Las aventuras europeas de la Santísima Virgen María

El 22 de marzo la Santísima Virgen María cogió un avión desde Berlín con destino A Coruña. Allí le esperaba la Verbena de la Paloma del Siglo XXX, con un coche fúnebre modelo Seat Mirafiori de 1981 y un ataúd cargado con 1.000 vatios de sonido. Por delante tenían más de 7.000 kilómetros durante los cuales recorrerían Europa, dormirían al raso y llevarían sus especiales habilidades a jardines públicos, ocupas, gaztetxes, casas privadas, un festival, alguna que otra rave y unos cuantos bares y garitos.

Hay que aclarar que no es que la madre de Dios haya vuelto a la Tierra y se haya ido de parranda, sino que la Santísima Virgen María (SVM) es el nombre de un DJ y esta era su primera gira europea.

Nacida en Salamanca y afincada en Berlín, SVM pincha break-core. Cuando se le pide que defina que diablos es eso, explica que “es una actitud punk con música hecha con ordenadores o máquinas”. Se caracteriza por “ritmos rotos y acelerados, con todos los estilos pasados por una batidora haciendo brummmmmm”, pero reconoce que lo que le gusta “es que la gente baile y tocar los cojones”. Así que decidió hacerlo por Europa y que, de paso, la Verbena de la Paloma del Siglo XXX, que tenía un coche fúnebre y también pincha break-core, visitase Berlín.

Los aspectos más llamativos de la gira -el coche y el ataúd- dieron durante su periplo más de una situación extraña con las fuerzas del orden. En Polonia, al cruzar la frontera, los pararon dos agentes “al principio muy serios pero que luego se descojonaron y empezaron a hacer fotos”. “Eran muy majetes”, rememora, “incluso les regalé un par de CD y nos indicaron que allí cerca había un festival de música gótica donde quedaríamos muy bien”.

Salvo en Berlín, donde unos chavales les robaron la cruz estilo estatua de Rolls Royce que decoraba el frontal, el fúnebre inspiraba respeto por donde pasasen. “Las señoras mayores se santiguaban y todo el mundo se quedaba mirando”. En Italia, otra pareja de agentes les dio el alto. “En cuanto vieron el ataúd se pusieron pálidos y nos dijeron que siguiéramos”. “La verdad”, reflexiona SVM, “es que al poco te acostumbras a ir en un coche fúnebre y se pierde el punto excéntrico, es como uno normal”.

Foto: Kitchena Fakt 

A lo largo de Europa han contado con grandes éxitos, como el de la sala Bunker en Barcelona o en la ciudad polaca de Wroclaw, combinados con sonoros fracasos como Brno (República Checa). “Allí 12 pagaron entrada”, explica SVM, “pero solo nos hacían caso dos, que eran los que lo habían organizado”. Fue en esa ciudad donde tuvieron una de sus dos experiencias infantiles, al llevarles una amiga que trabaja en un centro juvenil a poner música a una jornada organizada para niños pequeños.

La otra fue en Segovia, durante la Semana Santa. Allí montaron la fiesta por la tarde en el parque público de Fuencisla con todo la zona llena de infantes. Les pusieron la música de series infantiles como Gormitti o Dora la exploradora mientras daban las gracias por el micrófono a la Diputación por dejarles ese espacio. Era mentira.

Pese a que SVM valora la experiencia como positiva, reconoce que es “una ida de olla conducir 600 kilómetros al día, en un vehículo que no pasa de 90 a la hora”. “Jamás me volveré a meter en ese coche”, rememora, “pero no por ser un fúnebre, sino es que la cabeza me daba contra el techo y las piernas con la guantera”.

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Patrick Thomas

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