Cuando el golfo golfista Tiger Woods puso en evidencia a la que todavía era su mujer, la espectacular modelo Elin Nordegren, poniéndole los cuernos delante de medio mundo, el multimillonario deportista llevó a cabo un ejercicio público de redención: ingresó en una clínica para tratarse la adicción al sexo. No funcionó, claro, y el matrimonio acabó naufragando entre las procelosas aguas del condicionamiento genético.
Mejor le hubiera ido al bueno del Tigre acogerse a la ‘cláusula 13-14’ y echar la culpa al tamaño de sus atributos masculinos de su tendencia a perseguir faldas. Y no me refiero al hierro 5, sino a las pelotas que lo flanquean.
Según han averiguado los antropólogos, existe una relación directamente proporcional entre el tamaño relativo de los testículos de los primates y su promiscuidad. Los gorilas dominantes suelen disfrutar de un harén de 8 o 10 hembras. Para hacerse con semejante séquito, el gorila invierte en tamaño 200 kilos de músculo con los que espantar a cualquier otro macho amenazante. A cambio, sus testículos son ridículamente pequeños, apenas 35 gramos.
El gorila tiene garantizada la procreación, de modo que no necesita invertir en producir esperma. En el lado opuesto del espectro está el chimpancé, una especie promiscua por naturaleza. Con solo 45 kilos de peso, sus testículos pesan 115 gramos. Los parientes de la mona Chita —que, por cierto, era un macho— viven en un continuo frenesí sexual: todos se aparean con todas, de modo que la competencia por dispersar los genes de cada individuo se produce dentro de la hembra, no fuera, como en el caso del gorila.
En esta tesitura, unos testículos más grandes garantizan una mayor producción de semen y, por tanto, de crías.
¿Y el hombre? Está en medio de la escala. Ni conozco ni tengo intención de averiguar el tamaño de los testículos de Tiger Woods, pero pesarán en torno a los 42 gramos —gramo arriba o abajo—, lo que pesan en cualquier hombre (el 0,05% del peso total). Esto significa que el macho humano se mueve entre dos tierras: busca relaciones estables pero tiene una querencia por las aventuras extramatrimoniales. Sucede que las estrategias reproductivas de hombres y mujeres son muy diferentes, lo que explicaría buena parte del ancestral desencuentro entre los sexos.
Los hombres producimos millones de espermatozoides, cada uno de los cuales busca potencialmente un óvulo que fecundar. Las mujeres solo producen un óvulo al mes y su período de gestación es de nueve meses (a los que hay que sumar varios años más de crianza). Su mejor apuesta para sacar adelante a la prole es apostar por un solo macho, a ser posible con recursos, como por ejemplo… ¡Tiger Woods!
Pero nadie dijo que tener un buen par fuera gratis. Un estudio realizado por la Universidad de Syracuse concluyó que en las especies de murciélagos, en las que las hembras son promiscuas, los machos con los testículos más grandes tienen los cerebros más pequeños. En otras palabras, en su estrategia reproductiva, los machos cambiaron inteligencia por potencia sexual.
¿Cuánta inteligencia se ha dejado el hombre en el camino para aumentar su éxito con las mujeres? La respuesta a esta pregunta la puede encontrar el lector hojeando cualquier revista del corazón… u observando a su círculo de amigos.
Ilustración: Juan Díaz Faes