Mil quinientas personas aplauden a rabiar en un gran salón. Han pagado casi quinientos euros por entrar. Es mucho dinero por escuchar una charla. Más aun cuando reparamos en que estamos en Suzhou, China. Se han puesto sus mejores ropas, las que reservan para bodas y celebraciones. El reportero del Financial Times que cubre el evento no puede evitar una sonrisa irónica cada vez que la audiencia vibra embelesada y ansiosa como un cachorro que espera un premio sorpresa. Por un instante entorna los ojos y siente que ha viajado a algún evento motivacional de los años ochenta en el «Corn belt» americano. El discurso es explicito: hacerse rico, asegura el orador, es cuestión de actitud. Y todo va de eso, de hacerse rico. No parece haber otra alternativa a una vida oscura. Ricos y pobres, triunfadores y perdedores.
Los «estudios del éxito», que es como llaman a sus charlas este tipo de conferencistas, son el fenómeno cultural en auge, la cara más inocente de lo que la propaganda oficial llama el «sueño chino». China vive todavía como una novedad la salida del Tercer Mundo, un concepto, por cierto creado por Mao. Y no fue producto de ninguna teoría social ni de ninguna idea milenaria. China puso fin a la miseria de millones de personas gracias a la globalización del resto del mundo, el emprendimiento de millones y la producción de bienes de consumo masivos en fábricas con inversión extrajera. Todos lo saben. Y muchos piensan que la cultura americana del «triunfador» es parte de lo que hay que aprender para navegar en ese nuevo mundo. Un mundo donde ya no son aquello que más odiaban y les hacía infelices: pobres.
Europeos y norteamericanos nos sorprendemos. Las tendencias culturales y de consumo no podían estar más divorciadas. La generación «del milenio» parece no tener un excesivo aprecio al coche y hasta cierto punto parece escarmentada del afán inmobiliario de sus hermanos mayores. Entre las clases medias el funcionariado parece erosionarse como ideal laboral en favor de trabajos más creativos aunque menos seguros y no siempre bien remunerados. No hay conferencista que no acompañe la palabra «economía» con frases tranquilizadoras para su audiencia: colaborativa, del bien común, centrada en las personas… Equiparar el «éxito» al nivel de renta nos parece empobrecedor y la búsqueda obsesiva del beneficio monetario casi casi una sociopatía.
«Time» publicaba hace poco una portada diciendo que la nueva generación es en realidad narcisista y perezosa… pero que seguramente por ser así, acabe salvando el mundo. La cuestión tal vez, no es si rechazará ese modelo que siempre nos acompañó como una especie de fantasma semiótico a través del cine y cierta cultura de masas.
Porque la alternativa, quizás, no es elegir entre los «estudios del éxito» y el «milenialismo» sino aceptar que en la vida los modelos vitales no deben comprarse como si fueran muebles para montar en casa, porque no hay un único patrón válido para todos, sino tantas vidas interesantes como futuros mejores apostemos por construir.