La patria del balón

14 de abril de 2015
14 de abril de 2015
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Decía Arrigo Sacchi que el fútbol es la cosa más importante de entre las cosas menos importantes. Por un tiempo todos le creyeron hasta que se dieron cuenta de que, efectivamente, el fútbol era importante de verdad por las numerosas implicaciones sociales que guarda.
El fútbol no se puede abstraer del mundo que le rodea. Hace pocos días, Arda Turan, jugador del Atlético de Madrid, rezaba arrodillado en la hierba durante la tanda de penaltis en la que su equipo se impuso al Bayer Leverkusen en los octavos de final de la Champions League. A la vez, en pocos días se celebrará la final de la Copa del Rey entre el Athletic Club de Bilbao y el Futbol Club Barcelona. El Jefe del Estado será recibido con viento por parte de las aficiones de ambos equipos y eso provocará una hemorragia de reacciones por parte de todos los estratos de la sociedad española. Quien quiere despojar al deporte rey de su cariz político intenta evadir la realidad y despejar los problemas con un patadón propio de un central de regional preferente.
Alejandro Quiroga Fernández de Soto es Licenciado en Geografía e Historia por la Universidad Autónoma de Madrid y Doctorado en Ciencias Políticas por la London School of Economics and Political Science. Lleva años investigando la relación entre el más masivo de los deportes y la política. En su último ensayo, Goles y Banderas (Marcial Pons, 2014), analiza la utilización del juego y sus jugadores por parte de los nacionalismos de todo pelaje y trata de explicar cómo funciona la creación de identidades nacionales a la carta tanto en España como fuera del país.
Quiroga explica que las narrativas nacionalistas se dan en todos los deportes, incluso en los individuales, con ejemplos como Rafael Nadal o Fernando Alonso. Sin embargo, es en los deportes de equipo en los que el fenómeno cobra mayor intensidad. Y cuanto más masivos, mejor. «Los equipos hacen referencia al colectivo nacional de un modo más directo que los deportistas individuales. En último término, el impacto de las narrativas depende de la importancia social del deporte en cuestión y el tratamiento que recibe en los medios y, en este apartado, la supremacía del fútbol es indiscutible», afirma.
El politólogo comenzó a investigar en la primavera de 2008, cuando la selección española se aferraba al fatalismo que le asociamos durante lustros. Poco después llegó la primera Eurocopa y el resto de la épica racha de triunfos de La Roja. «Cuando acabé el libro en 2013, España era considerada una de las mejores selecciones de la historia. Lo que se decía de la selección y también de los españoles, en general, había cambiado de un modo radical aquí y fuera».
Eso le ayudó a arrojar luz sobre su tesis principal. «Las narrativas, los mitos y los estereotipos nacionales van cambiando con el tiempo. No hay identidades nacionales perpetuas». La España sudada de la furia, la de Camacho con la ceja rota o la del gol de Señor a Malta se había transformado en una España de exquisitez inaudita y calculada inteligencia colectiva. Y aquí primero paz y después gloria.

subbuteo
Foto: Bruno Garrido Macías / Shutterstock

El mundo del fútbol es un escenario minado. La identificación tribal, que al fin y al cabo es una manifestación política, ha servido desde los años 80 como justificación a la mayor parte de comportamientos deplorables que se han visto en los campos. «Casi todas las directivas han tratado a los ultras a lo largo de los años como a unos chicos un tanto revoltosos, pero que, en último término, siempre estaban allí, apoyando al equipo cuando otros socios criticaban al club», dice Quiroga. «Lo más lamentable es que cuando se producen víctimas mortales tenemos que oír por parte de los clubes, la Federación Española de Fútbol y algunos medios que eso no tiene nada que ver con el fútbol».
Además, la intromisión política está presente desde la misma concepción de los actuales clubes. Como explica el historiador, «la mayoría de los clubes españoles han formado sus juntas directivas a partir de tres colectivos íntimamente relacionados: políticos locales, constructores y directores de cajas de ahorros y bancos. Aunque conforme se ha ido mercantilizando y globalizando el fútbol profesional, el funcionamiento de los clubes y sus directivos ha sido cada vez menos democrático y más opaco», declara el autor de Goles y Banderas.
Con esos mimbres, los clubes se han convertido en los vehículos transmisores de diferentes identidades nacionales que, a la vez, les han blindado de muchas obligaciones que sí tienen otras entidades con dimensión económica. «En muchos casos, los dirigentes políticos locales han hecho de ‘escudo’ para que los clubes pudieran evitar cumplir con Hacienda. Esto se ha permitido porque se entendía que el coste político de sancionar a un club por impago era demasiado grande. Ningún Gobierno se ha atrevido a descender a un club grande de categoría o a embargarlo en su totalidad por sus deudas con Hacienda porque el precio político que tendría que pagar se antoja excesivo», señala el escritor.
El próximo reto de Alejandro Quiroga pasa por investigar los usos del fútbol en el contexto de la actual crisis económica y «cómo los gobiernos, las grandes empresas y algunos medios de comunicación potencian las emociones y las identidades nacionales como mecanismo de compensación ante la carestía económica y los problemas sociales. Tras los malos resultados de la selección española en el Mundial de Brasil, ya no se pueden utilizar los éxitos futbolísticos para compensar a la ciudadanía por la mala situación económica del país, como ocurría hasta hace muy poco».
La próxima vez que alguien le diga que no se ha de mezclar fútbol con política, dígale que llega tarde. Y no solo eso. Dígale que sin la dimensión política, el fútbol no podría entenderse tal y como se concibe en la actualidad.
 

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