro Conversaciones en marcha. El libro recopila charlas casuales con conductores que la recogieron, ciclistas, agentes de la Guardia Civil, autoestopistas y pastores trashumantes.
«Algunos quisieron sacarme de la curva y ponerme un piso, pero no quería ser la querida de nadie», dijo la niña a la prensa y a los curiosos congregados. «Algunas personas me daban revistas y periódicos y me enteraba de cómo iba el mundo, y otras veces hice de psicóloga».
Uno de los peores momentos fue cuando sustituyeron la curva por una rotonda. «Durante semanas me encontré desubicada», dijo la niña. «No sabía dónde ponerme y me encontraba dando vueltas alrededor de la glorieta».
Un dron de la Guardia Civil la localizó y, poco después, dos agentes la invitaron a abandonar su puesto por carecer de permisos para ejercer la actividad y constituir un peligro para ella y los conductores.
«Lo cierto es que hacía tiempo que quería dejarlo: frío, lluvia, expuesta a que me pasara cualquier cosa… Y los conductores cada vez más desagradecidos», dijo la niña.
La Guardia Civil entregó a la niña de la curva a los servicios sociales de la Comunidad de Madrid. De esa manera, peregrinó por casas de acogida hasta que los servicios sociales descubrieron que la niña tenía 80 años.
«Así acabó la buena vida», dijo la niña. «Durante un tiempo intenté ser la niña del cruce sin señalizar, pero el nombre no cuajó».
Después fue mimo, estatua que aparecía y desaparecía y guía turística. El hombre invisible la invitó a compartir piso alquilado en el centro de Madrid y pasaron un tiempo juntos.
«Él siempre quiso conocerme; decía que éramos almas gemelas», explicó la niña. «Al principio todo fue bien. Nos pasábamos las horas conversando, pero un día hablé varias horas seguidas, sin parar, hasta que caí en la cuenta de que se había ido sin avisar y sin pagar el alquiler».
La niña llegó a un acuerdo con el casero. Permanecería en el piso a cambio de cuidar a la madre del dueño y a los gatos. «No gusto a los gatos», dijo la niña. «Cuando aparezco de repente, saltan como locos a todos lados. Así que aquello duró poco».
A pesar de todo, consiguió escribir durante las noches que pasa en blanco Conversaciones en marcha.